El hermano mayor

El otro día, viendo cómo los sub 17 argentinos baboseaban a los nuestros tras empatarles un partido con un gol ilícito, me preguntaba qué extraño mecanismo mental llevó a esos jovenzuelos a festejar tan airadamente un empate, de local, ante un equipo como el nuestro, humilde, laburador, sin grandes estrellas, que ni siquiera venía cumpliendo una campaña destacable, comandado por un entrenador con apellido chistoso.

Es que en el fútbol, festejar un empate (por más agónico, por más 9 contra once, por más fau que haya sido), salvo cuando necesitás el punto para ser campeón, es algo indigno para un equipo poderoso como el de Humbertito Grondona, aquel mismo que dirigió las juveniles del Club Nacional de Football durante la época de Ceferino, que era expulsado partido por medio, y que vaticinó que Uriel Pesce sería el nuevo Maradona (no tenemos datos relativos a la drogodependencia de Pesce, pero ésa sería la última chance de concretar el designio).

No tardé mucho -soy lento, pero hasta mi lentitud tiene sus límites- en razonas que estos pibes nacieron entre 1996 y 1997. O sea que:



- Nunca vieron jugar a Maradona. Pero sí lo vieron hablando con una pelota parlanchina en un programa que conducía Goycochea.
- No saben que Goycochea era arquero: piensan que es conductor de televisión. Desasnarlos sería como pretender convencerlos de que Alejandro Fantino jugó de back en Independiente.
- No solo no vieron nunca a Argentina campeona del mundo: nunca la vieron pasa de cuartos de final.
- Nunca vieron a la selección albiceleste ganar una Copa América, aunque sí la vieron perder dos finales ante Brasil.

Y podríamos seguir. Son chicos que no conocen el siglo XX, aquel de la selección argentina que jugó tres finales de Copa del Mundo en 12 años, el de las Copas América ganadas al hilo en los 90, el del fútbol local interesante (uno hasta se bancaba a Gorzy y Moar con tal de ver los goles relatados por Araujo, que en aquella época todavía nos caía bien). La Argentina del 1 a 1, la de Video Match divertido, la del Cofre de la Felicidad, la de Susana que te regalaba un millón de dólares y no una licuadora como ahora.

Y lo que es peor: están viendo cómo los equipos de los que son hinchas se están yendo de a uno al descenso: River ya se fue, Independiente también, San Lorenzo capaz que zafa pero va para ahí, Racing siempre está cerca y Boca como siga comiéndose de a 6 terminará jugando ante Boca Unidos, en duelo fratricida.

Lo único que tienen es a Messi. Y todos sabemos que Messi se ha francescolizado: cada vez jugará más allá, y menos acá ("¿Messi tiene que venir? Si tiene ganas"). Encima ahora se lesionó y se comió cuatro ante los teutones.

O sea que: no podemos culparlos. Los entendemos. Nosotros también fuimos grandes, y cuando dejamos de serlo, y todos parecían haberse dado cuenta salvo nosotros, nos costó muchísimo.