Knock out a las máquinas

El pasado fin de semana los árbitros uruguayos volvieron a monopolizar los titulares gracias a fallos polémicos que favorecieron a los equipos grandes, como manda la historia. En un mundo en el que hay quienes se rasgan las vestiduras exigiendo la introducción de la tecnología en nuestras vidas deportivas, las situaciones generadas por Ubríaco y Vázquez son un bálsamo reparador para quienes seguimos creyendo en los fallos arbitrales (en el más amplio sentido del término) como un componente básico para explicar la popularidad de nuestro deporte rey.

¿Qué sería del fútbol sin árbitros? Algo mucho más aburrido de lo que ya es. La final del Mundial de 1966 se hubiera definido por sorteo, en caso de que la pelota hubiera tenido el chip que indica cuándo es gol y cuándo no[i]. Maradona hubiera sido amonestado tras el gol con la mano a los ingleses (porque seguro que el entrenador británico hubiera solicitado un "ojo de halcón" tal como sucede en el tenis), y nos hubiéramos perdido del segundo del Diego, que se animó a eludir a 17 ingleses porque ya venía agrandado. Si no, seguro que se la tiraba larga a Valdano.

Hitos fundamentales en la historia de nuestro fútbol (el gol de la valija, la agachadita de Cerullo, el micro de jugadas polémicas de Scelza en Pasión) no hubieran existido de no ser por la innata capacidad de los seres humanos para equivocarse a la hora de aplicar el reglamento, y hasta por la ambigüedad de esas reglas que dotan al árbitro del poder suficiente como para poder justificar fallos antagónicos ante una misma jugada. Antes de aplicar el reglamento, el árbitro lo interpreta. He ahí parte de la magia que nunca tendrá el tenis o el atletismo.

Lo que pasó, pasó

El sábado, Nacional ganó su partido en el minuto 49 y medio, cuando el ex futbolista Ubríaco había otorgado 4 minutos de descuento. Claro que poco antes del gol, dos jugadores de Rentistas se tiraron al piso, víctimas de feroces calambres. El juego estuvo demorado un minuto con 3 segundos, por lo que se podría decir que el colegiado actuó de buena manera. De hecho, si el córner de Recoba hubiera salido cortito al primer palo (como todos los que tiró en su carrera en la selección) nadie hubiera criticado la actitud del corpulento ex zaguero de Central Español.

El domingo, Martín Vázquez fue inducido por Estoyanoff a sancionar como penal una jugada que tras la quinta repetición fue declarada infracción del mediapunta carbonero sobre el marcador violeta. El problema es que otra vez se jugaban los últimos segundos del partido, lo que motivó al presidente fusionado Jablonka a hablar de "robo".

El mandamás violeta se equivoca: robo es que te cobren 70 pesos un refresco de 330 mililitros en un bar. Acá lo que hubo fue una decisión que primero pareció justa y luego se juzgó errónea, pero que cualquiera de nosotros pudo haber tomado de haber estado en ese momento y en ese lugar.

Hay quienes afirman cosas tales como "si era para el otro lado, no lo cobraba". Pero no hay forma de demostrarlo. O "Vázquez tiene una gran propensión a favorecer a los grandes y a los poderosos por sobre los chicos y pobres". Pero del mismo modo se podría decir que Vázquez favorece a los chicos, y como muestra citar el penal que le hicieron a Zalayeta y que el pito internacional no sancionó[ii].

Que nos guste o no la forma de arbitrar de Vázquez, es otro tema. Pero un árbitro puede ser malo sin necesidad de ser deshonesto. Del mismo modo que el Pichón Núñez no es un corrupto por no tener la capacidad para levantar centros entre una de sus virtudes, mal haríamos en acusar a Vázquez de alcahuete del poder porque cobró un penal.

Vázquez quiso ser argentino y no lo dejaron

Los árbitros son, ante todo, seres humanos. Con un poco de buena voluntad hasta se podría admitir que son deportistas: corren todo el tiempo, cumplen exigentes pruebas físicas, y son imprescindibles para que el deporte llamado fútbol exista. Mucho más de lo que se puede decir del Loco Abreu, por ejemplo.

Se equivocan, son sensibles a las presiones externas e internas, y -ante todo- pretenden sobresalir en lo que hacen, llegar a lo más  alto, que para un árbitro uruguayo -que gana, con suerte, un promedio de 15.000 pesos por mes- equivale a convertirse en internacional, y representar a Uruguay en un torneo importante. Además, están obligados a llevar vidas profesionales paralelas, lo que los coloca en desventaja frente a colegas argentinos y brasileños que tienen al fútbol como única preocupación.

Muchas veces el árbitro asistente tiene que ir a levantar el banderín tras una agotadora jornada en la oficina. ¿Se imagina usted saliendo de trabajar tras ocho horas de soportar las estupideces de su jefe o jefa, para ir a chupar frío y darle la espalda a 500 energúmenos que no harán más que insultarlo durante 90 minutos más descuentos? Y todo eso para cobrar un sueldo infame. ¿Verdad que deberían despertarnos más simpatía que la que nos despiertan?

Por eso, desde este humilde espacio, alzamos nuestras voces en pos de la no inclusión de la tecnología aplicada al arbitraje[iii]. No le saquemos al árbitro su capacidad para incidir en el resultado. Dejemos de amenazarlo con que lo vamos a reemplazar por robots cada vez que se equivoca, ni de acusarlo de deshonesto, ni de tirarle piedras, ni de escupirlo, ni de presionar para dejarlo sin trabajo, ni de amenazar con traer árbitros argentinos, como si los argentinos fuesen incapaces de cobrar a favor de los grandes.

No sea cosa que el día de mañana se aburra y no tengamos a quién echarle la culpa de nuestras derrotas.

(Publicado en Brecha, 30/08/2013).

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[i] La historia cuenta que el gol decisivo de esa final fue un "gol fantasma", pues la pelota rematada por el inglés Hurst pegó en el horizontal y picó claramente sobre la línea. El árbitro asistente de origen soviético digo "ma sí, para mí que entró, si le llego a errar entran los hooligans a la cancha y se arma un desbarajuste bárbaro". E Inglaterra campeón.

[ii] ¿Que si estoy seguro que fue penal? Imposible no estarlo al ver las protestas del ariete carbonero, incapaz de festejar un gol en una final del mundo, pero que se rebela ante la injusticia como el que más.

[iii] Hasta el spray para marcar la barrera se las llevamos, pese a que elimina la simpática escena de la barrera que avanza dando pasitos de hormiga, el shoteador que protesta, y el árbitro que muestra una amarilla.