Garúa, el perro que no se comía ninguna

El tema es así: quienes lo conocen, podrán asegurar que el Garúa es un perro inofensivo. El Leandro es capaz de domarlo cual caballo'e criolla, hasta el gato Lorenzo tiene por hábito tirarle zarpazos. Y el pobre rope siempre responde con una sonrisa, nunca un gruñido fuera de lugar, nunca una mordida como al pasar.

No fue hasta que, hace cerca de un mes, el Garúa se escapó de casa, que comenzamos a comprender que tras esa inofensiva criatura cuadrúpeda, se esconde una beligerante bestia capaz de plantársele al más pintado.

Creamé, mi amigo: dentro de los confines de Reyesland, el Garúa es un pan de Dios. Cuasi cagón se podría decir que es el bicho. Pero ni bien cruza el umbral, tal como ocurriera el viernes pasado, se transforma.

No solo no reconoce amo alguno, sino que parece hallar placer en meterle la pesuca a los perros más temibles del barrio. Como el Kaiser, una suerte de cruza de pitbull con lince que anda en la vuelta, que el Garúa fue a buscar al ladrido de "si a vos te gusta, a mí me encanta". A pedrada limpia los tuvieron que separar, y el Kaiser se fue con el rabo entre las patas. Ganó el Garúa por puntos, aunque los árbitros localistas dieron empate.

A todo esto, el Garúa seguía buscando camorra. Se agarró con otros tres canes, a los que dominó sin despeinarse. Luego se metió en un par de casas, orinó en la entrada, y salió con la satisfacción del deber cumplido. Posteriormente amagó con morder a un veterano, que salió corriendo. Por último, y cuando ya completaba cuatro vueltas a la manzana, a punto estuvo de lanzársele encima a Florinda, la vaca del barrio, que al parecer tiene un problema en las mamas, la pobre.

Cuando muchos temían lo peor, el Nacho (que venía corriendo al bicho con un pedazo de carne y la correa en la otra) aprovechó que el Garúa se tiró al piso a descansar para tirársele encima, colocarle la citada correa, y arrearlo de regreso.

Claro está que ni bien entró, empezó a mover la cola cual Lassie anestesiado, y se convirtió nuevamente en el perrito dulce y juguetón que todos y todas conocemos.

Creer o reventar.