La aventura de un padre soltero

La historia es que un día, hace un par de semanas, mi mujer me dijo que se iba por laburo a la tierra del Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk, mejor conocida como la tierra del Fenerbahce de Lugano: Turquía.

El único tema a manejar: me quedaba solo con la botija.

El viaje tiene un tiempo estimado de ocho días de duración y si bien parece poco, transformados a la escala de una gurisa de 20 meses pueden parecer eternos (de hecho es un 1,3 por ciento de su tiempo de vida. Por ejemplo, equivaldría a unos 5 meses de mi vida, supongo, porque no soy bueno haciendo estas cuentas que no sirven para nada, se las dejo a Alf donde quiera que esté).

Como sea, la preparación del viaje incluyó el armado de un elaborado esquema de apoyo familiar para cubrir los momentos en que la niña quedaría sola debido a mis ocupaciones (las tengo), así como actividades adicionales como para entretenerla y evitar el bajón de que extrañe.

Ningún detalle quedó librado al azar y hasta se coordinó una visita a la psicóloga del jardín de infantes para ver cómo manejábamos la situación en la previa. Un lujo pequeño-burgués, debo admitirlo.

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Ya desde el arranque, el primer día sin la madre me sirvió como muestra de lo que será el resto de una larga semana, de la que cuando se publique esta columna habrán transcurrido apenas 72 horas.

Una de las primeras cosas que se extraña es la falta de apoyo para llevar adelante una serie de rutinas aceitadas que perfectamente funcionan de a dos, mas no de a uno: la secuencia "A la baña y cambia, mientras B prepara la comida, A le da de comer, B le lava los dientes mientras A calienta la mema y prepara la cama y B la acompaña hasta que se duerme" falla. La única solución que encontré por el momento para no terminar el día con la chiquilina despierta a las 12 de la noche es suprimir el baño, y todos contentos... por ahora.

Otra de las cosas pensadas para funcionar de a dos es el tema de los límites: una técnica que nos ha dado resultado es la de “policía bueno/policía malo" (uno más compasivo y el otro se pone firme, alternativamente), pero ahora carece de sentido. Intenté irme a la cocina y volver con otra actitud, pero la niña directamente se ríe y el efecto es nulo.

Tampoco se puede contar con un relevo para los momentos en que la paciencia se agota, y los niños saben como hacer que la paciencia se agote. Tienen un doctorado, un PhD, un título de grado, una diplomatura, una maestría, un máster, un magister, una investigación posdoctoral en agotar la paciencia.

Todo eso sin contar con alguna que otra vez en que la gurisa pregunta por la madre y uno tiene que recordar eso que dijo la psicóloga del jardín de "no hay que mentirle, las cosas hay que hablarlas" y la va llevando con frases como "mamá se fue a trabajar, se fue en un avión y va a volver" y similares, que por ahora funcionan bien.

“Y la cosa recién empieza”, pienso y caigo en la cuenta de que ya son las 2:00 am del primer día de padre soltero, todavía tengo que lavar los platos, dejarle la mochila pronta para mañana y me duermo parado mientras mi mujer flota a unos 37.000 pies de altura sobre el océano Atlántico.