viernes, 7 de octubre de 2011

Un loco lindo


Bueno muchachos y muchachas, el contenido de esta columna no tiene nada que ver con su idea original, porque me encontré con algo que me gustó mucho, y me dieron ganas de contarlo. 

Lo que hoy les traigo es un pequeño fragmento extraído del "Códex Romanoff", que le atribuyen al genial Leonardo da Vinci. En él se cuentan un montón de historias y anécdotas protagonizadas por el propio Leonardo, de entre las cuales se destaca una faceta no tan popular del italiano elemento: sus aportes culinarios. En este campo, Leo realizó aportes de lo más variados y estrambóticos, que me parecieron dignos de ser repoducidos en este prestigioso medio.

Ahora bien, el texto en cuestión está hacia el final de la columna, pero ésta me quedó desproporcionalmente larga, por lo que les presento dos opciones para encararla: La primera es arrancar con una pequeña reseña histórica, ingeniosamente ubicada entre asteriscos y la otra es saltearse alegremente la parte histórica, e ir derecho a los bifes. Lo dejo a su criterio, elijan y ojalá que lo disfruten.

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La cosa era más o menos así: Corría el año 1473 en la ciudad de Florencia, cuando Leonardo, de unos inciertos 21 años, se encontraba ganándose la vida en la calle haciendo dibujos y tocando el laúd. Había quedado sin laburo luego de varios intentos frustrados de incursionar en la cocina. Su primer approach había sido como camarero en una taberna llamada "Los Tres Caracoles", donde luego del envenenamiento múltiple de todo el staff de chefs, lo ascendieron a jefe de cocina. Dicen los que iban que el tipo servía ingeniosos e innovadores platos, asentando precedentes en la invención de la Nouvelle Cuisine, pero que el tamaño de las porciones era tirando a miserable. Hecho desafortunado, porque en esa época la gente solía tener más hambre que criterio artístico, por lo que lógicamente, de ahí lo terminaron rajando. Luego, Leo decidió ponerse su propio local con un amigo (un tal Boticelli) al que nombraron “La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo”. Un fiasco. Tal vez fue por el nombre de boliche gay, o tal vez porque el plato principal eran brochettes de orejas de cerdo (receta patentada por Leonardo), pero lo cierto es que el negocio no iba ni pa' atrás ni pa' adelante.


Así que en esas estaba Leo, desempleado y tocando su charango, cuando se desata una pequeña guerra entre quien era el señor de su ciudad, Lorenzo de Médici y nada menos que la importancia de lo que significa un Papa. Aprovechando la bélica situación, y con el fin de conseguir aunque sea una changa, Leonardo decide enviarle a Lorenzo unas maquetas de máquinas de asalto hechas con pasta y mazapán a modo de currículum, para demostrarle sus habilidades en la construcción de artificios para la guerra. El apellidado Médici no cazó del todo el mensaje y entregó las pequeñas obras de arte a unos invitados que tenía en el palacio, quiénes no dudaron un instante en devorarlas**.


Ante este nuevo fracaso, il pibe Lio decide tomárselas de Florencia y rumbea para Milán. Lorenzo de Médici, con cierto cargo de conciencia, responde dándole una carta de recomendación para Ludovico Sforza, duque del Milan. Al leerla, Leonardo advierte que no le hacía una gran propaganda, sólo había una vaga referencia a sus cualidades de tañedor de laúd, pero nada sobre su talento artístico o ingenieril, por lo que resuelve decorar un poco la presentación, que le quedó más o menos así:

"No tengo par en la fabricación de puentes, fortificaciones, catapultas y otros muchos dispositivos secretos que no me atrevo a confiar en este papel. Mis pinturas y esculturas pueden compararse ventajosamente a las de cualquier artista. Soy maestro en contar acertijos y atar nudos. Y hago pasteles que no tienen igual."

A Ludovico lo enganchó esto de los pasteles, así que accedió a entrevistarlo, y lo hizo consejero de fortificaciones y maestro de festejos y banquetes de su corte. Leonardo permaneció mucho tiempo en lo de Ludo, donde experimentó en profundidad con el campo culinario. Se destaca su invención del tenedor de tres dientes, del sacacorchos para zurdos y de algo que llamó "pan con sorpresa", que era algo así como un sándwich  relleno de ubres, testículos, orejas, rabos e hígados (esa era la sorpresa). También se dedicó a la observación de las costumbres y conductas cortesanas, y el resultado de dicha observación, derivó en la redacción de las siguientes reglas protocolares:

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Normas de buenos modales

No está de más aclarar que todas estas normas, que les pueden parecer curiosas y hasta ridículas, sólo describen situaciones cotidianas y naturales, que el amigo da Vinci presenciaba con frecuencia a la hora de sentarse a comer con los cortesanos de Milán. A continuación, cito las más notables.
Boticelli siempre le hizo el aguante a Leo en todos sus emprendimientos
Norma 1: A falta de servilletas, buenos son los conejos.
Me olvidé de comentarles que Leonardo inventó también las servilletas. He aquí el por qué:

"La costumbre de mi señor Ludovico de amarrar conejos adornados con cintas a las sillas de los convidados a su mesa, de manera que puedan limpiarse las manos impregnadas de grasa sobre los lomos de las bestias, se me antoja impropio del tiempo y época en que vivimos. Además, cuando se recogen las bestias tras el banquete y se llevan al lavadero (¡!), su hedor impregna las demás ropas con las que se lavan".


Norma 2: A la mesa con Detaquito.

" Si hay un asesinato planeado para la comida, entonces lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será el objeto de su arte, y que se sitúe a la izquierda o a la derecha de esta persona dependerá del método del asesino, pues de esta forma no interrumpirá tanto la conversación si la realización de este hecho se limita a una zona pequeña. En verdad, la fama de Ambroglio Descarte, el principal asesino de mi señor Cesare Borgia, se debe en gran medida en su habilidad para realizar su tarea sin que lo advierta ninguno de los comensales y, menos aún, que sean importunados por sus acciones. Después de que el cadáver, y las manchas de sangre (de haberlas), haya sido retirado por los servidores, es costumbre que el asesino también se retire de la mesa, pues su presencia en ocasiones puede perturbar las digestiones de las personas que se encuentran sentadas a su lado, y en este punto un buen anfitrión tendrá siempre un nuevo invitado, quién habrá esperado fuera, dispuesto a sentarse a la mesa en ese momento."


Destaca la delicadeza por parte del asesino de retirarse luego del crimen para que a los demás no les caiga mal la comida. Porque la buena educación es lo primero.

Norma 3: Errores que todos cometemos, pero que deberíamos evitar al sentarnos a comer.
El que no tenga algún pariente que haga esto, que tire la primera piedra:

  • Ningún invitado ha de sentarse sobre la mesa, ni de espaldas a la mesa, ni sobre el regazo de cualquier otro invitado.
  •  Tampoco ha de poner la pierna sobre la mesa.
  • Tampoco ha de sentarse bajo la mesa en ningún momento.
  • No debe poner la cabeza sobre el plato para comer.
  • No ha de poner trozos de su propia comida de aspecto desagradable o a medio masticar sobre el plato de sus vecinos sin antes preguntárselo.
  • No ha de enjugar su cuchillo en las vestiduras de su vecino de mesa. 
  • No ha de limpiar su armadura en la mesa.
  • No ha de morder la fruta de la fuente de frutas y después retornar la fruta mordida a esa misma fuente.
  • No ha de escupir sobre la mesa.
  • No ha de pellizcar ni golpear a su vecino de mesa.
  • No ha de hacer ruidos de bufidos ni se permitirá dar codazos.
  • No ha de poner el dedo en la nariz o en la oreja mientras está comiendo.
  • No ha de hacer figuras modeladas, ni prender fuegos, ni adiestrarse en hacer nudos en la mesa (a menos que mi señor así se lo pida).
  • No ha de dejar sueltas sus aves en la mesa.
  • Ni tampoco serpientes ni escarabajos.
  • No ha de cantar, ni hacer discursos, ni vociferar improperios ni tampoco proponer acertijos obscenos si está sentado junto a una dama.
  • No ha de golpear a los sirvientes (a menos que sea en defensa propia).
  • Tampoco ha de prender fuego a su compañero mientras permanezca en la mesa.
  • No ha de hacer insinuaciones impúdicas a los pajes de mi señor ni juguetear con sus cuerpos.
  • Y si ha de vomitar, entonces señor, por lo menos debería abandonar la mesa.


** Un saludo para Noir y Peratta.

12 comentarios:

Andrés Reyes dijo...

Muy buena.

Consulta: ¿por qué los perros muerden a la señora despelotada?

nanodelchuy dijo...

Las normas de buenos modales son maravillosas!
*No ha de golpear a los sirvientes (a menos que sea en defensa propia).
*Tampoco ha de prender fuego a su compañero mientras permanezca en la mesa.
*No ha de hacer insinuaciones impúdicas a los pajes de mi señor ni juguetear con sus cuerpos.

Anónimo dijo...

Para que quede en evidencia su humillación pública. Pero eso es referido al amigo Sandro (una flor para ambos), que si gustó esto, podría comentar otro día.

Igual reconozco que se me fue la mano con la longitud y con la temática.

Anónimo dijo...

A mi me gusta la de limpiar el arma en vestiduras ajenas. Deta lo hará?

Paulo dijo...

muy bueno!

nanodelchuy dijo...

Ah, yo no lo dije, pero la columna está muy buena.

pipicui dijo...

A mi me pareció una columna excelente, si señor...

Anónimo dijo...

Pensé que con la foto de Di Caprio atraería a más féminas... Pero no.

nanodelchuy dijo...

Ele: no te olvides que acá somos todos putos.




Es lógico que atraigas más hombres, si así se nos puede llamar

el abu dijo...

Muy buena columna, sin dudas.
Interesante el protocolo de asesinato, muy prolijo por cierto. Lindo estar afuera en el Hall esperando que marche alguno para asi poder sentarte a comer.

Alvaro Fagalde dijo...

A mí me encanta cantar chascarrillos indecentes al lado de las damas.

Lo de que no se pueda prender fuego al que está al lado, me parece bastante de intolerantes.

Notable columna, Ele querida.

Anónimo dijo...

Se agradecen todos los comentarios positivos.

Capaz que es hora de cambiar el rumbo de essta colugna.

Qué decís, Andrés?