La vi en un Moviecenter, de noche. Hacía frío, o al menos eso sentía. En la sala éramos 3: una chica rubia y muy hermosa, un tipo más alto y prolijo que yo, y yo, naturalmente. Al día siguiente la bajaron de cartel.
Confieso que no daba dos pesos por la película, pero ya desde la primera escena (unos tipos en bicicleta, en logrado “travelling”) quedé cautivado. Cautivado por la chica rubia y hermosa ya mencionada. No saben qué lindo se delineaba su perfil al entrar en contacto con la imagen reflejada por la pequeña aunque blanca pantalla del cine posmoderno. Digamos que era de esos rostros que uno no puede dejar de mirar.
La historia es más bien simple: allá por 1988 en la lejana Melo, cuna del travestismo oriental, un bagayero se la rebusca como puede (y puede poco), en compañía de su esposa y de su hija. La esposa era una pobre víctima de las circunstancias. En una ocasión, el protagonista -flor de mamerto- la sacudió un poco porque no le quería soltar unos mangos, pero a los diez minutos la conmovió con una bombacha roja de dudosa procedencia. Vivían en una casita humilde, de esas que en Melo parecen ser moneda corriente, con las paredes ayunas de pintura pero con estufa a leña.
Sin embargo, la mayor desgracia para el matrimonio era la hija, que además de contestataria y medio tupamara, tenía berretines de grandeza. En lugar de corte y confección, quería ser locutora, y terminar prostituyéndose por dos mangos, o aún peor: en Bien Despiertos. Muy equivocada estaba esa chiquilina, hay que decirlo. Muchas veces practicaba haciendo notas ficticias, para mí que sufría algún tipo de desequilibrio.
Confieso que no daba dos pesos por la película, pero ya desde la primera escena (unos tipos en bicicleta, en logrado “travelling”) quedé cautivado. Cautivado por la chica rubia y hermosa ya mencionada. No saben qué lindo se delineaba su perfil al entrar en contacto con la imagen reflejada por la pequeña aunque blanca pantalla del cine posmoderno. Digamos que era de esos rostros que uno no puede dejar de mirar.
La historia es más bien simple: allá por 1988 en la lejana Melo, cuna del travestismo oriental, un bagayero se la rebusca como puede (y puede poco), en compañía de su esposa y de su hija. La esposa era una pobre víctima de las circunstancias. En una ocasión, el protagonista -flor de mamerto- la sacudió un poco porque no le quería soltar unos mangos, pero a los diez minutos la conmovió con una bombacha roja de dudosa procedencia. Vivían en una casita humilde, de esas que en Melo parecen ser moneda corriente, con las paredes ayunas de pintura pero con estufa a leña.
Sin embargo, la mayor desgracia para el matrimonio era la hija, que además de contestataria y medio tupamara, tenía berretines de grandeza. En lugar de corte y confección, quería ser locutora, y terminar prostituyéndose por dos mangos, o aún peor: en Bien Despiertos. Muy equivocada estaba esa chiquilina, hay que decirlo. Muchas veces practicaba haciendo notas ficticias, para mí que sufría algún tipo de desequilibrio.
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Lo cierto es que el Papa (no el de ahora, el de 1988) llegaba al pueblo, que veía en el evento la oportunidad para despegar del anonimato. Todos sus habitantes se inclinaban por los microemprendimientos y las pymes. Mientras la chica rubia comía pop con singular delicadeza, casi sin hacer ruido y sin dejar caer una sola partícula sobre el piso alfombrado, una vieja narraba cómo sacó un préstamo para comprar 5.000 chorizos y así montar su choricarro. Dónde mierda guardó los chorizos hasta la llegada del sumo pontífice, es algo que no me atrevo a conjeturar, pues la señora confesaba haberlos adquirido con varios días de antelación, acaso previendo un crack del mercado del chacinado.
El protagonista, que traía bagayo del Brasil en una bicicleta zaparrastrosa, en compañía de su vecino de color (de color negro) y hablar gracioso, sufrió una lesión de meniscos mientras –si será pelotudo– corría una carrera con el citado moreno.
Ahí decidió comprarse una motito. Nada del otro mundo, no. Una hondita, una velozolé, cualquier cosa que le permitiera eludir el puesto de la aduana (atendido por un ex Decalegrón) con su cargamento de yerba con pilas adentro, whisky brasuca, y demás vituallas para el almacernero moralista del barrio, que le pagaba con esos billetes con la imagen de Artigas que se ven en Tristán Narvaja.
Entonces, como su nombre lo indica y a fin de hacerse con los mangos necesarios para la compra del birrodado, decide edificar un baño en las proximidades de su hogar. Porque se preveía la llegada de unos 50.000 brasileños. A un culo por brasileño, eran como 50.000 culos, amén de las vejigas, por desgracia más proclives a ser desagotadas entre los matorrales.
Ahí les confieso que el recuerdo de la película se me torna un poco borroso. Es que, por alguna extraña razón, la chica rubia me miró, se sonrió, se puso de pie y se acercó hasta sentarse exactamente asiento por medio (de mí). Yo la miraba como embelesado, totalmente ajeno a las alternativas de la película que –presumo– tendría un final infeliz.
Lo cierto es que el Papa (no el de ahora, el de 1988) llegaba al pueblo, que veía en el evento la oportunidad para despegar del anonimato. Todos sus habitantes se inclinaban por los microemprendimientos y las pymes. Mientras la chica rubia comía pop con singular delicadeza, casi sin hacer ruido y sin dejar caer una sola partícula sobre el piso alfombrado, una vieja narraba cómo sacó un préstamo para comprar 5.000 chorizos y así montar su choricarro. Dónde mierda guardó los chorizos hasta la llegada del sumo pontífice, es algo que no me atrevo a conjeturar, pues la señora confesaba haberlos adquirido con varios días de antelación, acaso previendo un crack del mercado del chacinado.
El protagonista, que traía bagayo del Brasil en una bicicleta zaparrastrosa, en compañía de su vecino de color (de color negro) y hablar gracioso, sufrió una lesión de meniscos mientras –si será pelotudo– corría una carrera con el citado moreno.
Ahí decidió comprarse una motito. Nada del otro mundo, no. Una hondita, una velozolé, cualquier cosa que le permitiera eludir el puesto de la aduana (atendido por un ex Decalegrón) con su cargamento de yerba con pilas adentro, whisky brasuca, y demás vituallas para el almacernero moralista del barrio, que le pagaba con esos billetes con la imagen de Artigas que se ven en Tristán Narvaja.
Entonces, como su nombre lo indica y a fin de hacerse con los mangos necesarios para la compra del birrodado, decide edificar un baño en las proximidades de su hogar. Porque se preveía la llegada de unos 50.000 brasileños. A un culo por brasileño, eran como 50.000 culos, amén de las vejigas, por desgracia más proclives a ser desagotadas entre los matorrales.
Ahí les confieso que el recuerdo de la película se me torna un poco borroso. Es que, por alguna extraña razón, la chica rubia me miró, se sonrió, se puso de pie y se acercó hasta sentarse exactamente asiento por medio (de mí). Yo la miraba como embelesado, totalmente ajeno a las alternativas de la película que –presumo– tendría un final infeliz.
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Pero justo cuando había decidido dar el movimiento en dirección a mi presa, la chica se paró y se fue. Habrá ido al baño a empolvarse la nariz, pensé. Pero media hora más tarde deduje que nunca volvería, como Sting, Manzanares y la Cherry Coke.
Pero justo cuando había decidido dar el movimiento en dirección a mi presa, la chica se paró y se fue. Habrá ido al baño a empolvarse la nariz, pensé. Pero media hora más tarde deduje que nunca volvería, como Sting, Manzanares y la Cherry Coke.
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Tardé unos quince minutos en acusar el golpe. Para cuando reaccioné, la película había terminado (los créditos iban por la parte de la banda sonora). Viéndome presionado a arriesgar un final, calculo que la empresa del baño fracasó, y con ella los sueño de moto nueva del bigotudo (sí, usaba bigote el tipo, bien ochentoso) y su hija símil Blanca Rodríguez.
Tardé unos quince minutos en acusar el golpe. Para cuando reaccioné, la película había terminado (los créditos iban por la parte de la banda sonora). Viéndome presionado a arriesgar un final, calculo que la empresa del baño fracasó, y con ella los sueño de moto nueva del bigotudo (sí, usaba bigote el tipo, bien ochentoso) y su hija símil Blanca Rodríguez.
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A seguir bagayeando, tanto ellos, como yo.
A seguir bagayeando, tanto ellos, como yo.
17 comentarios:
Gran narración Dugui.
La próxima atacá más rápido.
No te pierdas loco.
Notable Dugui, hilarante, concreta y con una historia que se desarrollaba en paralelo. Ahora me preocupa que empieces con los tecnicismos como travelling. Lo tuyo no va por ahí loco, para eso está la gilada vos metele con tu visión particular del cine.
"El Baño del Papa" en realidad es parte de una serie de 4 películas que irán saliendo con el correr de los años, las siguientes partes son:
- "El Baño de la Papa"entretelones del baño de W un fin de semana con fiesta de electrónica
- "El Baño de Puppo" La tragedia del Nacional del 97
- "El Baño de la Popu" una historia de amor entre un barrabrava de Peñarol y una estudiante de paleontología que confunde el baño de la Amsterdam con las calles de Mumbai.
Otra historia a contar muy similar es la de la gente de Durazno, tratando de hacer un peso con los peludos que van al Pilsen Rock...
Muy buena Dugui
Dugui, de a poco te vas convirtiendo en un clásico que mejora semana a semana!
Sos un grande loco!
La verdad, hace dos semanas nadie daba un cobre por vos, Dugui.
Ahora tampoco, pero ya me caés mejor.
dugui
yo he dado un cobre por vos, desde el inicio
* los estoy metiendo en un frasquito, para cuando te veas en la necesidad, muy necesaria, vendes algo de cobre y haces plata...
pero Dugui hermano,tenes menos reaccion que el Fede Dominguez,vas pa'tras mijito.
Vamo'arruca que no está todo perdido,sos un gran gurí
Creo que Nacho y Perezvila te han dado siempre para adelante, Dugui.
No te pierdas.
Fantastico Dugui,segui asi no cambies nunca loco.
PD:Yo ya puse mi cobre por Dugui. Calentito quedaste dire.
ay dugui...no se si es la ausencia de lostmakers, pero yo q vos me la juego con PV (o nacho, como prefieras) q siempre te dieron...para adelante, claro
Ah bueno!
Sofi salió del sótano queriendo sacarle el lugar al Zorro.
Zorro, tenés tu pareja perfecta!
Sofía es un mono con metralleta. Con todo respeto. Le hace mucho bien a este blog.
hola Sofi,how you doing?
ojala fuera de un sotano (no austríaco, eh) de donde pudiera salir en vez de estar recluida por gripe por segunda vez en un mes casi...hasta prefiero estar en clase de matematica!
queres que me vaya hasta tu casa vestido de enfermero y con todos los implementos característicos?
gracias por la oferta...pero ya tengo a quien contagiar, aunque el me contagio a mi!
Bien metida, Sof.
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