miércoles, 30 de marzo de 2011

Adaptaditos


Llegó el gran día. De a poco se van estilizando, su cara de bebote se va esfumando una mañana tras otra, y cuando querés acordar, arrancan la guardería.

Si bien por razones laborales algunos padres se ven obligados a delegar el cuidado de sus hijos desde el tercer o cuarto mes de vida, los que podemos abusamos de las abuelas (paternas, maternas, postizas, de alquiler…) hasta que decidimos dar el gran paso hacia la institucionalización del gurí, entre los seis meses y los dos años.

Entonces uno descubre (otra vez) un mundo nuevo. Ya dejarlos en casa con una niñera (¿alguien conoce algún niñero? Yo, no) con mil recomendaciones es complicado. Ni qué hablar con las abuelas, que siempre tienen sus métodos y trucos mágicos de crianza, algunas veces buenos, otras no tanto (a quién no le pasó de abrirle el pañal al botija y descubrir que le habían hecho semejante engrudo con fécula de maíz sin nuestro consentimiento ¿eh?)

Todo aquello pasa ahora a un segundo plano. Con el uniforme dos talles más grandes y unos championes muy monos pero igual de grandes (para que le duren), arranca el primer día con el período de adaptación. No sé cómo será para los que van ocho horas, pero en mi caso que la voy a someter a mi hija al sistema mixto abuela + jardín 4 horas, es de lo más pintoresco.

El primer día van solo 15 minutos. Esto quiere decir que insume más tiempo vestirlo, convencerlo de ir y sacarle las correspondientes 300 fotos de “primer día” que el mísero cuarto de hora que permanece solito de la mano de la maestra. Es muy cómico ver a los padres escondidos en puerta del jardín tratando de tomar una instantánea de la independencia de su retoño.

El segundo día van media hora. Si el nuevo de la clase resulta ser “de los que no lloran”, al día siguiente ya le aumentan a una hora. En el caso de Manu, un ser sociable hasta la preocupación (a veces pienso que tiene la fantasía de cambiar a sus padres por un par de modelos de Pancho Dotto, pero todavía es muy chica para defraudarla diciéndole que no va a poder ser), la adaptación corre a la velocidad de un rayo. El viernes ya arrancó con las 4 horas.

Dicen los especialistas (una barra de exhaustas maestras jardineras –o educadoras iniciales, como les gusta llamarse ahora) que esta luna de miel dura una semana y que pueden hacer una suerte de “retroceso”, y extrañar mucho más adelante.

El lunes Manu estaba resfriada-mimosa y, con un poco de ayuda de su sobreprotectora abuela, llegó hasta la puerta muy contenta y, según ella, “no se quería desprender”. Supongamos que esto es cierto y no al revés, se cumplió la profecía de las maestras.

Ya veremos cómo le va de ahora en más. Sus amorosos padres le explicamos que disfrute del jardín, que está todo pago, y haga caso omiso de las estratagemas de la abuela que no ceja en sus intentos por demostrar su superioridad emocional.

Mientras tanto se me vienen a la mente muchas cosas más que tengo para compartir, como algunos elementos exóticos que encontré en la lista de materiales que me solicitaron para un ser humano que mide 80 centímetros.

Ampliaremos.

12 comentarios:

Vidiella dijo...

Voten a Franco!

Vidiella dijo...

Ahora si.
Maca, sublime columna.

me hace acordar a cuando, hace ya casi 14 años, mi primer retoño arranco el jardín.
La adaptación nunca existió. La llevé, volví al rato, y la maestra me dijo: está tan contenta... dejala.
Y listo.

Un par de años después, cuando la iba a buscar después del laburo, la muy guacha me pedía si se podía quedar un rato más.

con la segunda fue más normal, metió algún llantito como para que nos quedemos contentos.

Nacho dijo...

Estás en todos lados. Además de conocer tu plaza en el barrio Colón, hoy conocí tu calle en La Blanqueada/Tres Cruces.

Vidiella dijo...

tengo una también en el estadio, pero es Federico en vez de Francisco.

Pensar que llegué una generación tarde al reparto, la PMQLRMP!

Dobleveo dijo...

Preciosa columna.

A mí una de las cosas que más me divierten es el cuaderno de intercambio con la guardería, si uno logra la confianza suficiente como para escribir "hoy hizo caca a las 8 como una persona mayor" créanme que es un antes y un después.

nanodelchuy dijo...

Maravillosa columna.
El período de adaptación es un rompedero de huevos, qué un día una hora, qué al segundo una y media, qué al tercero 2 y cuarto...y por si fuera poco te encajan la semana de carnaval a la semana de empezar las clases y ahí...zas!!!
A la m...el período de adaptación. Con todo lo que el período de adaptación para una familia en la que (como todas o casi) trabajan los dos.
Por suerte (o por desgracia) los míos van al jardín/guardería, casi desde que nacieron, así que ya con 4 y 5, están más cómodos que un 6 a 0.

Luí dijo...

Una vez que el niño hizo su primera semana completa de horario completo, debería quedar encerrado en el centro lúdico-estudiantil y empezar a visitar su hogar en tandas de 20' diarios, de modo que los padres se vuelvan a adaptar a tenerlo hinchando las pelotas como moscas.
Ese chantún período de adaptación que aplica en la dirección Niño -> Colegio, bien podría ser recíproco y permitir adaptar el bolsillo durante las 2 semanitas que te curran con media hora, 40', 42', 67', 96', etc...

Bestiario dijo...

Nosotros no teníamos nada de período de adaptación ni esas boludeces y mirá como salimos eh!...


Ta, a lo mejor es bueno el período de adaptación si lo pensás de ese modo.

Andrés Reyes dijo...

Muy linda la propuesta de esta columna de propiedad compartida. Yo cuando dejaba a uno de mis hijos en la escuela por primera vez, me sentía un verdadero hijo de puta, pues presentía que lo iban a someter a indescriptibles vejámenes.

Alvaro Fagalde dijo...

Asi salimos...

fernando dijo...

Yo sí conozco a un niñero.

Vidiella dijo...

cuán duro lo que dice Fagalde, pero cuán cierto.

En mi caso, no sólo no hubo adaptación, sino que en 2do de escuela ya me mandaban en bondi, solo.
En una me pasé y terminé en la plaza independencia. Decir que de pedo, en vez de cruzarme con Achura, apareció una viejita que me puso en el mismo bondi pero pa'l otro lado.

La yegua (va con cariño) de mi madre, cuando a las 10 de la mañana aparecí en casa con cara de "fiuuu, al fin un lugar seguro", me hizo dar vuelta y rajar para la escuela.
No me dejó ni mear.