Haré Crisna

En apenas cuestión de horas, cuatro de las manifestaciones culturales de mayor arraigo en nuestro país vivieron horas por demás trascendentes, en general con finales poco felices. Lo que de alguna forma nos hace sentir que los efectos de la crisis ya se están experimentando sobre nuestra alicaída república oriental.

Primero fue el fútbol, una vez confirmada la renuncia del mejor intencionado que evaluado Corbo. Posteriormente el carnaval, en polémica decisión vinculada a planillas de Excel que suman mal (sería lindo saber si por “error informático” se entiende una mala programación, un dedo mal puesto, o el popular “virus cachete” que se activa durante los meses de febrero). Enseguida el básquetbol, con una definición que tuvo como gran protagonista a un jugador previamente amenazado por hinchas rivales. Y por último el boxeo, con la brillante exhibición con la que nuestro parlamento –verdadero semillero del deporte de los puños– volvió a premiarnos para algarabía de quienes se regodean ni bien las imágenes de nuestros noticieros comienzan a recorrer el mundo.

No conozco a nadie que guste de los Zíngaros. En general todos hablan pestes del citado conjunto, y del parodismo en general, apuntando las naves hacia la polémica personalidad de su director responsable, el ex funcionario de Tenfield Ariel (el) Pinocho Sosa. A quien –en el mejor de los casos– no dudan en premiar con calificativos tales como terraja, sensiblero, o amante del lugar común. Sin embargo, su agrupación se ha vuelto a quedar con las preferencias del público, a través del voto electrónico.

¿Será que a la gente le da vergüenza asumir que le gusta la propuesta de Sosa y sus adolescentes movedizos? ¿Será que el voto popular de nuestro carnaval está arreglado? En todo caso, podría oficiar como otra muestra más de la hipocresía de nuestro pueblo, que se la da de culto pero que no duda en colocar a Show Match al tope de los ratings.

Sí conozco a varias personas cuyas almas se crispan al escuchar los primeros acordes del “arroz con leche me quiero casar”, inconfundible tonada que desde hace un buen tiempo cierta empresa estatal nos ha obligado a relacionar con la púgil Cris Namús. La joven ramplense tiene una gran ventaja por sobre otros efímeros héroes de nuestro deporte: pone en juego su prestigio apenas un par de veces al año. De hecho, la hemos visto pelear dos veces, enseguida nos creímos que es campeona del mundo (satisfaciendo nuestra intrínseca necesidad de ser primeros en algo, sin importar mucho en qué), y enseguida nos olvidamos de los Pablito Cuevas, los Diego Forlán, los Milton Wynants, y todos los demás héroes que últimamente han venido pugnando por ocupar el sitial que alguna vez le perteneció a Gustavo Trelles.

Con el aporte de nuestros parlamentarios, la realidad deportiva uruguaya amenaza con modificarse de raíz. Allá donde antes una maestra veía dos guachas cascándose en un recreo, ahora verá dos proyectos de Crisnamuses, que vendrán a potenciar nuestra posibilidad de obtener alguna medalla vaya a saber uno dónde. Claro que deberán apurarse: así como Milton Wynants se quedó sin piernas a la segunda vuelta de esa carrera rara que solo él entiende en 2004, desapareciendo inmediatamente de nuestras tandas publicitarias, algo similar podría pasarle a nuestra Tigresa Acuña si –el día menos pensado– se come un par de piñas y termina mordiendo la lona. Seguramente Ancel tiene bien estudiado el calendario de combates pactados para nuestra gran esperanza deportiva, buscando acompasar sus campañas publicitarias con las defensas de su bien ganado cinturón de la WIBA, una federación con menos prestigio que la Liga de Bochas de Guruyú.

Toco madera sin patas.