miércoles, 2 de octubre de 2013

De mientras




 ¿Qué podía escribir yo en esta columna luego de la contundente nota de Andrés Reyes sobre acoso infantil y juvenil? Lo único que se me ocurrió es tratar de ensayar, entre todos y todas, algunas recetas "caseras", más allá de lo que recomiendan expertos, psicólogos y todólogos acerca del tema. 

Lejos de eliminar un problema que siempre existió, pero que hoy se perfila como grave y estructural,  la idea es compartir un conjunto de herramientas para sobrellevarlo, algo así como una política de “reducción de los daños”. ¿Qué les parece?

¡Ahora!

Si hay algo que caracteriza a la infancia es la urgencia. De nada sirve ponernos a pensar en soluciones “a mediano o largo plazo”. El presente es perentorio. No quisiera escuchar nunca más el bolazo ese de que “los niños son el futuro”. Pamplinas. Los botijas son lo más presente que tenemos y deberían ser prioridad número uno en cualquiera de nuestras agendas (públicas, privadas, sentimentales y laborales), siempre.


La raíz del problema

Indagando en la definición de “bullying”, lo que aparece como sinónimo es “acoso escolar”. ¡Aha!, pensé: los botijas pasan demasiado tiempo en la escuela. Pero resulta que también sufren de acoso quienes asisten medio horario y el tema continúa y se acentúa cuando pasan a la educación media. ¿Dónde se encuentra entonces la raíz de este problema?

Antes quizás los amigos del barrio (que no siempre coincidían exactamente con los compañeros de clase) te podían tener medio fichado como “el gordo”, “el atorrante”, “antiojito” y la cosa se complicaba, pero siempre estaba la alternativa de ir a la familia del acosador, golperarle la puerta  y preguntarle cuál es el problema que los botijas no pueden solucionar sin ayuda de los adultos.

Pero ahora vas a un cumpleaños y dejás al gurí depositado en la puerta, sin tener muy claro quién es el adulto a cargo. Lo mismo con el jardín, el colegio, etc. ¿Cuántos de nosotros conocemos (me refiero a tener una relación personal, cordial o de amistad) a más de dos o tres padres de los botijas que pasan entre cuatro y ocho horas con nuestros hijos?

Se ha inventado un nuevo concepto que es “la vida privada de los botijas” ¡Pero cómo van a tener vida privada, si son botijas! “Ellos te cuentan lo que quieren”, te dicen las maestras con orgullo. Y acá entra el temita de la confianza. La confianza para con los familiares (no tienen que ser de sangre, sino la gente familiar, más cercana)  y también la confianza en sí mismos, que son dos cosas que van de la mano.


Con ese cuento de que “tienen que ser independientes” porque “es un mundo hostil el que les tocará vivir”, sumimos a los botijas en una soledad pavorosa, donde piensan que tienen que poder arreglárselas “solitos” con sus angustias, así como aprendieron a bajar las escaleras con la cola con menos de un año y cargar con una mochila que representa dos veces su propio peso. 

Que alguien les avise que ese mundo hostil lo construimos los adultos, y las justificaciones y mecanismos para que puedan vivir en él, también. Y ellos lo harán aun más hostil y más injusto, porque eso es lo que les estamos enseñando todos los días, a menos que tratemos de ir cambiando un poco la cabeza con pequeños gestos y de la única forma que realmente se aprende: con el ejemplo.

Hablemos (dijera Traverso)

“Mirá que me podés contar lo que sea, cualquier cosa, que mamá y papá no se van a enojar”, uno esperaría decirle esto a un preadolescente, cuando mucho, pero resulta que se lo tenés que decir así, con esos términos, a un botija de cuatro años cuando lo ves angustiado, medio tristón, como sin ganas de ir al jardín.

Con el tiempo uno descubre algunos truquitos que los botijas usan en su conversación. Por ejemplo, te cuentan las cosas como si le hubiera pasado a otro amiguito. “A fulano lo molestan porque... bla bla bla”, y resulta que la historia te suena harto conocida y coincide con algo que le preocupa a tu botija. También a la inversa, te cuentan algo que le pasó a otro o que le dijeron a otro como si fuera propio. Más que tratar de descubrirle la jugada, para mí hay que seguirle la corriente hasta que desembuche. “Y decime, a ese amiguito tuyo qué le parece que le digan eso y… bla bla”. 

A veces te desvían la mirada o dicen que les da vergüenza o juegan con algo mientras hablan contigo. Es importante tratar de lograr el contacto visual, aunque sea en absoluto silencio. Colocarnos a su misma altura, para evitar el “efecto gigante”. Respirar. Enseñarles el poder de la respiración abdominal (la misma que se usa para el yoga) para dominar las emociones. Se puede subir y bajar los brazos a ambos lados del cuerpo o estimularlos a que se toquen la panza y vean como se infla y se desinfla. Preguntar ¿y ahora cómo te sentís? Imaginar que por el aire que exhalan se van las “palabras tontas” que les dicen sus amiguitos, también eso los ayuda a calmarse.

Confianza

Algo que sí podemos hacer es reforzar su confianza ¿De qué manera? Que la historia me juzgue como madre si estoy equivocada, pero no veo para nada mal pedirse uno, dos o tres días de licencia en el trabajo (licencia reglamentaria, que nos corresponde por ley) simplemente para estar con los botijas. Quedarse con ellos y hacerle explícito el motivo: “mirá fulanito, hoy no fui a trabajar porque no aguantaba más las ganas de pasar tiempo contigo”.
No te digo en la escuela, pero con cuatro años, si se pierde una clase o dos de plastilina me parece que no pasa nada. Si ves que está medio tristón o tristona, se hacen “la rata o rabona” ambos y se quedan en casa tirados en el piso, cocinando, comiendo cosas ricas, jugando a cualquier divague, disfrutando de un buen baño con juego incluido, quizás una siesta reparadora abrazados ¿por qué no? Eso es como un benzetacil de confianza para el botija. 

Otra idea piola que podemos implementar es contactar a algunos amiguitos que no sean del jardín (amigos del barrio, hijos de compañeros de nuestros laburos que tengan su misma edad, ex compañeros de colegio/escuela) e invitarlos a merendar el fin de semana o un viernes, por ejemplo. Cambiar de aire siempre viene bien. 

Puede ser que incluso nuestro botija intente aprovechar la situación para tomar el lugar del acosador y hacerle a los otros lo que no le gusta que le hagan. Perfecto. Usted estará allí para captar el momento educativo en el aire y conversarlo in situ

Lamentablemente a veces los botijas “envidian” el supuesto “lugar de privilegio” del acosador e intentan imitarlo. Está bueno que sepan que este no es el camino a seguir, que el mundo no es dicotómico aunque a veces así parezca, y que hay un abanico de posibilidades más allá del binomio acosador-acosado. Enriquecer esta alternativa quizás sea la mejor forma de empezar a romper el círculo.

*Bonus 1: "All of them palindromes. Three times a palindrome"
*Bonus 2: ¿Qué debe saber un niño de cuatro años?  de Alicia Bayer, autora de este blog

12 comentarios:

Sinca Bellos dijo...

Maca querida, me encantaría poder leer tu columna en este instante, pero no voy a poder.
Intentaré más tarde, ya que seguro será imperdible.

Un oasis de sensatez y buenas costumbres entre tanto degenerado.

Macarena dijo...

Sinca:

Espero tener pronto mi licencia de conducir, luego de un primer fracaso con el Sr. Inspector Fachomalaonda.

¿Cuándo vuelve tu columna? ¿En cuántos idiomas te tengo que pedir que vuelvas?

Carles dijo...

Aplauso, medalla y beso para ti Maca. Preciosa columna.

andal13 dijo...

Impecable, Macarena. De lectura obligatoria.

zorro d colonia dijo...

eseksional columna,Maca,una guía que no debe faltar en la crianza de nuestro botija

Mauro M. dijo...

Ta, en serio, canten la justa: de donde sacaron a Maca? Esto es como ir al campito y conseguir el pase del próximo Forlan a cambio de una bolsa de pelotas y dos juegos de camisetas. DES PE GA DA!

Christián dijo...

En mi barrio habia un botija que me cascó un par de veces cuando yo tendría unos cinco años. Mi padre preocupado por mi falta de reacción me metió a jugar al baby fútbol con el menor infractor. En una práctica, el técnico vio que yo le tenía un poco de pánico a este botija, y me dijo algo como "en cada pelota que te choques con menganito, pegale una buena patada. No te preocupes que no te va a pasar nada". Dicho y hecho, tuve licencia para darle duro al botija que no podia reaccionar sin que el técnico lo cagara a puteadas. Al año ya nos hicimos amigos y nunca más hubieron peleas de ningún tipo. ¿Cuál es la moraleja de esto? Mande a sus hijos al baby futbol.

Master dijo...

Esta botija no para de dar cátedra en este blog, excelente contenido!!! Dale más piola que llega hasta el sol.

Nunca tuve mayores problemas en la escuela con el Bullying, salvo cuando iba a tercero y los de 6to nos daban palo porque llovía, y mis viejos tenían tiempo conmigo, inobjetable mi niñez, fue muy buena.

Espero poder responder de igual manera a mis crios cuando los tenga...

Ah, que palabra que me costó aprender como se escribía...

nanodelchuy dijo...

Brillante columna!

Diego Floyd dijo...

Maca, la deja así de chiquita, descosida, fláccida, quita las ganas de seguir mirando fobal.

El otro día, en la columna del dire, el gran Fagalde de la gente deslizó -espero que en serio- que iba a mandar a los gurises que algún día tuviera a hacer boxeo o karate.

Seguros de que el camino no es cambiar golpe por golpe sino conocernos a nosotros mismos, afianzar nuestra personalidad, tener autocontrol, saber que lamentablemente podemos hacer daño a otros pero conocer y entender el por qué pudiendo hacerlo ELEGIMOS NO HACERLO, adquirir disciplina y a la vez divertirnos y practicar un deporte es que RECOMIENDO AMPLIAMENTE DESARROLLAR UN ARTE MARCIAL. Sea cual sea.

Y los espero de a uno, aunque no devuelva sus golpes porque como dijo el gran David Carradine prefiero colgarme de las pelotas antes de tirar una patada voladora.
Y lo hizo.

Diego Floyd dijo...

Ta, pero como que igual les podemos pedir bien poquito a los pibes no?
http://www.cronica.com.ar/diario/2013/10/02/56632-vive-con-dos-munecas-inflables-y-es-feliz.html

Macarena dijo...

Nunca voy a comprender cabalmente la relación entre la calidad de una columna y la cantidad de comentarios.

Supongo que no hay relación (o sí). No lo sé.

Gracias por los inmerecidos elogios.