domingo, 1 de noviembre de 2015

No todo tiempo pasado fue mejor

¿Qué fútbol uruguayo teníamos cuando nació Brecha? Resulta muy tentador afirmar que teníamos uno muy parecido al que tenemos ahora: adentro de la cancha, lento, aguerrido, desprolijo. Y afuera de la cancha, también. Sin embargo, si hilamos un poco más fino veremos que si 20 años no es nada, 30 son bastantes.
Publicado en Brecha, 23-10-15.

En 1985, la Asociación Uruguaya de Fútbol se embarcaba en una de sus tantas crisis internas (y eternas), que le llevaron a tener una docena de presidentes en diez años. La expresión “Ejecutivo Provisorio” pasaba a ser regla, y resultaba difícil abrir un diario y no leer que alguien declaraba a viva voz, y sin temor a equivocarse, que el fútbol uruguayo era inviable.

Poco más de un mes después de la asunción de J. M. Sanguinetti como presidente de la República, la selección celeste comandada por Omar Bienvenido Borrás, logró su clasificación a la Copa del Mundo a disputarse en México, tras 12 años sin jugar una (o 16, si consideramos que en 1974, pese a que Uruguay participó, no llegó a jugar). Al entrenador se lo acusaba de improvisar desde el desconocimiento, dada su extraña condición de profesor de educación física devenido en entrenador.

La revista Guambia no perdía oportunidad de asociar sus éxitos deportivos a la suerte, tanto que para la edición previa al Mundial colocó una foto suya en portada, de espaldas, en las que se rascaba su cabeza calva, convertida en trasero. Ya con Uruguay eliminado y bajo el título “Llegó la hora de poner la cola”, la portada invitaba a ponerle la cola a un burro cuya cara era la del entrenador celeste[1]. Sin embargo, la edición en inglés de Wikipedia le recuerda el mayor de sus logros: el haber inventado la expresión “grupo de la muerte” para referirse al que le había tocado en 1986, integrado por Alemania, Dinamarca y Escocia.[2]

Borrás se pasaría casi todo el año 1985 probando jugadores que luego quedarían afuera del Mundial. Por ejemplo, Juan Ramón Carrasco fue el número diez hasta que comprendió que el entrenador se inclinaba más por darle la titularidad a un joven Francescoli . En el arco, el tricolor Gualberto Velichco fue titular en varios partidos amistosos, aunque a México terminarían viajando Rodolfo Rodríguez, Fernando Álvez y Celso Otero, acaso el único punto de continuismo con el proceso actual.

De entrecasa

Para los hinchas de Nacional, 1985 fue seguramente el peor de sus 116 años de historia. Promediando el campeonato uruguayo, llegó a ir en la última posición del torneo, dirigido por Luis Garisto, que se peleó con la figura del plantel (Carrasco) porque llegó tarde a un entrenamiento. Nacional contrató a Cubilla y recuperó posiciones en la tabla pero en base a un fútbol feo de ver, con un mediocampo poblado de gente proclive a trancar con los dientes, expresión que vivió su punto más alto en un clásico en el que los albos salieron al campo con el zaguero Oscar Aguirregaray de enganche[3].

Amén de los deportivos, los equipos grandes de 1985 tenían problemas económicos. Por eso decidieron hacer un convenio con la empresa Anda para que se transformara en el primer sponsor en aparecer en ambas camisetas. Paralelamente, crearon la “Copa de Oro de los Grandes”, un campeonato a 8 partidos entre Peñarol y Nacional. El razonamiento fue éste: si el clásico es el único partido en el que se venden entradas, pues juguemos 8 clásicos en un año y recaudemos 8 veces más. Pero en la práctica, ayudados por lo desigual de la competencia (se jugaron 6 y Nacional ganó solo uno, y por penales), hubo clásicos en los que el estadio lució semidesierto. El caos fue tal en Nacional, que por primera y única vez en su historia, quedó afuera de la Liguilla. Peñarol fue el campeón pero prácticamente nadie se acuerda de aquel equipo.

En ese momento de la historia de nuestro fútbol comenzaba a gestarse el período de supremacía local de los equipos chicos, quienes al amparo de que Nacional y Peñarol vivían problemas económicos y priorizaban la Copa Libertadores (encarando la competencia local con los inolvidables “equipos de emergencia”), encontrarían espacio suficiente para ganar 6 campeonatos de 8 entre 1984 y 1991. Pero salvo Defensor y Danubio, que lograrían acompasar las buenas campañas con un orden institucional que les impulsó a sobresalir, los demás equipos que consiguieron dar la vuelta olímpica o bien dejaron de competir en algún momento (Bella Vista y Progreso), o han estado más en Segunda que en Primera (Central).

No todo tiempo pasado fue mejor

Más allá del riesgo de pensar que el fútbol uruguayo actual es mejor que el de 1985 porque Nathan Nández es más rápido que el Chueco Perdomo, sí podemos arriesgar que hoy estamos un poco mejor. Dejaremos de lado la selección porque resulta obvio que Tabárez es más respetado (aunque no menos atacado) que Borrás: los números lo avalan, y a nadie en su sano juicio se le ocurriría volver a los tiempos de Marty McFly.

A nivel directriz, la AUF parece haber alcanzado una inesperada estabilidad: luego de la renuncia forzada de Bauzá, nadie ha hecho grandes cuestionamientos a la figura de Valdez, acaso porque nadie sabe bien de dónde salió (ni siquiera tiene ficha en Wikipedia) ni dónde queda la sede de Rentistas como para ir a pedir referencias. Es probable que la estabilidad sea hija de que ha sido funcional a los intereses de quienes mueven los hilos de nuestro fútbol, pero quizás sea demasiado pronto para juzgarlo.

En cualquier caso, hoy el fútbol uruguayo es más lindo de ver que hace 30 años, aunque en aquel entonces fuera más sencillo ver los goles (hasta el Canal 4 los pasaba, dado que aún nadie sabía quién era Bardanca ni qué era Tenfield). Las canchas de hoy están en mejores condiciones, y pese a que buena parte de los estadios no cuentan con los elementos mínimos necesarios como para albergar un espectáculo público, ha habido mejoras: Peñarol casi tiene estadio, Nacional aumentó y seguirá aumentando el tamaño del suyo (o al menos, construirá un hotel en la tribuna Atilio García), la cancha del Centenario ya no es un “campo para plantar patatas, y de las malas”[4], sus tribunas están pintadas de celeste y no ya de aquel beigecito miliquero. Danubio le puso cemento a la tribuna de la Palmera, construyó cabinas cómodas para la prensa y colocó butacas, y seguramente otros equipos seguirán invirtiendo en mejorar las condiciones estéticas del show, para que tanto el que concurre a la cancha como quien encienda la televisión o se conecte al wifi tenga intenciones de seguirlo haciendo.

El gran problema de nuestro fútbol local, que se transmite al internacional, es que la competencia –hoy como ayer– sigue siendo desigual. Nacional y Peñarol tienen más presupuesto (algo que pasa en todo el mundo con los equipos grandes), cuentan llegado el caso con el favor arbitral ante la duda (algo que también pasa en todos lados) y cuentan con la posibilidad de jugar las tres cuartas partes de los partidos en una o dos canchas (algo que solo pasa acá). Hace 30 años era más común que los grandes visitaran las canchas chicas, y acaso por eso –entre otros factores– luego no tenían tanto problema en definir los torneos internacionales que les tocaba disputar.

Por eso, Peñarol debe estar agradecido con Liverpool y con todos aquellos equipos que decidan oficiar de locatarios, y sometan al plantel mirasol a las condiciones menos amigables posibles. Pues aunque todos quieren ser campeones uruguayos, la auténtica gloria se consigue fuera de fronteras, y aunque esté a  10 minutos del centro, visitar Belvedere puede ser un buen comienzo.


[1] Las opciones eran: cola de burro estándar, un zapato, un diploma (presumiblemente de entrenador), una jeringa, un supositorio y una bomba.
[2] Casi todos los últimos entrenadores de la selección han dejado alguna frase para el recuerdo: Luis Cubilla (“quiero jugadores con hambre”), Juan Ahuntchain (“matemáticamente tenemos chance”), Jorge Fossati (¿cuántas Copas América ganó Perú? ¿2? Uruguay ganó 14. Buenas tardes”) y Oscar Washington Tabárez (“no me conmine”). A Víctor Púa, hombre de pocas palabras, se lo recuerda más por un gesto (el cabezazo al aire en la última jugada del match ante Senegal en 2002).
[3] El partido terminó empatado 0 a 0, como no podía ser de otra manera.
[4] Expresión con la que el entonces entrenador del Real Madrid Benito Floro describió el campo del Centenario, tras un match Real Madrid – Nacional disputado a principios de los 90.

3 comentarios:

Am I Evil? dijo...

Entonces toda esta disertación era para sobársela a Palma por haber sacado a Peñarol del estadio Centenario?

Comparto (lo de sacar a Peñarol del estadio, no lo de sobársela a Palma) pero me resultó un poco innecesaria. Igual te quedó preciosa.

faraón dijo...

Casualmente el Dr. Vázquez fue consultado por el consumo de carnes rojas, el conflicto de la bebida y el gas y de ésta enjundiosa nota, que vio la luz en un semanario tan prestigioso. Su contestación nos dejó perplejos: pompitas de jabón.

Nacho dijo...

Excelente. Suscribo los conceptos y rogaría ver aunque sea un compacto de la actuación del Vasco Aguirregaray de 10 en ese clásico. Me deleito de solo imaginarlo.