Mas oro y menos carbón

 

La ubicación de Peñarol en la tabla de posiciones del Torneo Apertura invita a reflexionar sobre el presente de una institución que no logra la paz suficiente como para despegar y alejarse de prácticas y discursos que en 1993 pudieron haber sido muy exitosos, pero que 20 años después ya no parecen serlo. He aquí un llamado al pronto resurgir del glorioso mirasol.

(Publicado en Brecha, 01-11-2013)

Yo no soy hincha de Peñarol, y creo que no podría serlo ni aunque le pusiera empeño. Ni siquiera si el día de mañana recibo un sms del Tito Goncalves invitándome a ser titular en el clásico (oferta que no desecharía, dado que, después de todo, uno es profesional y vive de esto), y Peñarol gana con 8 goles míos (el séptimo de ellos, un golazo), podría recibirme de hincha carbonero. A lo sumo parafrasearía al Pato Aguilera: “siento mucho respeto por Peñarol, porque es un club que en su momento me dio de comer a mí y a mi familia”. Pero de ahí a ser hincha, hay un trecho insalvable. Claro que si usted es hincha de Peñarol, seguramente estará pensando: “mejor así, no necesitamos a un bolso amargado y pechofrío como vos”. O cosas peores.

Pero lo que sí puedo es ponerme en el lugar de los parciales carboneros. ¿Por qué? Porque fui hincha de Nacional en los años 80s[i]. Lo que me habilita a comprenderlo a usted cuando se enerva al ver que hay que ganar y el técnico saca a Pacheco para poner a Novick, o cuando mientras el domingo hay un choque crucial ante Miramar en la lucha por no quedar último, por la radio sale un dirigente hablándome del costo de una butaca doble quinquenio.

A continuación, enumeraré una breve lista de sinceros consejos para el hincha carbonero del Siglo XXI. Que es el hincha de Nacional de los 80s, pero con facebook.

1.       No al estadio

Seguramente no forma parte de un plan premeditado, pero si algún logro debería festejar Nacional, es el de haberle metido en la cabeza a los dirigentes e hinchas de Peñarol que recién hallarán la plena realización individual y colectiva cuando tengan estadio propio[ii]. Claro que cuando haya que viajar en un Copsa abarrotado para llegar a ver un Peñarol – Juventud, o haya que salir a la Ruta 8 a medianoche tras un choque por Copa Sudamericana ante el Minervén, seguro que alguno pensará: “che, pero qué cómodo era el Centenario ahora que lo pienso”.

Además, en un club tan atado a creencias paranormales como Peñarol, ¿quién me asegura que no se optará por abandonar el flamante estadio si se pierden dos o tres partidos y algún directivo arriesga un “yo para mí que el estadio está engualichado”?

Entiendo que concretar el estadio sea para el presidente Juan Pedro un tema personal, y acaso la última chance de quedar en la mejor historia del club. Pero los demás hinchas de Peñarol quizás podrían hacer primar el sentido común. Que dicta que tener un lateral izquierdo que marque o un arquero que ataje debería ser más prioritario que construir un estadio en una zona (“Jacksonville”) que no guarda parentesco alguno con la rica historia del club[iii].

2.       No a la gente “del club”

Ni bien asumió su puesto de entrenador del primer equipo, Goncalves afirmó: “se me va a hacer mucho más fácil porque conozco el club”. Salvo que se refiriera a encontrar el baño ante un apuro, o a jugar a la escondida, me cuesta creer que un técnico crea que su mejor cualidad es la de conocer los rincones de Los Aromos.

Cuando Alex Ferguson llegó al Manchester United, no conocía el club. Tampoco lo conocía Carlos Bianchi cuando llegó a Boca Juniors. Además, la gente de Peñarol es tan exitista como cualquier otra, y por más que Tito pueda vendarse los ojos y atravesar Los Aromos sin rozar un mueble, si el equipo sigue perdiendo, lo van a echar como al mejor. “Tito, a vos no te tengo que mostrar la puerta, la conocés mejor que nadie” le dirá Juan Pedro, y que pase el que sigue.

Peñarol haría bien en contratar un técnico que sea bueno en lo suyo, cuyas ideas no se hayan quedado ancladas en 1997. Le pasó a Nacional hace poco: Ache echó al Chavo Díaz y puso al Cacho Blanco[iv], que ganó un par de partidos de casualidad y ya era mejor que Mourinho. Al cabo de tres fechas la hinchada tricolor comenzó a extrañar al “Chavo”, del mismo modo que la carbonera comenzará a extrañar al Tornado si la situación no mejora.

3.       El clásico no es un campeonato aparte

Creamé lo que le digo, señor carbonero, señora mirasol: de nada sirve ganar el clásico si luego se pierde ante Rentistas y Fénix.

A falta de 6 semanas para el choque, Goncalves ya está centrado en preparar el partido ante Nacional.

Supongamos que gana Peñarol. ¿Qué titularán los diarios? “Peñarol se quedó con el clásico y se puso a 19 puntos del líder”.

Ganar un clásico no debería ser el objetivo central de ningún club que tenga pretensiones de sobresalir.

Peñarol es lo suficientemente grande y poderoso, y el fútbol uruguayo es un sistema lo suficientemente funcional a los intereses de los dos equipos grandes, como para que pueda salir a flote a la brevedad, incluso con Goncalves. Claro que, en nombre de todos esos hinchas de Peñarol inteligentes, respetuosos, y ambiciosos, sería bueno que el glorioso equipo de la Villa homónima entienda que si se hacen las cosas bien, las chances de ganar cosas importantes crecerán, y ya no estarán atadas a cuestiones metafísicas como la mística, el peso de la camiseta, o el culo de Aguirre.

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[i] Sigo siéndolo, pero el mérito de ser hincha de Nacional en el siglo XXI es infinitamente inferior al de haberlo sido hace 30 años.

[ii] Esta idea se la oí al periodista Gonzalo Delgado, y no puedo estar más de acuerdo. Tanto, que la incluyo en esta nota cual si se me hubiera ocurrido recién.

[iii] Empero, Jacksonville es un lindo nombre para componer canciones de barra brava. Por ejemplo: “siga el baile, siga el baile. Al compás del tamboril. Que esta tarde derrotamos, al señor de Jacksonville”. Algo nos dice que las palabras “derrotamos” y “señor” podrían ser cambiadas por otras.

[iv] Ache no echó a Chavo (lindo trabalenguas), sino que solo lo instó de buena manera a poner el cargo a disposición. Y Díaz, que es un hombre de bien, como Alonso, se fue.