Su nombre es Ahmed, aunque en el
ambiente del periodismo deportivo lo llaman "el Doctor". Lo conocí el
miércoles, mientras la selección de fútbol de su país lograba arrancar un punto
del Centenario con las armas que durante tantos años supimos esgrimir con
orgullo: todos metiditos atrás, cero vergüenza a la hora de bajar al rival que
se escapa, y con una vocación ofensiva casi nula. Me dejó algunos conceptos que
me gustaría compartir mientras hacemos el clic que nos llevará sin escalas -a
nosotros y al Centenario- de la deportividad casi naif de los jordanos a los
desbordes emocionales del clásico.
Publicado en Brecha, 22-01-13
"Está bueno, bueno" me decía
Ahmed, mientras saboreaba un chorizo extra al que no se animó a aderezar. Con
53 años de periodismo deportivo, el hombre -declarado opositor a la figura del
entrenador egipcio del seleccionado jordano- me formuló diversas preguntas,
relacionadas con nuestro fútbol en general y con el partido de esa noche en
particular. "¿Quién es ese señor de bastón que ingresa al campo? ¿Es el del
caballo que está en la plaza frente al hotel?" "¿Quién es ese tal
Garrido? ¿Es un comediante de stand-up?" "¿Qué es la
garrapiñada?" Y así sucesivamente.
Pero lo que más le llamó la atención fue el
Estadio Centenario. "Tiene un alma noble y fuerte", me dijo. Ni bien
lo miré extrañado, acaso pensando que el chacinado había comenzado a operar
violentos cambios en su organismo, me explicó: "Es que en Jordania se dice
que los estadios tienen alma. La selección juega siempre en el Estadio
Internacional de Amán no porque sea el más lindo, ni el más cómodo, ni el más
grande. Juega ahí porque es el más fuerte de espíritu".
"Muy fuerte, pero se comieron
cinco", pensé, pero me marché sin decirle nada.
Si es cierto lo que me dijo Ahmed, al
Centenario me lo imagino como un viejo sabio y achacoso, de esos los que les
descubren una enfermedad incurable (el estado de la cancha) pero con la que
aprenden a llevar con dignidad. Una de esas personas que hoy las ves y estás
espléndida (la cancha lisita, las tribunas pintadas, las butacas recién
puestas), y la ves el mes que viene y parece que morirá mañana (la cancha
poceada, mugre por doquier, la pantalla rota).
Análogamente, los demás estadios del país
también deberían tener alma propia. Me imagino al Saroldi como una veterana
venida a menos pero que mantiene su encanto, al Parque Central como un
"nuevo rico" que se hizo un lifting y parece llevarse todo por
delante, al Tróccoli como un viejo grandote, gracioso y bonachón que se mama y
se pone violento, etc.[1]
El viejo Centenario debe tener problemas
para asimilar el pasaje del Uruguay - Jordania del público local que aplaude a
los rivales, del Príncipe en el palco y del hombre que tira pétalos de rosa por
la cancha, al del clásico del próximo domingo del público local que putea al rival
(y viceversa), del Palco con Carlos Núñez y del hombre que tira piedras o cosas
peores.
"¿Por qué se pelean tanto por mi
tribuna Ámsterdam, si es igual a la Colombes? ¿Será para no tenerse que dar
vuelta para ver la pantalla?" se preguntará el pobre estadio, que tampoco
debe comprender la insistencia de dirigentes y -algunos- hinchas de Peñarol por
cambiarlo por un estadio nuevo pero más chico y alejado.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que los
clásicos eran vividos como una verdadera fiesta. Se almorzaba y se arrancaba
para el Estadio, cosa de sacar la entrada sin problemas (nada de comprarla una
semana antes en un Red Pagos). Se picaba un poco de papel, se tiraba alguna
serpentina, se saltaba cuando la Ámsterdam cantaba "porompompón, porompompón,
el que no salta, es Peñarol" y se veía como la otra mitad de la Ámsterdam
(generalmente, la mitad más grande) cantaba "hay que saltar, hay que
saltar, el que no salta es Nacional". El éxito o el fracaso de un clásico
era medido estrictamente en términos deportivos, y no en la efectividad del
operativo dispuesto por el ministro del interior de turno. Lo peor que te podía
pasar es que Morena anduviera con ganas de patear al arco y Rodolfo quedara con
un brazo extendido, pidiendo un offside eterno que solo él era capaz de advertir.
Llegabas a tu casa y no tenías 200 mensajes recordándote que habías perdido
porque sos gallina, sos pechofrío, sos hijo, no tenés cancha, la tenés pero no
la llenás, y vivís de la mentira.
Pero no todo tiempo pasado fue mejor. Pues
por aquellos años, ir a ver a la selección era poco menos que un suplicio. Una
tarea extrema reservada para los verdaderos amantes del fútbol, lo que derivaba
en que -salvo honrosas excepciones- la selección se hubiere acostumbrado a
jugar ante un puñado de espectadores a los que rara vez alcanzaba a seducir.
La selección de Tabárez (que podrá ser o no
simpático en las conferencias de prensa, cuyos equipos podrán jugar o no de un
modo lindo de ver, pero que ya nadie podrá negar como el técnico más exitoso de
la historia del fútbol uruguayo) nos devolvió -si es que alguna vez las
habíamos tenido- las ganas de ver a la selección. ¿Se imagina lo que sería
nuestra vida si tuviéramos una selección acorde a nuestra liga, similar a la
que tuvimos -por ejemplo- entre 1991 y 2005?[2]
Nos veríamos obligados y obligadas -como
nos vimos- a interesarnos por otros deportes, a memorizar la lista de
candidatos presidenciables del Partido Nacional, a ver Yo y 3 Más, o cosas aún
peores.
Quiera Alá que Ahmed esté equivocado, y que
el Estadio no sea más que una mole de cemento casi vacía, recubierta de
asientos incómodos y mugrientos. Pues de esa forma nos sentiremos menos
culpables de someterlo a un nuevo clásico en el que lo que menos parece
importar es el fútbol. Y nos dolerá mucho menos remodelarlo para el 2030, cuando
Tabárez ya no esté y haya que salir a defender el invicto histórico.
Porque así lo manda la historia.
[1] Sin ánimos de ofender a nadie, el Palermo sería un votante de
Talamás, el Franzini una señorita fría y pituca con abono en el cine Alfa y
Beta, y el Domingo Burgueño Miguel de Maldonado un argentino con casa en José Ignacio.
[2] En esos años, la selección supo ser dirigida, en estricto orden temporal,
por: Luis Alberto Cubilla, Ildo Maneiro, Roberto Fleitas, Pichón Núñez, Juan
Ahuntchain, Roque Gastón Máspoli, Víctor Haroldo Púa, Daniel Alberto
Passarella, Víctor Haroldo Púa otra vez, Juan Ramón Carrasco, y Jorge Fossati.
14 comentarios:
se me ha dicho q a columna MONTEVIDEO BOSTA del dia de hoy no saldría en tiempo x inconvenientes técnicos...veremos mas de noche si es necesario disimular la derrota de Nacional! Saludos
Muy bueno Sr. director
Todo calculado Lanchi, todo calculado.
Mut bueno el coso Reches!
Por cierto, el sr. guido destila un putismo intergalactico en la foto.
hermoso
Jieden
Tabárez no es el técnico más exitoso de la historia del fútbol uruguayo. Es uno de los más, pero no el más.
Ta, la tiré.
Hoy con la aurinegra en el pecho, insultando a todo lo que se mueva desde mi sofá. Mañana, con la objetividad que caracteriza a las crónicas de los lunes de mañana.
Ojalá vuelvan los clásicos de antes algún día Reyes, por el bien de todos
Excelente, hay que decirlo.
Ahmed será hincha del Al Gharrafa?
Su nombre es Ahmeeeed
Vale 10 palos verdeeeessssss!!
... ... ... ...
Sigan ustedesss!
KABOOOOMMM!!!
Gracias por el apoyo, amigos y amigas.
Vine a leerla a pesar de que la recomendó el insoportable del gordo Delgado y le dió para atrás el viejo Adusto. Muy rico todo
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