miércoles, 4 de abril de 2012

Columnas en el recuerdo

Psicosis

El almacén típico del barrio tuvo una revolución este invierno, y fue la incorporación a la venta del alcohol en gel. En “El 7 negro” nunca se había visto ese producto, sin embargo fue de los que me salvó en junio y julio. Lo más parecido que había vendido eran unos cotonetes chinos que costaba el paquetito de 150 unidades unos 12 pesos. Lo cierto es que siempre aparece alguna amenaza que nos salva y nos mata a la vez. Nos mata en el sentido literal de la palabra y en el sentido “comercial” de la misma, pues esa amenaza genera psicosis en ambos lados del mostrador: el cliente por adquirir la solución a la amenaza y el almacenero porque cuando se le agota lo único que piensa es en la fortuna que no está pudiendo amasar por no tener repelente en barra cuando en el informativo hablan de cómo nos desangramos por dentro si te pica un mosquito más malo que Hitler. Ya saben a que me refiero. ¿Cuántos de ustedes no fueron corriendo al almacén cuándo luego del temporal aquel que inició la crisis de los Rupenián tirándole una antena, los meteorólogos anunciaron otro digno de ser visto en la peor película de cine catástrofe… a comprar velas?
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Me acuerdo del de los pingüinos en el canal 10 aconsejándole a la gente a viajar hacia el norte del río negro para evitar las consecuencias de la ira de Dios. En eso vino la Gloria, abuela del Maicol a pedirme plata porque lo iba a mandar al Maicol a tranqueras a lo de unos parientes por la tormenta. Obvio que no le di un mango. El Maicol es flor de cliente de masitas de a peso, y no me lo iba a perder por una lluvia de mierda; le dí unos cigarros sueltos para ella y un litro de kerosen “por las dudas” y le aclaré que yo esa noche estaba abierto hasta las 2 a.m. ¿Se acuerdan? No pasó nada y yo me forré de plata vendiendo hasta las velas de San Expedito.
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Pah, también estuvo la del aedes aegypty (si no se escribe así no me importa); fenomenal, ahí anexé el Off para la venta. Un pomito carísimo pero super rendidor. Le ganaba el doble y se lo llevaban igual; las tabletas las compraba a granel y las vendía sueltas, espirales, aerosoles y barritas de repelente. Buenísimo; cómo si fuera un farmacéutico me preguntaban si tenía “piretro natural”; yo les decía que sí, que eran las últimas, lo pagaban a precio de oro y lo usaban como si fuera arroz: sin importar gastarlo.

Pero lo de este año fue una locura, porque el alcohol en gel no sólo es carísimo, sino que es precioso de ver y de usar. Entonces como que le levantaba el estatus al boliche, yo lo coloqué en un estante al lado de los pañales sueltos “3 por 20” y parecía Tienda Inglesa. Un lujo. La gente lo miraba, miraba el “contenido neto”, sacaba cuentas… y compraba el más chiquito. ¿Solución? No compré más del chiquito y empezaron a llevar la botella de un litro. Me hice rico. Pero me dormí en los laureles, me dediqué a comprar tapabocas. Lo veía en los informativos, todos tapados hasta para pasear el perro (por acá andan sueltos), y pensé que iba a llegar eso acá. Pero no. A la gente no le gusta andar de tapabocas, creo que es porque se complica para fumar; así que me los clavé todos. Y el alcohol se me acabó, y no tenía un mango para comprar más y cada vez que me preguntaban si tenía alcohol me hacía un jaraquiri imaginario por la plata que no estaba ganando. En fin, me ganó el sistema. Ahora eso es sólo un recuerdo y espero la próxima psicosis global para repuntar, si tengo suerte la vaca loca llega a Uruguay y me forro vendiendo verduras.

(Publicado por Philip Michael Thomas)

3 comentarios:

johnny tramontina dijo...

Gran narrador gran.

Lucho dijo...

Muy cierto todo che...

Andrés Reyes dijo...

Lo bueno de esta columna, es que la leés hoy, y sentís lo mismo que hace tres años, cuando la leíste por primera vez.

Que es una poronga.