La medalla para el que la trabaje

La medalla otorgada al Pato Celeste en ocasión del recibimiento brindado a los subcampeones mundiales sub 20, nos habilita a reflexionar sobre quiénes deberían ser premiados y quiénes no toda vez que se produce el desenlace de un evento deportivo. 

La historia es conocida: a fines de los años 90 nació el Pato Celeste, obra de un tal Gustavo Torena, que previamente había probado suerte con el "Pato Bolso" (mascota que durante un corto tiempo acompañó al Club Nacional de Football)(*). Para quien nunca lo vio: su disfraz consiste en una máscara símil Pato Donald (de quien también tomó prestado el dialecto), y una camiseta de Uruguay que siempre es de un modelo anterior al vigente. Curiosamente, en sus inicios sus ojos eran celestes, pero hoy en día los tiene verdes.

Su popularidad nunca fue grande: más bien se lo veía como un componente bizarro más de nuestro fútbol. Los integrantes de aquellos planteles de principios de siglo incluyeron entre sus cábalas la de hacerle una "morta" al citado pato tras cada triunfo resonante (seguramente uno de los primeros ejemplos de bullying deportivo), procedimiento tras el cual el ave solía terminar en el piso, sin su máscara, seguramente dolorido pero dejando exhibir una sonrisa genuina, propia de aquel que se siente parte de un grupo aunque le haya tocado un rol más bien miserable(**).

Por suerte para él, en aquella época los triunfos resonantes eran más bien esporádicos.

En 2001 vivió su momento de gloria (entró a la cancha a hacer bobadas en lo previo a un partido por Eliminatorias para retrasar su comienzo y así poder jugar con resultados vistos). Desde entonces ha tenido intervenciones intermitentes, y sus apariciones son más vinculadas a la "viveza criolla" ("pero mirá, se volvió a colar este pato hijo de puta" comentaba una señora en el Centenario días atrás) que a una decisión de la AUF o de la Empresa Tenfield de oficializar su condición de mascota.

Lo cierto es que alguien puso plata para hacerle una medalla. Si hubiera sido un chajá en lugar de un pato, hasta podría haber quedado como un gesto cómico. Pero mientras nadie asumía el haber tomado la decisión de otorgársela, él mismo se encargó de justificarla en base a su condición de "buscavidas". Según él, se la merece porque se financia los viajes de su bolsillo, y presta su desinteresado apoyo al equipo de todos. Es más de lo que pueden decir los barrabravas de los equipos grandes, claro está. Pero quizás sea insuficiente para justificar tamaño reconocimiento.

Del pato al pito 

Ahora bien, ¿no estaremos pegándole injustamente al ave color cielo, cuando hay otros actores que también reciben sospechosas medallas sin que nadie lo objete? Y no hablemos ya de las preseas que recibe el tercer golero del campeón (que en planteles de 23 jugadores es el que siempre sobra) sino de las que reciben, por ejemplo, los árbitros.

Afortunadamente, hace no tantos años no se usaba darle una medalla a los árbitros de una final. Colegiados como el soviético Bakhramov (el línea de la final del Mundial de 1966 que convalidó un gol inexistente del inglés Hurst) o el mexicano Codesal (que fue uruguayo hasta que inventó un penal en la final de 1990 entre alemanes y argentinos) pudieron ahorrarse el placer de ser insultados en alemán y español rioplatense, respectivamente.

Ahora, ¿está bien que los árbitros reciban medalla? ¿A quién le ganaron? ¿Qué pasa si como el soviético o el mexicano se equivocan y con un fallo cambian el destino de la final? ¿Reciben medalla igual? El instinto deportivo nos lleva a pensar que para ganar una medalla tenés que ser campeón (o vice, o tercero), y para ser campeón tenés que haber ganado aunque sea un partido. Y para haber ganado, otro tiene que haber perdido. O dicho de otra manera: para ganar una medalla tenés que haber corrido el riesgo de perderla. Mas cuando arranca la final, los árbitros (¡incluso el cuarto!) ya saben que tendrán su medalla, pase lo que pase.

Sin embargo, Andrés Pollero (árbitro asistente de Primera División del fútbol uruguayo) manifestó a Brecha: "el común de la gente ve al árbitro como un funcionario, como un burócrata de las reglas. Pero el árbitro o el asistente es también un deportista, y tuvo que competir. Para estar en el mundo FIFA hay que salvar pruebas que no muchos futbolistas u otros deportistas de elite aprueban, someterse a las más altas exigencias. Es un éxito. No es el partido; es el camino". Es posible que tenga razón, más allá de que cuesta acompasar la imagen de ciertos árbitros uruguayos con la de un atleta olímpico.

Suerte que existen los Premios Iris 

De todas formas, prevalece la concepción clásica de que los árbitros que llegan más lejos son aquellos que mejor se vinculan y mejor venden su imagen, no los que mejor arbitran. Amén de que justificar la medalla en que "a la final llegan los mejores" nos habilitaría a darle una medalla también a los periodistas que cubren las finales, con lo cual Da Silveira tendría más medallas que Usain Bolt.

Pues los periodistas deportivos, para "llegar", también deben salvar durísimas pruebas (conseguir avisos, recibir sueldos bajísimos, solventarse los viajes). Y una vez que han llegado, el esfuerzo ha de ser aún mayor para mantenerse en la cúspide, y evitar que otros -quizás mejor formados o con ideas más interesantes para aportar- se queden con lo que les costó tanto conseguir.

Por eso seguirá siendo mucho más democrático el juego del fútbol que todos los demás órdenes de la vida. Con un poco de suerte, Miramar Misiones le puede ganar al Bayern Munich en el Méndez Piana. Pero Komjetán nunca le podrá ganar a Collina, ni el periodista que cubre el entrenamiento de Rampla podrá empatarle a Buysan.

(*) Sin embargo, en 2011 en cancha de Vélez Sarsfield gritó "Peñarol para todo el mundo", lo que motivó la reacción de la policía bonaerense. Años atrás había sido detenido por 24 horas en Argentina por ingresar a la cancha previo a un partido. Quedó en libertad bajo fianza. No queda claro si permaneció en el calabozo con la máscara puesta. 

(**) La "morta" consiste en, entre varios, pegarle a un integrante del grupo, con un uso no excesivo aunque respetable de la fuerza, y con fines no del todo claros, generalmente vinculados a un festejo.

(Publicado en Brecha, 27/07/2013).