De la moña al uniforme

Cuando éramos botijas, para una mayoría de uruguayos de cualquier barrio y clase social decir “comienzan las clases” era sinónimo de moña, túnica blanca, y hojas Tabaré.

Hoy la realidad es otra. Parece que el cuco de la inseguridad era compañerito en Monster University del cuco de la educación pública. A ver si ustedes me ayudan, porque las botijas me cumplen años y pronto vamos a tener que tomar una decisión importante: ¿escuela o colegio? ¿Qué escuela? ¿Qué colegio?

El diario El País siempre está afín a darte una mano y, además de la guía educativa, una suerte de mailing como el de tienda inglesa pero de colegios, te enchufa la oferta educativa de sus auspiciantes con forma de publinota. Ayer salió una nota de la afamada Natalia Trenchi donde expone una suerte de “guía para elegir colegio”, de la escuela, ni hablamos. De todas formas el artículo está bastante bien.

Para colmo con los padres e incluso más de cuatro abuelos jóvenes laburando todo el día fuera de casa, el dilema se potencia: ¿mando a mi botija al colegio para poder salir a trabajar o salgo a trabajar para poder tener a mi botija ocho horas en un colegio?

Y la escuela, con sus paros, convengamos que no ayuda mucho. Que la lucha es cruel y es mucha, se sabe y se entiende. Que un maestro ahora tiene que ser maestro, psicólogo y trabajador social, también. Que los maestros de los colegios no ganan tanto mejor que en la educación pública, pero prefieren trabajar en el sector privado, también. Todo eso es cierto. 

¿Realmente la educación que ofrecen los colegios es tanto mejor? ¿Qué hace el colegio con el dinero que tanto nos cuesta ganar a los padres y madres? ¿Alguien alguna vez vio un balance? ¿Consiguen mejores trabajos y les va tanto mejor en la vida a los hijos de la educación privada? ¿Pasamos todo el día separados de nuestra familia para qué? 

Sin contar que a principio de año los colegios te piden una lista de materiales cuya suma multiplicada por el número de alumnos podría costear el uranio enriquecido para construir una buena bomba. Y los uniformes, y un manguito para el regalo del día de… pobre gente, debe ser horrible tener un colegio.

Y pensar que cuando venía el sobre blanco de la escuela para que uno pusiera de cada bolsillo, de cada corazón, lo que pudiera, siempre le escatimábamos un poco, a pesar de que nunca nos faltó la goma, los cuadernos, las lapiceras y los lápices que nos daba ANEP.

¿Si la educación no tiene precio no vale? ¿En serio el botija se te vuelve delincuente si va a la escuela?  ¿El medio horario es el único problema? ¿En serio no van más las vecinas a la puerta de la escuela a buscar cuatro o cinco botijas del barrio para volver tranquilos caminando mientras alguien en casa prepara la leche con pan y manteca?

Hay una lista de escuelas públicas de tiempo extendido en Montevideo que va en ascenso, pero están a tope y, la verdad, el departamento de marketing es pésimo: “vení a conocer la escuela cuando la anotes”, me dijo una administrativa por teléfono. A ver si le ponen más onda, así no se puede.

¿La educación pública es gratuita o ya la pagamos entre todos y todas? ¿La escuela dejó de ser una política universal? ¿El MEC es el LATU de los colegios? ¿Hay un control de calidad? ¿Puedo verlo? ¿Puedo comparar sus resultados con los de la escuela? ¿Dónde encuentro información confiable al respecto?

La psicóloga del jardín nos aconsejó en plena reunión de padres, ofreciendo una muestra de honestidad brutal: “si tienen que invertir en educación, háganlo en la inicial y en la secundaria”. En la inicial porque se desarrolla buena parte del potencial del botija y la secundaria porque se pone complejo el tema del control. Palabras más o menos, fueron sus argumentos.

En un momento en que está en tela de juicio todo: la educación pública, el sistema de cuidados y la mar en coche, justo ando con estos dilemas a cuestas. ¿Usted qué opina?