La vida me sonríe

Ayer fui, luego de casi un mes de dieta, a la dietista, a controlar los efectos de mi casi total ayuno. Me llamó la atención que, pese a que llegué 15 minutos tarde, no había nadie dentro. Exactamente lo mismo me había pasado la primera vez. Me dije: "una nutricionista sin clientela, en este mundo asotado por el flagelo de la obesidad, debe ser mala señal... seguro que esta no te hace bajar un quilo ni de casualidad". No recuerdo haber tenido un pensamiento tan elaborado en mi vida.

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Pero entré. Le dije "disculpá que venga sin orden, es que como llegué tarde y había como 35 viejas en la cola... pero salgo y te la traigo". Mentira, no tenía un mango... menos mal que me dijo que no importaba, porque no iba a hacer otra cosa que ir hasta la caja, y salir corriendo.

Me enfrenté a la balanza, y me subí. Para alegría de todos y todas, bajé 6.700 kg. No se imaginan la felicidad. No la mía, sino la de la mujer. Seguro que nunca en su vida había logrado proeza semejante. Me abrazó al grito de "grande, loco... yo sabía que podías... andate, andate ahora antes de que algo cambie, ni se te ocurra volver por la orden, no, no pasa nada, total nos deben 4 meses y el medio aguinaldo del 2007". Me puse la campera, tomé el celular que había dejado sobre su escritorio (mi C115 pesa unos cuantos gramos, aunque no parezca) y me marché.

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Con una sensación agridulce, eso sí. Salí de la sociedad en dirección a un Mc Donald's (para festejar con un café con edulcorante). Al de Ejido, para ser más exactos. Y aproveché para sacarle una rápida fotografía a un amigo de Chávez, como para no venir con las manos vacías.