lunes, 1 de octubre de 2012

STCG II: "Felisberto, el tuerto"


Felisberto, el tuerto




            Uno de los tantos trabajos que tuvo Felisberto en su vida fue el de operador de faro (nuevamente pido que alguien me desasne al respecto de la nomenclatura aplicada a dicho oficio, se agradecerá). Su trabajo consistía, básicamente, en accionar un interruptor, más o menos como el hombre que trabaja en el interior del país cambiando las luces del semáforo (posta, lo vi una vez en “En foco”), pero con la salvedad de que lo hacía dos veces por día, una cuando oscurecía y otra cuando amanecía, a menos que se nublara el cielo al punto de necesitar luz los barcos para ubicar el puerto, pero esto no pasaba muy a menudo.

            Está claro que los riesgos de sufrir un accidente laboral eran mínimos. Detengámonos en ello, se pueden enumerar fácilmente.
            Primero que nada, estaba el mínimo riesgo de que, fruto de una torpeza, o fruto de una fruta, como la banana y su cáscara, cayera rodando por las escaleras. Y créanme que eran unos cuantos escalones.
            También había una mínima posibilidad de ser electrocutado por culpa de una falla en el sistema que manejaba. O sea, era simple, pero, como todo, podía fallar.
            Incluso cabe la posibilidad de que, por alguna razón, quizás ahí también un resbalón con la cáscara de un plátano, cayera al vacío, desde la cumbre misma de faro. Y ahí sí que no contaba el cuento.

            El hecho es que Felisberto, sufrió un accidente laboral y perdió un ojo. Pero, aunque usted no lo crea no fue debido a ninguna de las variables antes mencionadas,
            Fue así que se suscitó el trágico accidente:

            Era una noche fría en la playa, ventosa también, las olas golpeaban con fuerza contra las rocas de la escollera. Felisberto había aprontado el mate y, no sin antes abrigarse en extremo, salió a tomar mate en la cima del faro. Todo normal, parte de la rutina.
            De pronto, divisó a lo lejos una enorme roca que nunca antes había visto, lo que le llamó poderosamente la atención, puesto que lo único que hacía era mirar el mar, hacía seis años ya, y tamaño objeto no hubiera podido pasar desapercibido hasta el momento. Pero, hete aquí que al mirar nuevamente la roca se percató de que ésta (¿cuál?) era mucho más grande. Y ahí se avivó.
            No se trataba de una roca sino de una gigantesca ballena que se acercaba lentamente a la costa. Felisberto estaba sorprendido. De pronto, a unos cien metros, se detuvo, aclaró su garganta y pronunció:

            − Buenas noches. Disculpe, me presento, soy una ballena, un gusto saludarle.

“Opa” fue lo primero que pensó el operario del faro, cosa que solía hacer cada vez que se veía sorprendido por algo. Esta vez la sorpresa fue doble, así que me corrijo. Pensó “opa, opa”. Por un lado, se sorprendió de que una ballena hablara. Y, por el otro, se sorprendió de que hablara español o, en su defecto, que entendiera ballenio a la perfección y no lo supiera hasta el momento. “Podría haber trabajado en Mundo Marino”, pensó.

− Un gusto, yo soy un humano − respondió amablemente − mi nombre es Felisberto, pero me puede decir Feli, como prefiera. Usted, como lo ha dicho, y yo lo he notado, es una ballena. Pero, ¿cuál es su nombre?

            − No puedo revelarle esa información, sepa disculparme − dijo sinceramente el gigantesco animal − ¿Le puedo pedir una cosa? − Felisberto notó que la voz de la ballena tenía un tono nasal, característico de un resfriado cetáceo − ¿No tendría un pañuelo?

            − Sí, claro, pero me temo que no le servirá de mucho, debido a su tamaño. O sea, no es que la esté tratando de gorda, pero a las claras está que no puede servirle un pañuelo para humanos.

− Oh, es cierto, descuide. Sucede que estoy resfriada y… Y… Aguarde… − estaba por estornudar − ¡Hay, discúlpeme! Casi le estornudo en la cara. Por suerte pude contener… − antes de que pudiera decir “lo”, estornudó fuertemente, una lluvia se esparció directo hacia la punta del faro, a una velocidad increíble.
           
Felisberto pudo ver que, entre leas gotas, había un punto marrón claro, consistente, que había sido despedido con la misma velocidad. No pudo distinguir en un primer instante de que se trataba, parpadeó un segundo y, al abrir los ojos ya era muy tarde. Lo vio a la cara. Era pinocho, que justo se ve que había andado mintiendo un poco de más y su pinchuda nariz, se le clavó en un ojo.
FIN

13 comentarios:

f dijo...

sencillamente geniol!

Andrés Reyes dijo...

Creo que GJoffe le hizo bien el parate.

Andrés Reyes dijo...

A GJoffe quise decir.

Carles dijo...

Preciosa la propuesta Cofre, ojalá que no decaiga.

zorro d colonia dijo...

podría haber sido peor, para Felisberto, digo,que no se queje

Andrés Reyes dijo...

Sí, capaz que justo se había agachado a recoger una moneda, dándole la espalda al cetáceo, chrisnamunizándose al instante merced a la puntiaguda nariz del niño de madera.

Miguel dijo...

Y Pinocho? ah... ese es otro cuento? ta... no dije nada... Pa mi, terminó en el teatro de verano dando lástima como siempre... son destinos...

Miguel dijo...

Y Pinocho? ah... ese es otro cuento? ta... no dije nada... Pa mi, terminó en el teatro de verano dando lástima como siempre... son destinos...

pipicui dijo...

Kesman es Kesman, y Gjoffe no...

Para cuando la lucha en el barro con el Holden de los otros poemas?

Por otra parte, Dos poetas???
Está bien que queramos ser un blog sensible y alejarnos un poco de la imagen chabacana y berreta del Zorro de Colonia... Pero, dos poetas???... Era necesario?
Un solo Sinca, un solo Nacho, una sola Sofía... y dos poetas???

Andrés Reyes dijo...

Hay lugar para todos, Pipi querido.

Alvaro Fagalde dijo...

Si este es un blog de putos, es justo que haya muchos poetas.

Alvaro Fagalde dijo...

Si se me permite criticar, está mucho mejor eso de ponerse a narrar y dejar de lado el insistente recurso del metalenguaje.

Alvaro Fagalde dijo...

Qué sabre yo, por otra parte.