Y como estos, mil

A continuación, un listado de
elementos que nos hacen comprender que, después de todo, todo tiempo pasado fue mejor.

a- Los juguetes duraban más, tanto física como emocionalmente.
No sé si a usted le pasa, pero yo me pasé toda la infancia jugando con prácticamente los mismos autitos, marca Majorette, Matchbox o acaso algún Tómica que se mechaba. Me encariñaba con cada uno, sabía cuál corría más ligero, cuál tenía una rueda doblada que lo hacía girar levemente, y en qué circunstancia me habían comprado cada uno. Por ejemplo, tenía un fusquita y un Porsche verde que me los compraron de premio por haber ido al doctor sin chistar allá por 1983 (se ve que faltó diálogo, porque mi padre me compró el primero y mi madre el segundo; o sea, dos premios por el mismo logro). Luego tenía un camión que venía con unos containers que me había traído mi Tío Héctor de Francia. Hoy todo eso ha perdido. ¿Por qué? Porque Hot Wheels le quitó la gracia a los autitos. Tiene demasiados modelos, y están demasiado pendientes de las modas. Por ejemplo, hace un par de meses tenían los Hot Wheels de Angry Birds. No faltará mucho para que saquen el de Justin Bieber o Lacalle Pou.



Algo quizás más grave sucede con las pelotas. No sé usted, pero yo tuve dos pelotas en mi vida infantil (creo ya haber hablado al respecto). Uno primero se la pedía a los Reyes (nada de Papa Noel, que era un viejo con pinta de Andrés Salcedo que con suerte te traía una baratija), y después la cuidaba. Hoy en día le hacés un cumpleaños al botija y le regalan 14 pelotas Nike. Todas son Nike. Que es una empresa norteamericana. ¿Cuántos Mundiales ganó Estados Unidos? ¿Cuántas Copas América? Aguanten las Cubilla, papá.

Calculo que con las muñecas ha de pasar algo similar. Pero nunca tuve.

b- Se podía salir a jugar a la calle.
No hablo de la seguridad: chorros, matones y abuelas fatalistas siempre hubo. Me refiero a la posibilidad de salir a la puerta y terminar jugando con desconocidos. Eso se está terminando de perder gracias fundamentalmente a los teléfonos inteligentes.

No sé qué sentido tiene estar todo el día con el telefonito prendido. Haga el ejercicio de ir a una plaza, vea la gente de menos de 50 años que encuentre sentada en un banco, y vea cuántos están descansando, y cuántos están meta tapizar de dedos la pantalla. ¿Qué es eso tan importante que tienen para hacer que no pueden esperar? ¿Eh?

c- El fútbol uruguayo era feo, pero querible.
No sé cómo explicárselo. Digamos que tenía mística. En Peñarol jugaba el Chueco Perdomo, y vos sabías que ibas a ir dentro de un año, e iba a seguir jugando el Chueco Perdomo. En Nacional pasaba lo mismo con el Chango Pintos Saldanha. En Rampla jugaban los Santurio, en Cerro atajaba Roverano, en Defensor Silva Cantera y Tuja, en Wanderers Peletti y Di Pascua. Lo invito a que agarre el póster del Nacional campeón 2012. Repase la alineación y verá que salvo el Cachorro (que es suplente desde la época de Manga) no queda casi ninguno.

d- Esperábamos una semana para ver el fútbol italiano o el alemán.
Me dirá que era una bosta escuchar el relato de Yannuzzi con Silvio Luiz de fondo, pero le teníamos cariño. Ya en la semana intentabas informarte sobre cuál iba a ser el partido transmitido por Bandeirantes, "u canal do sporti" (sonaba así). Ahora tenés fútbol todo el tiempo, y llegamos a la conclusión de que el fútbol italiano es una bosta.

Ni que hablar de la emoción que nos daba en los 80s ver fútbol alemán en el 5, los sábados al mediodía. Eran partidos que tenían como 3 semanas de jugados, pero qué más daba. Se dirá que Salcedo (relator de aquellos partidos) terminó siendo acusado de pedofilia por su propia nieta, pero en los 80s no teníamos cómo saberlo.

Afortunadamente no todo está perdido: ahora si no tenés Direct TV estás condenado a ver fútbol argentino. Que no es el fútbol argentino de Bochini, Hrabina, Giusti, Garré, Corti y Fillol, no. Es el de Lanzini y Cauteruccio.

e- La escuela duraba 4 horas y no 8.
No sé a usted, pero a mí me costaba bastante ir a la escuela, estar las 4 horas, y volverme a casa. No había mejor sentimiento en el mundo que el de mirar el reloj y ver que eran las 11:47 y el timbre estaba por sonar. Si me retrotraigo, e imagino sintiendo que llego a la escuela y me quedan 8 horas por delante, no descartaría el suicidio con un mechero bunzen o un erlenmeyer cortado.

Yo iba a la escuela a aprender, no a tener dónde quedarme mientras mis padres iban a trabajar. Aún así, mis padres trabajaban. La plata daba justo para llegar a fin de mes y comprar un televisor nuevo cada diez años. La tarjeta de crédito era para un objeto desconocido y oligarca que me generaba desconfianza, casi tanta como el desconocido que te regalaba un caramelo en el ómnibus.

Comparta usted las suyas, haga el favor.