Con la cola entre las patas

Al final no me contuve y volví a llamar a la chiquilina que conocí en Mc Donald's. Como mi padre dice que el teléfono es un lujo burgués, dejó de pagar Antel en el 97, por lo que tuve que llamarla desde el celular. Desde el celular de un compañero de trabajo (el Topito) mientras fritaba las papas. Que quedaron medio quemaditas, como a mí me gusta. Pero parece ser que a la botona de la supervisora le gustan más amarillitas, así que me encajó una amonestación y me mandó a trapear el pelotero.

"Mejor para mí", me dije. Con la excusa de limpiar un supuesto vómito, me metí por los túneles hasta guarecerme en una suerte de pequeña bóveda circular semitransparente, desde donde tenía una visión ideal de la escena circundante. Sin temor a ser descubierto, podía hablar tranquilamente con el celular del Topo, y de paso vigilar la ubicación de la supervisora. Cuando la veía venir, me dejaba ver a propósito, haciendo como que limpiaba una mugre en realidad inexistente, con cara de "¡tengo que limpiarla a como dé lugar!".

Llamé y otra vez me atendió un flaco. Como estoy medio a la marchanta, agarré y le conté la historia, y le pregunté por la mina. El tipo hizo una pausa, pareció tragar saliva, y me dijo que ese celular era de la hermana, que hace 4 años se fue de vacaciones a Los Titanes y desapareció sin dejar rastro, pero que cuando aparece, se contacta con alguien, le deja el celular, y se vuelve a escabullir.

Era la cuarta vez que lo llamaban al tipo con una historia similar. La primera fue un pibe que atendía un quiosco en 18 y Vázquez. El segundo trabajaba en Zara de Montevideo Shopping. Y el tercero trabajaba en Abitab. Y hablo en pasado porque a los tres los encontraron muertos al mes.

¿Entienden por qué estoy asustado?