Llegó el fin de semana

Ayer de tarde, mientras tropezaba con algunos problemas de álgebra, me puse a pensar en algunas manías que me han acompañado desde que tengo memoria.

Por ejemplo: cuando voy por la rambla, intento no pisar las baldosas oscuras. Otra: si veo un cortejo fúnebre, me toco los genitales. Otra más: soy siempre el último en subir a los ómnibus. La última: siempre desayuno café con un refuerzo de jamón y queso, viendo el programa de Gastón Solé.

De todas esas obsesiones, la única que me deparó alguna dificultad fue la del ómnibus. No sé por qué, pero los policías insisten en ser los últimos en subirse. Calculo que es una forma de atenuar la culpa que les supone viajar gratis, aun cuando hayan abandonado el cuerpo policíaco durante la administración de Sandra Dodera.

.
Recuerdo una vez que uno se me puso difícil. No quería subir con nada, e incluso me invitaba a mí con fingida cordialidad. Pero yo, que soy un tipo con convicciones fuertes, le banqué la vista bien fija al milico, al que seguía invitando una y mil veces a subir, señalándole la escalerilla del rodado. El hombre, fruto de un espíritu tributario de un pasado en el que ser policía era mucho más que llevar gorra, bancó la cuereada y no se inmutó.

A minuto y medio del comienzo del duelo, el 468 arrancó y se fue, con su chofer cagándose en alguna de nuestras casquivanas madres. Lo miré al milico y le pregunté: "¿en los taxis también te llevan gratis?"

.

Nunca respondió.