Hays, en realidad, era el presidente de la creada para la ocasión Asociación de Productores y Directores. O sea, un empleado de la industria y no un censor propiamente dicho. Y pese a que no era demasiado liberal ni permisivo sino bastante pacato y represivo, estuvo durante años en un complicado equilibrio entre un montón de organizaciones que pedían más y más prohibiciones con adjetivos de todos los colores y tamaños -incluyendo numerosas alusiones poco amables al caracter judío de la mayoría de los dueños de los estudios- y las propias empresas productoras que sólo pensaban, obviamente, en recaudar más, defendiendo la libertad de expresión todo lo que las recaudaciones exigieran.
Si bien quien esto escribe está alineado radicalmente contra cualquier expresión de censura y de tutelaje por la fuerza de gobiernos, iglesias o similares, también tenemos que situarnos un poco en la época de este conflicto. Porque, como suele pasar, la verdad no está 100 % en un solo bando.
Pensemos en un público -unos 80 años atrás- menos maduro cinematográficamente, en cuanto menos habituado a ver ficciones como parte de su vida. Nosotros ahora tenemos decenas de canales de cable que nos pasan películas y series las 24 horas, pero en aquel momento, sólo se veían ficciones en una pantalla grande, como parte de una salida.
Hay varias anécdotas de actores insultados o golpeados por la gente que los reconocía en la calle por algún papel de villano. La gente creía regularmente lo que los agentes de publicidad inventaban descaradamente en revistas de cuarta categoría que se dedicaban a fantasear sobre las vidas de esos famosos con gran éxito de ventas. Por suerte, en estos tiempos que vivimos ya no pasan esas cosas. Pero en la pantalla de Hollywood seguían existiendo héroes W.A.S.P. de una sola pieza, atléticos y buenmozos y chicas inocentes y virginales, preferentemente rubias.
El público se extasiaba con delincuentes viriles, intrépidos y duros como el que más y con provocativas mujeres que se burlaban de hombres torpes; la mayor representante y, también, la más censurada, fue la comediante Mae West (*) quien no necesitaba desnudarse ni apelar a la explicitud para ser atrevida y divertida. Para peor, hubo un par de delitos no demasiado leves en que los autores dijeron haberse inspirado en películas para actuar, lo que no ayudó mucho que digamos a quienes se oponían a la represión a Hollywood.
La censura, tanto la que clamaban legiones moralistas como la que fue ejerciendo progresivamente Hays especialmente desde 1934, cuando se crea la Agencia del Código de Producción (PCA), como concesión inevitable de los estudios, no sólo atacaba a los desnudos, ni pretendía evitar que se exhibieran violencias o crueldades que pudieran afectar a niños o adolescentes, tal como se ha dicho ya aquí. También dictó, a través de clérigos y legisladores varios, cuáles eran las conductas que se debían promover.
No sólo los delincuentes y similares tenían que recibir siempre su castigo correspondiente, también los (y las) adúlteros, quienes no fueran demasiado afectos al trabajo y se dedicaran a la bebida (atenti, Tabaré), a las drogas o vicios peores. O al sindicalismo, válgame Dios. Nadie podía sentirse insatisfecho en su matrimonio o en su trabajo, los vagos la pasaban mal y terminaban como el traste. En algún momento se intentó sugerir -por decirlo de alguna manera- cuáles eran los temas que sí se debían tratar: héroes de la independencia norteamericana, deportistas célebres, empresarios que triunfaron... todo por la positiva.
Al llegar y masificarse la televisión en los 50 y los 60, la edad promedio de los que iban al cine descendió vertiginosamente y poco a poco comenzó a colarse en las programaciones de la cartelera norteamericana los ejemplos de los nuevos cines europeos (y alguno latinoamericano) muchísimos más audaces y frescos que los demasiados vetustos y adocenados films propios. Primero cayó en los hechos la anticomunista lista maccarthista y luego la censura propiamente dicha. O más bien, el Código Hays: la gente comenzó a dormir en la misma cama y los delincuentes comenzaron a tener papeles protagónicos interpretados por grandes estrellas, mientras se veía alguna que otra teta.
Salada la canchita, una columna que anda con todo al aire, hoy te trae una película que no vi pero que provocó bastante revuelo en su tiempo: Nuevo Mundo, realizada en 1976 que tuvo muchos problemas de prohibiciones por otras razones que las que desarrollamos en esta columna. Esta realización del interesante director Gabriel Retes -ninguna película estrenada aquí- habla de la religión de los conquistadores europeos utilizada como arma de dominio sobre los nativos de nuestro continente. Hubiera querido incluir a "Fenómenos humanos" (1931), la censuradísima película de terror realizada por Tod Browning con verdaderos fenómenos de circo pero no la encontré en YT.
(*) Autora de la célebre frase, al ver a un vaquero fichándole el escote: "-¿Tenés un revólver en el bolsillo o es que estás contento de verme?". Décadas después, en "Quién engañó a Roger Rabbit?" (1988), Bob Hoskins se mete al conejo de dibujito dentro de su saco y una chica le pregunta: -"¿Tenés un conejo en el saco o estás contento de verme?", y supongo que a muchos se les pasó el chiste cinéfilo.
4 comentarios:
Actualmente a algunos actores dan ganas de golpearlos pero por sus malas actuaciones.
Intentaré contestar a todos, pese al frenesí de comentarios.
Facu: no a la violencia. No les pegues a los malos actores ni a los villanos.
Tabare Vazquez tiene mas que "un aire" con William (o Will) Hays...
En cuanto a la cantidad e comentarios es bien fácil aumentarla, basta con cambiar el nombre de la sección en una letra.
"Salada la conchita" seria un éxito.
El ser humano y la sociedad del 2015 es esencialmente igual a los de 19015 o 1815, no seamos ilusos.
Escrito mientras oigo a Conchita Piquer.
Escuchar en:
https://www.youtube.com/watch?v=qNSe6JIJypo
Pa mi tiene aire a Leslie Nielsen.
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