Así será el Mundial 2030

Entre Chiellini que se dejó morder y Figueredo que sigue mordiendo; entre Grondona, Balbi, Stuani y Wilmer Valdez ya no figuramos en este Mundial y tenemos que ir preparando nuestra próxima participación. Nada nos asegura que –con Paco volviendo a influir en los pasillos de la A.U.F. y Nelson Gutiérrez acogotando empleados de Fox Sports- podamos clasificar a los previstos Mundiales de Rusia 2018, Qatar 2022 o Monaco 2026. La única que nos queda para participar nuevamente es ganarle la precandidatura a Chile y organizar –supongo que asociados con el país donde Artigas no pudo conseguir la ciudadanía- la mentada Copa del Mundo 2030, que supuestamente una F.I.F.A. con la que nos reconciliaremos, integrada por jovencitos descendientes de señoras de honor, nos dará para celebrar que ha pasado un siglo desde que nos animamos a organizar la primera. No será poco logro asegurarnos una participación cada cien años con estos dirigentes que quedan.

El país será presidido por un Raúl Sendic que habría conseguido la candidatura oficial del Frente Amplio pese a no tener aún los 75 años mínimos que requiere esa fuerza política para ese tipo de nominación, luego de ganarle el balotage a la fórmula nacionalista integrada –previsiblemente- por uno de los hijos de Lacalle Pou y el ya veterano Jorge Larrañaga. El Ministerio de Deporte será ocupado por Pintado –o alguien peor- pero las decisiones más relevantes serán encomendadas al Comité Organizador integrado por personalidades experimentadas y conocedoras como Gustavo Torena, José Morgade, Enrique Peña y el Colorado de Omar representando a la oposición.  

Copiando la política empleada por la C.I.A., el F.B.I. y otras agencias similares que luchan por la paz en el mundo, quienes reclutan como asesores de seguridad a los hackers que logran burlar sus barreras, el Ministerio del Interior contratará a los más experimentados barrabravas para asegurarse de reprimir convenientemente a turistas e hinchas que no tienen nada que hacer en una competencia así, para asegurar que los desmanes reglamentarios (comercialización de televisores de última generación incluídos) se produzcan con total normalidad.

Como todo Mundial que se precie, habrá que construir estadios a un precio astronómico. Además de una costosa remodelación en el Centenario (obvio) y en el Charrúa –donde la demolición sólo costará unos mangos a un par de voluntarios corpulentos que hagan un poco de fuerza para tirar sus rajadas tribunas- se podría darle una oportunidad al Ubilla, de forma que los melenses se tomen la revancha después de los acontecimientos narrados en “El baño del Papa” y se levantaría desde cero un estadio para 40.000 espectadores –imitando el reciente ejemplo brasilero- en Tomás Gomensoro. Algunos activistas antiglobalización protestarán argumentando que difícilmente se llenará posteriormente con la liga local, pero ya se sabe que es gente destructiva que está siempre en contra de todo.

En resumen: haremos un gasto enorme y nos endeudaremos hasta la manija porque el grueso de las ganancias será para la televisión y la querida F.I.F.A. pero nos quedará el consuelo de que a los argentinos –que tendrán muchos más partidos por una simple cuestión de tamaño- les irá inevitablemente peor. Y ayudar a que se les complique la vida a nuestros hermanos del otro lado del río (aunque ya no estén los Kirchner)  compensará cualquier déficit. Y podremos volver a competir en un Mundial después de 16 años de fracasos reiterados en las eliminatorias, como nos espera de aquí en más. No es poco, me parece.

(Publicado en Brecha el 4/7/14)