jueves, 7 de agosto de 2014

¿Qué tanto sabés de actualidad? ¿Eh?

1
El de la foto es Marc Zuckerber (o Marco el Lamepitos, según su traducción desde el esloveno). Y la primera noticia del día nos afirma que (escoge la que más te convenga):

a- Es flor de hijo de puta con sus empleados, a los que amenaza con una espada samurai.
b- Está pensando en vender facebook para irse a viajar por el mundo.
c- Es puto.

2
Este de acá es Ron Artest, basquetbolista algo alocado, que hace un tiempo se empezó a hacer llamar "Metta World Peace", en honor a su marca de indumentaria favorita, y a que quiere la paz en el mundo, contra la que ha conspirado dado que es más sucio que Darío Rodríguez en un partido importante. El tema es que:

a- Dejó la Embiei para irse a jugar a la China.
b- Cambió su nombre por "Panda Friend".
c- Falleció.

3
Nos informa Seba.Uy que hay una nueva moda alocada de selfies. Porque el mundo está loco, loco, loco. Pero loco, eh. Entonces le conminamos a identificar en qué consiste la moda en cuestión. Y tenemos que seguir escribiendo para que la foto de Blancanieves más o menos encaje con el texto. A saber:

a- Mujeres con la axila peluda.
b- Mujeres con tetas de diferente tamaño.
c- Hombres haciendo la bandera con la chota al aire.

3.810 comentarios:

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Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

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Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

§

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Am I Evil? dijo...

Fossati puso a Sandoval.

Am I Evil? dijo...

A Sandovaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaal!

Am I Evil? dijo...

aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

Am I Evil? dijo...

Pusiste a Sandoval, mijo.

Am I Evil? dijo...

A Sandoval, Fossatiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Am I Evil? dijo...

A Sandoval, me quiero matar.

Am I Evil? dijo...

entró un moscón aca a la oficina,

Am I Evil? dijo...

de esos bien grandes y ruidosos,

Am I Evil? dijo...

Qué molestos que son! La pucha!

Am I Evil? dijo...

No le quiero dar con el aerosol

Am I Evil? dijo...

porque contamina el medio ambiente

Am I Evil? dijo...

y además corro el riesgo de intoxicarme y que el moscón siga ahí, de lo más campante.

Am I Evil? dijo...

Una vez maté uno con aerosol propiamente dicho.

Am I Evil? dijo...

O sea, el tubo. Lo agarré cual si fuera un bate de baseball y lo esperé...

Am I Evil? dijo...

...lo esperé, lo esperé, lo esperé hasta que al final lo lacé y a cagar con el moscón.

Homerun!

Am I Evil? dijo...

Pero esa vez venía medio lento el moscón. Este anda rápido, rápido.

Am I Evil? dijo...

bzzzzzzzzzzzzzzz

Am I Evil? dijo...

bzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

Am I Evil? dijo...

Ahí anda revoloteando el muy hijo de puta.

Am I Evil? dijo...

Se da contra los tubos de luz.

Am I Evil? dijo...

Quemate hijo de puta! Quemate!

Am I Evil? dijo...

Ah! Cómo me gustaría tener la raqueta eléctrica.

Am I Evil? dijo...

De las mejores invenciones de la humanidad del s. XXI.

Am I Evil? dijo...

Por suerte parece que se fue.

Am I Evil? dijo...

Si, si. Por suerte se fue.

Am I Evil? dijo...

Hoy les traigo un muy lindo texto escrito por el naturalista francés Émile Zola:

Yo acuso ◄(este es el nombre del texto)

Am I Evil? dijo...

Nota sobre el caso Dreyfus

En 1894, los servicios de contraespionaje (Service de Renseignements) del Ministerio

de la Guerra francés interceptan un documento dirigido al agregado militar alemán en

París, Schwartzkoppen, en el que se menciona en nota manuscrita el anuncio del envío

de informaciones concretas sobre las características del nuevo material de artillería

francés. El riesgo de escándalo es más preocupante que la propia filtración; había, pues,

que encontrar a un culpable. Basándose en el escrito, los expertos comparan letras de

los oficiales del Estado Mayor y concluyen que el capitán Alfred Dreyfus, de treinta y

cinco años, judío y alsaciano, es su autor. El 15 de octubre de ese año Dreyfus es

arrestado, juzgado por un consejo de guerra y declarado culpable de alta traición.

Pese a las declaraciones de inocencia del acusado (declaraciones que no se hacen

públicas), se condena a Dreyfus a la degradación militar (enero de 1895) y a cumplir

cadena perpetua en la isla del Diablo, en la Guayana francesa. Durante el juicio, el

general Mercier, ministro de la Guerra, expresa sus convicciones a la prensa y comunica

al tribunal que existen pruebas «abrumadoras» de la culpabilidad de Dreyfus, pruebas

que no puede mostrar porque pondrían en peligro la seguridad de la nación. Hasta ese

momento, nadie duda de la existencia de dichas pruebas. Únicamente la familia de

Dreyfus, convencida de su inocencia, habla de error judicial y busca apoyos entre los

políticos y la prensa para conseguir la revisión del juicio.

Am I Evil? dijo...

En marzo de 1896, el nuevo responsable del Service de Renseignements, el coronel

Picquart, descubre un telegrama dirigido por el agregado militar alemán

Schwartzkoppen a un oficial francés de origen húngaro, el comandante Esterhazy; el

telegrama no deja dudas de que este ultimo es el informador de Schwartzkoppen en el

Estado Mayor francés. La letra de Esterhazy, que se parece a la de Dreyfus, es,

sorprendentemente, muy similar a la del famoso escrito. Picquart informa a sus

superiores y expresa su convicción de que fue un error atribuir el escrito a Dreyfus. El

Estado Mayor destina a Picquart a la frontera del este y, posteriormente, a Túnez. Los

tribunales militares, dominados por camarillas de extrema derecha y antisemitas, se

niegan a revisar el caso Dreyfus y tratan de sofocar el escándalo, pero no logran evitar

que algunos rumores alerten a personalidades de la izquierda.

En 1897 -con la ayuda del periodista Bernard Lazare, del senador Scheurer-Kestner y

del diputado Joseph Reinach-, Mathieu Dreyfus, hermano de Alfred, promueve una

campaña en Le Figaro para exigir que se investigue a Esterhazy y se revise el juicio de

1894. La extrema derecha reacciona de inmediato. Indignado, Émile Zola, próximo a la

izquierda radical y a grupos socialistas, entra en liza. La campaña de Le Figaro rompe

la conspiración de silencio.

Am I Evil? dijo...

En diciembre de 1897, Esterhazy, cuya letra es idéntica a la de los facsímiles del

escrito que la prensa ha reproducido, es inculpado y comparece ante un tribunal militar;

contra todo pronóstico, los jueces lo absuelven en enero de 1898, al tiempo que el

presidente del Consejo de Ministros, Méline, rechaza la revision del caso Dreyfus: «El

caso Dreyfus no existe». Zola, consciente de los riesgos que corre, plantea la cuestión

ante la opinion pública en su célebre carta al presidente de la República, titulada «Yo

acuso» y publicada el 13 de enero en L'Aurore. Ese mismo día, la policía detiene al

teniente coronel Picquart. La polémica enardece al país y se desencadenan las hostilidades entre la derecha militarista y la izquierda socialista o radical, entre las

corrientes nacionalistas antisemitas y los defensores del Derecho, entre el integrismo

católico y los adalides del libre pensamiento. Llueven insultos y críticas sobre Zola. En

estas circunstancias, aparece, ya en su sentido moderno, la expresión «los intelectuales»,

que emplearon los antidreyfusards (Barrès, Drumont, Leon Daudet, Pierre Loti, Jules

Verne...) contra los dreyfusards (Zola, Gide, Proust, Péguy, Mirbeau, Anatole France,

Jarry, Claude Monet...).

Am I Evil? dijo...

Del 7 al 23 de febrero de 1898, Zola, amenazado de muerte por los grupos de extrema

derecha, comparece ante un tribunal, acusado de difamar a los oficiales y

personalidades que había denunciado en su «Yo acuso». Se le declara culpable y se le

condena a un año de cárcel, a pagar tres mil francos de multa y se le despoja de la

Legión de Honor. Tras recurrir la sentencia, el tribunal de instancia vuelve a condenarle, esta vez, sin embargo, en rebeldía, pues Zola, temiendo por su vida, se ha exiliado

en Inglaterra. Semanas después de este segundo juicio, se confirma que el documento

que se utilizó para comprometer a Dreyfus en el juicio de 1894 era falso; lo había confeccionado un oficial del Service de Renseignements, el coronel Henry, quien confiesa su

culpabilidad el 30 de agosto y el 31 se suicida en la cárcel. El Tribunal Supremo, que

había empezado a revisar el expediente Dreyfus en junio, ordenó la revision del caso.

Zola, pese a la confirmación de la sentencia condenatoria, regresa de su exilio en junio

de 1899; el Gobierno renuncia a tomar medidas contra él. Entre agosto y septiembre de

ese año, Dreyfus, trasladado a Francia, se somete a un segundo juicio y de nuevo le

condenan los tribunales militares, que no acceden a reconocer el error judicial que se

cometió en 1894; el 19 de septiembre, el presidente de la República, Loubet, indulta a

Dreyfus. Puesto en libertad, gran parte de la opinión pública considera que debe,

además, reconocerse su inocencia. Hasta el 12 de julio de 1906 no obtendrá Dreyfus la

rehabilitación en el ejército. Cuatro años antes, la noche del 28 al 29 de septiembre de

1902, de regreso a París tras sus vacaciones en Médan, Emilio Zola muere asfixiado en

su casa, debido a las exhalaciones de una chimenea. Desde 1898, Zola había recibido

numerosas amenazas de muerte, pero este «caso» nunca llegó a esclarecerse. Dreyfus,

por su parte, falleció en 1935 ocupando un alto cargo oficial. Quedaron dudas sobre su

inocencia hasta la publicación de los Carnets de Schwartzkoppen en 1930: Dreyfus

inocente, Esterhazy culpable.

Am I Evil? dijo...

Yo Acuso. La Verdad en marcha
Prólogo

He juzgado necesario recoger en este volumen los artículos que fui publicando sobre el

caso Dreyfus durante un periodo de tres años, de diciembre de 1897 a diciembre de 1900,

a medida que se desarrollaban los acontecimientos. Un escritor que ha emitido juicios y

ha tomado responsabilidades en un caso de tanta gravedad y tanto alcance tiene el deber

de poner a la vista del público el conjunto de su actuación, los documentos auténticos, los

únicos que podrán servir para juzgarle. Y si ese escritor no fuese tratado hoy con justicia,

podrá entonces esperar en paz, pues el porvenir dispondrá de toda la información que

deberá bastar algún día para sacar a la luz la verdad.

No obstante, no me he apresurado a publicar este volumen. Quería, en primer lugar, que

el expediente fuera completo, que hubiese concluido un periodo concreto del caso; he

tenido que esperar, pues, que la ley de amnistía concluyera un periodo que puede

considerarse, al menos por el momento, como final. En segundo lugar, me repugnaba

enormemente la idea de que se pudiera creer que buscaba publicidad o que me movía el

afán de lucro en una cuestión de lucha social de la que el profesional de las letras no

quería en absoluto beneficiarse. He rechazado todas las ofertas, no he escrito sobre ello ni

novelas ni obras de teatro. Tal vez así logre que por lo menos no me acusen de haber sacado dinero de esta historia tan desgarradora que ha trastornado a toda la humanidad.

Pretendo utilizar más tarde, en dos obras, las notas que tomé. En una, con el título de

«Impresiones de audiencias», quisiera contar los juicios a los que se me sometió, decir

todas las cosas monstruosas y describir los extraños personajes que desfilaron ante mí, en

París y en Versalles. En otra, con el titulo de «Páginas de exilio», planeo narrar los once

meses que pasé en Inglaterra, los trágicos ecos que despertaban en mi cada noticia

desastrosa que me llegaba de Francia, todo lo que evoqué -hechos y personas- cuando me

hallaba lejos de mi tierra, en la completa soledad que me envolvía. Pero no son más que

deseos, proyectos, y no me extrañaría que las circunstancias y la vida me impidiesen llevarlos a cabo.

Am I Evil? dijo...

Por otra parte, eso no sería una historia del caso Dreyfus, porque tengo el

convencimiento de que ahora, en medio de las pasiones desatadas, sin los documentos

que todavía faltan, no se puede escribir esa historia. Habrá que dejar pasar el tiempo,

habrá que realizar primero un estudio imparcial de los documentos que formarán parte

del inmenso expediente. Y yo sólo quiero aportar mi contribución a ese expediente, decir

lo que supe, lo que vi y oí en la parte del caso en que tuve ocasión de participar.

Por el momento, me contento con reunir en este volumen los artículos ya publicados.

Por supuesto, no he cambiado ni una sola palabra, los he dejado con sus repeticiones, con

esa forma áspera y descuidada propia de las páginas escritas las más de las veces aprisa y

corriendo, en momentos de pasión. Sin embargo, he considerado necesario acompañarlos

de falsos títulos y de pequeños comentarios en los que doy algunas explicaciones

imprescindibles para dar cierta coherencia al conjunto, remitiendo los artículos a las

circunstancias que me llevaron a escribirlos. De este modo, queda establecido el orden

cronológico; cada articulo ocupa su lugar en las grandes convulsiones del caso, y el

conjunto, en su lógica interna, cobra coherencia, a pesar de los prolongados silencios en

que me sumí.

Repito, pues, que estos artículos no son sino una contribución al expediente sobre el

caso Dreyfus, algunos de los documentos de mi acción personal cuya recopilación quiero

dedicar a la Historia, a la justicia de mañana.

Emilio Zola

París, 1 de febrero de 1901.

Am I Evil? dijo...

Monsieur Scheurer-Kestner

Este artículo apareció en Le Figaro el 25 de noviembre de 1897.

En 1894, en el momento en que se inició el caso Dreyfus, yo estaba en Roma, y no

regresé a Francia hasta el 15 de diciembre de ese año. Como es natural, apenas leía

periódicos franceses. Eso explica mi ignorancia y cierta indiferencia que durante mucho

tiempo me inspiró este caso. Hasta noviembre de 1897, al regresar del campo, no

comencé a apasionarme, y ello debido a unas circunstancias que me permitieron conocer

los hechos y algunos documentos posteriormente publicados que bastaron para que mi

convicción se volviera absoluta a inquebrantable.

Se observará, no obstante, que, en primer lugar, el profesional, el novelista, se sintió

sobre todo seducido, exaltado, por el drama. Y que la piedad, la fe, el anhelo de verdad y de justicia, vinieron después.

Am I Evil? dijo...

[...] El proyecto de Monsieur Scheurer-Kestner, al tiempo que cumplía su misión, era

desaparecer. Había resuelto decir al Gobierno: «Esto es lo que hay. Tomen cartas en el

asunto, atribúyanse el mérito de ser justos enmendando un error. Todo acto de justicia

conlleva al final un triunfo». Ciertas circunstancias, a las que no quiero referirme,

hicieron que no se le escuchase.

A partir de ese momento, comenzó para él el calvario que padece desde hace semanas.

[...]

Imagino que en el altivo silencio de Monsieur Scheurer-Kestner subyace también el

deseo de confiar en que cada cual hará su examen de conciencia antes de actuar. Cuando

habló de ese deber que, incluso al ver arruinadas su elevada posición, su fortuna y su

felicidad, le exigía hacer resplandecer la verdad tan pronto la supo, pronunció esta

admirable frase: «Si no, no hubiera podido vivir». Pues bien, eso han de decirse todas las

personas honradas que se han visto involucradas en este caso: que no podrían vivir si no

hicieran justicia.

Y si las razones políticas provocaran un retraso de la justicia, sería un nuevo error que

no haría más que entorpecer el inevitable desenlace, agravándolo aún más.

La verdad está en marcha y nada la detendrá.

Am I Evil? dijo...

La cofradía

Las siguientes páginas vieron la luz en Le Figaro el 1 de diciembre de 1897.

Tenía ya entonces la intención de publicar en ese periódico una serie de artículos

sobre el caso Dreyfus, toda una campaña, a medida que se desarrollaran los

acontecimientos. Durante un paseo, me encontré por casualidad con el director de ese

periódico, Monsieur Fernand de Rodays. Estuvimos hablando, con cierta pasión, en

plena calle, y eso me decidió de pronto a ofrecerle algunos artículos, pues advertí que

comulgaba con mis ideas. Así, sin premeditación alguna, me comprometí. Añado, por

otra parte, que iba a ponerme a hablar en cualquier momento, porque me resultaba

imposible callar. Y no debe olvidarse el vigor con que Le Figaro comenzó y, sobre todo, acabó encauzando la lucha que convenía entablar.

Am I Evil? dijo...

Todos conocemos su origen. Es de una bajeza y una necedad simplista dignas de

quienes concibieron su existencia.

Un consejo de guerra condena al capitán Dreyfus por delito de traición. A partir de ahí,

éste se convierte en un traidor; ya no es un hombre, sino una abstracción que encarna la

idea de la patria degollada, entregada al enemigo vencedor. No sólo representa la traición

presente y futura, sino también la traición pasada, y le endosan la vieja derrota, porque

están obsesionados con la idea de que sólo la traición pudo hacer que nos vencieran.

Ya tenemos al hombre perverso, la figura abominable, la vergüenza del ejército, el malvado que vende a sus hermanos igual que Judas vendió a su Dios. Y como es judío, ¡qué sencillo!, los judíos -que son ricos y poderosos, y que además carecen de patria- se

pondrán a trabajar soterradamente con sus millones para sacarlo del apuro, comprando

conciencias, comprometiendo a Francia en un execrable complot, para obtener la

rehabilitación del culpable y sustituirlo por un inocente. [...]

Entonces se crea una cofradía. [...]

Am I Evil? dijo...

Analicemos esta cofradía.

Los judíos han hecho fortuna y pagan el honor de los cómplices desde una ventanilla de

pagos. ¡Dios mío!, no sé cuánto deben de haber gastado ya. Pero aunque no hayan

llegado ni a diez millones, comprendo que los hayan dado. Ahí tenemos a ciudadanos

franceses, nuestros iguales y nuestros hermanos, diariamente arrastrados por el fango a

causa de este estúpido antisemitismo. Se les ha pretendido aplastar junto con el capitán

Dreyfus, se ha intentado convertir el crimen de uno de ellos en el crimen de la raza

entera. Todos son traidores, todos vendidos, todos condenados. ¡Cómo no va a protestar

con furia esa gente, cómo no va a tratar de rebelarse, de devolver golpe por golpe en esta

guerra de exterminio de que son víctima! Es comprensible que anhelen apasionadamente

ver cómo resplandece la inocencia de su correligionario; y si creen que pueden lograr la

rehabilitación de Dreyfus, ¡ah, con qué ánimo deben perseguirla! [...]

Lo extraordinario es que toda esa gente que, según dicen, han comprado los judíos goce

precisamente de una reputación de sólida integridad. Tal vez los judíos le echen

coquetería a la cosa y no quieran tener más que mercancía rara pagándola a su precio.

Pero dudo mucho que exista una ventanilla de pagos, aunque me sentiría dispuesto a disculparles si, acosados como están, se defendiesen con sus millones. En las matanzas,

cada uno se defiende con lo que tiene. Y hablo de ellos con mucha serenidad, pues ni los

quiero ni los odio. No tengo entre ellos a ningún amigo íntimo. Para mí son hombres, y eso basta.

Am I Evil? dijo...

[...] Y espero que, desde que escribí mi primer artículo, también yo forme parte de esa camarilla.

[...] A eso se reduce la historia de la cofradía: hombres llenos de buena voluntad, de verdad y equidad, salidos de los cuatro extremos de la Tierra, que trabajan a leguas de distancia y sin conocerse, pero que se dirigen por distintos caminos hacia una misma meta, avanzando en silencio, escarbando el suelo y que, una buena mañana, confluyen todos en un mismo punto. Todos, fatalmente, se han encontrado, brazo con brazo, en esa encrucijada de la verdad, en esa cita fatal de la justicia.

Como veis, sois vosotros quienes ahora los reunís, les obligáis a cerrar filas, a trabajar como uno solo en pro de la salvación y la honestidad, mientras los cubrís de insultos, los acusáis del más perverso complot, pese a que ellos sólo aspiraban a reparar una gravísima injusticia.

[...] Por lo tanto, ya no es la misma Francia, si se la puede engañar hasta ese punto, soliviantaría contra un miserable que lleva tres años expiando, en atroces condiciones, un crimen que no ha cometido. Si, allá, en un islote perdido, bajo un sol abrasador, hay un ser aislado de los demás hombres. No solo lo aísla el ancho mar, sino once guardianes que lo tienen encerrado día y noche formando una muralla viviente. Han inmovilizado a once hombres para custodiar a uno solo. Jamás asesino alguno, jamás loco furioso alguno ha sido encerrado con tal saña. ¡Y ese eterno silencio, esa lenta agonía, bajo la execración de todo un pueblo! [...]

Sí, pertenezco a esa cofradía, y espero que todos los franceses decentes quieran pertenecer a ella.

Am I Evil? dijo...

El juicio

Este artículo apareció en Le Figaro el 5 de diciembre de 1897.

Es el tercer y ultimo artículo que me publicaron en ese periódico. Encontré incluso

dificultades para que lo aceptaran; y, como se verá, me pareció prudente despedirme del

público, porque yo pretendía continuar una campaña que soliviantaba a los lectores

asiduos del periódico. Comprendo perfectamente que un periódico necesite tener en

cuenta las costumbres y deseos de su clientela. Por eso, siempre que me han parado los

pies, sólo a mí me he echado la culpa por haberme equivocado con respecto al terreno y

las condiciones de la lucha. No por eso Le Figaro dejó de mostrar audacia al acoger

esos tres artículos, y le estoy agradecido por ello.

Am I Evil? dijo...

¡Oh, a qué espectáculo asistimos desde hace tres semanas, y qué días tan trágicos, tan

inolvidables acabamos de vivir! No recuerdo otros que hayan despertado en mi mayor

solidaridad, angustia y generosa ira. He sentido exasperación, odio hacia la necedad y la

mala fe, y he tenido tanta sed de verdad y de justicia que he comprendido hasta qué punto

los más generosos impulsos pueden llevar a un pacifico ciudadano al martirio.

Porque, en verdad, el espectáculo ha sido inaudito, ha superado en brutalidad, en desfa-
chatez, en declaraciones indignas, los peores instintos, las mayores bajezas jamás

confesadas por la bestia humana. Casos como éstos, en los que la muchedumbre derrocha

perversion y demencia, no abundan, y tal vez por eso me apasioné en el grado en que lo

hice -al margen de mi rechazo en tanto que hombre- como novelista, como dramaturgo,

trastornado de entusiasmo ante un caso de belleza tan atroz.

Hoy, el caso entra ya en una fase regular y lógica, la que hemos deseado, exigido sin

descanso. Un consejo de guerra se ha hecho cargo del caso, la verdad relucirá al cabo de

este nuevo proceso, estamos seguros. Nunca quisimos otra cosa. Sólo nos queda callar y

esperar, pues no nos corresponde a nosotros decir la verdad; el consejo de guerra sera

quien la desvele, deslumbrante. Y solo volveríamos a intervenir si esa verdad resultara

incompleta, lo que, por otra parte, es una hipótesis inadmisible.

Sin embargo, una vez terminada la primera fase -ese embrollo rodeado de tinieblas, ese

escándalo en el curso del cual han salido a relucir tantas conciencias sucias-, conviene

levantar acta, sacar conclusiones. Porque, entre la profunda tristeza de las constataciones

que se imponen, asoma el aleccionamiento viril, el hierro candente que cauteriza las

heridas. Que nadie lo olvide; el horrible espectáculo que acabamos de ofrecernos a

nosotros mismos tiene que curarnos.

Am I Evil? dijo...

Primero, la prensa.

Hemos visto ya a la prensa rastrera en celo, amasando dinero a costa de las curiosidades

malsanas, trastornando a las masas para vender su deleznable papel, ese papel que ya no

encuentra compradores cuando la nación está en calma, saludable y fuerte. Me refiero en

especial a los que ladran de noche, a los periódicos prostibularios que atraen

poderosamente a los transeúntes con esos grandes titulares que garantizan escándalos.

Éstos siempre han formado parte de su habitual mercancia, aunque, en esta ocasión, con

impudicia significativa.

Hemos visto, un peldaño más arriba, a los periódicos populares, los periódicos baratos,

los que se dirigen a la inmensa mayoría y crean la opinión de las masas, les vimos cómo

alimentaban pasiones atroces, cómo promovían furiosamente una campaña sectarista,

anulando toda generosidad de nuestro amado pueblo de Francia, todo deseo de verdad y

de justicia. Quiero creer en su buena fe. Pero qué triste es ver a esos polémicos

envejecidos, agitadores dementes y patriotas estrechos de miras, convertidos en líderes y

cometer el más vil de los crímenes, el de ofuscar la conciencia pública y extraviar a todo

un pueblo. Esa labor resulta aún más execrable porque viene dada, en ciertos periódicos,

con recursos infames, con hábito de utilizar la mentira, la difamación y la delación, que

quedarán como la gran vergüenza de nuestra época.

Am I Evil? dijo...

Primero, la prensa.

Hemos visto ya a la prensa rastrera en celo, amasando dinero a costa de las curiosidades

malsanas, trastornando a las masas para vender su deleznable papel, ese papel que ya no

encuentra compradores cuando la nación está en calma, saludable y fuerte. Me refiero en

especial a los que ladran de noche, a los periódicos prostibularios que atraen

poderosamente a los transeúntes con esos grandes titulares que garantizan escándalos.

Éstos siempre han formado parte de su habitual mercancia, aunque, en esta ocasión, con

impudicia significativa.

Hemos visto, un peldaño más arriba, a los periódicos populares, los periódicos baratos,

los que se dirigen a la inmensa mayoría y crean la opinión de las masas, les vimos cómo

alimentaban pasiones atroces, cómo promovían furiosamente una campaña sectarista,

anulando toda generosidad de nuestro amado pueblo de Francia, todo deseo de verdad y

de justicia. Quiero creer en su buena fe. Pero qué triste es ver a esos polémicos

envejecidos, agitadores dementes y patriotas estrechos de miras, convertidos en líderes y

cometer el más vil de los crímenes, el de ofuscar la conciencia pública y extraviar a todo

un pueblo. Esa labor resulta aún más execrable porque viene dada, en ciertos periódicos,

con recursos infames, con hábito de utilizar la mentira, la difamación y la delación, que

quedarán como la gran vergüenza de nuestra época.

Am I Evil? dijo...

Ahora, el antisemitismo.

Él es el culpable. Ya dije de qué modo esa bárbara campaña, que nos hace retroceder

mil años, indigna mis ansias de fraternidad, mi afán de tolerancia y de emancipación

humanas. Volver a las guerras de religión, reanudar las persecuciones religiosas, desear

que nos exterminemos una raza a otra, todo eso resulta tan insensato en nuestro siglo de

liberación que semejante propósito me parece, más que nada, estúpido. Sólo puede

haberse originado en el enfático y desequilibrado cerebro de un creyente, en la gran va-
nidad de un escritor eternamente desconocido, ansioso por desempeñar a cualquier precio

un papel, por odioso que éste sea. Y no quiero creer que un movimiento como éste llegue

a cobrar decisiva importancia en Francia, un país donde reina el libre examen, la bondad

fraternal y la sensatez.

No obstante, nos hallamos ante actos terribles. He de confesar que el daño producido es

grande. El veneno ha penetrado en el pueblo, y tal vez lo ha envenenado ya por entero. La

peligrosa virulencia que cobraron en Francia los escándalos de Panama es obra del

antisemitismo. También este lamentable caso Dreyfus es obra suya: el antisemitismo ha

hecho posible por sí solo un error judicial, enloquece a la masa a impide que se reconozca

noble y serenamente tal error, para bien de nuestra salud y de nuestra fama. ¿No hubiera

sido más sencillo, más lógico, haber sacado a relucir la verdad a la primera duda seria?

¿No se comprende que, si hemos llegado a esta locura furiosa en que nos hallamos, es

porque existe forzosamente un veneno oculto que nos lleva a todos al delirio?

El veneno es ese odio rabioso hacia los judíos que, cada mañana, desde hace años, se

imbuye al pueblo. Hay toda una banda que se dedica a ese oficio de envenenadores, y lo

más gordo es que lo hace en nombre de la moral, en nombre de Cristo, como si fuera un

vengador y justiciero. ¿Y quién nos dice que ese ambiente donde se fraguaba no ha

influido en el consejo de guerra? No es extraño que un judío traidor venda a su país.

Aunque no encontremos ningún motivo humano que explique el crimen, aunque ese

hombre sea rico, inteligente, trabajador, sin pasiones, de vida impecable, ¿no basta con

que sea judío?

Am I Evil? dijo...

Hoy en día, y desde que pedimos que se arroje luz sobre el asunto, la actitud antisemita

se ha vuelto aún más violenta, más ilustrativa. Lo que se va a juzgar es esa actitud, y, si

resplandeciese la inocencia de un judío, ¡qué bofetada para los antisemitas! ¿Acaso puede

existir un judio inocente? Así, todo un tinglado de mentiras se derrumba, y sobreviene el

aire puro, la buena fe, la equidad, la ruina de una secta que influye en la masa de los

simples merced al insulto y la impúdica calumnia.

Y hemos visto también el furor que sintieron unos malhechores públicos ante la

perspectiva de que pudiera sobrevenir un poco de claridad. También hemos visto, por

desgracia, la evolución de la masa pervertida por ellos, toda esa opinion pública

extraviada, a todo este amado pueblo compuesto por los pequeños y los humildes lanzado

en persecución de los judíos y mañana dispuesto a participar en una revolución que libere

al capitán Dreyfus si algún hombre honrado lo enardeciera con el fuego sagrado de la

justicia.

Am I Evil? dijo...

Finalmente, los espectadores, los actores, vosotros y yo, todos nosotros.

¡Qué confusion, qué cenagal siempre en aumento! Hemos visto cómo se enardecia cada

día la mezcla de intereses y pasiones, las historias necias, los comadreos vergonzosos, los

desmentidos desvergonzados; hemos visto cómo cada mañana abofeteaban el simple

sentido común, aclamaban al vicio, silbaban a la virtud, toda una agonía de lo que

constituye el honor y el placer de vivir. Y al fin la gente ha acabado por encontrar eso

odioso. ¿Cómo no? Pero ¿quién había querido esas cosas, quién permitió que se pro-
longaran? Nuestros dirigentes, aquellos que llevaban ya más de un año advertidos del

error judicial y no se habían atrevido a hacer nada. Se les suplicó, profetizándoles paso a

paso la aterradora tormenta que se avecinaba. Ya tenían he cha la investigación; ya tenían

en sus manos el expediente. Y hasta el último momento, pese a las objeciones patrióticas,

se obstinaron en su inercia, en lugar de dirigir personalmente el caso para limitarlo, a

costa de sacrificar al instante a las individualidades comprometidas. La corriente de fango

se ha desbordado, tal como se les había advertido, y ellos son los culpables.

Hemos visto triunfar a energúmenos que exigían la verdad de quienes decían saberla,

cuando éstos no podían decirla mientras la investigación siguiera abierta. Ya le habían

contado la verdad al general encargado de la investigación y sólo él está autorizado para

darla a conocer. También le contarán la verdad al juez instructor, y solo él podrá oírla

para basarse en ella cuando imparta justicia. ¡La verdad! ¿En qué concepto la tenéis, en

todo este episodio que sacude por entero a una vieja organización, para creer que es un

objeto sencillo y manejable, que se pasea por la palma de la mano y que se pone a

voluntad en la mano de los demás como un guijarro o una manzana? La prueba, ¡ah, sí!,

se quería una prueba allí mismo, enseguida, como los niños que quieren ver el viento.

Paciencia, la verdad resplandecerá; aunque hará falta un poco de inteligencia y de

honestidad.

Am I Evil? dijo...

Hemos visto una ruin explotación del patriotismo, hemos visto agitar el espectro del

extranjero en una cuestión de honor que atañe solo a la familia francesa. Los peores

revolucionarios han clamado que se estaba insultando al ejército y a sus superiores

cuando, en realidad, lo que se pretende es situar a éstos fuera del alcance de cualquiera,

muy arriba. Y frente a los que dirigen a las masas, frente a algunos periódicos que al-
borotan a la opinion pública, se ha alzado el terror. Nadie de nuestras asambleas lanzó un

grito digno de un hombre honrado, todos se quedaron mudos, titubeantes, esclavos de sus

grupos, todos tuvieron miedo de la opinion pública, inquietos sin duda en vista de las

próximas elecciones. Ni un moderado, ni un radical, ni un socialista, ninguno de los que

preservan las libertades públicas se ha alzado todavía para hablar según su conciencia.

¿Cómo queréis que el país encuentre su camino en la tormenta si los mismos que dicen

ser sus guías enmudecen, ya por seguir tácticas de politicos estrechos de miras, ya por

temor a comprometer su situación personal?

Am I Evil? dijo...

Y el espectáculo ha sido tan lamentable, tan cruel, tan duro para nuestro orgullo, que no

hago más que oír a mi alrededor: «Muy enferma ha de estar Francia para que semejante

explosion de aberración pública pueda producirse». ¡No! Sólo está descarriada,

desposeída de su corazón y de su genio. Que le hablen de humanidad y de justicia y

volverá a encontrarse entera, en su legendaria generosidad.

Ha terminado el primer acto, ha caído el telón sobre el horrible espectáculo. Esperemos

que el espectáculo de mañana nos devuelva el valor y nos consuele.

Dije que la verdad estaba en marcha y que nada la detendría. Se ha dado un primer

paso, se dará otro, y otro, y luego el paso decisivo. Es matemático.

De momento, en espera de la decision del consejo de guerra, mi papel ha terminado; y

deseo ardientemente que, proclamada la verdad, hecha la justicia, no me vea ya obligado

a luchar por ellas.

Am I Evil? dijo...

Carta a la juventud

Este texto apareció publicado como folleto, y se puso a la venta el 14 de diciembre de 1897

Como no encontré ningún periódico dispuesto a aceptar mis artículos, y además

deseaba sentirme del todo libre, proyecté continuar mi campaña mediante una serie de

folletos. Primero quise lanzarlos un día fijo, con regularidad, uno por semana. Después

preferí controlar las fechas de publicación, de modo que pudiese elegir el momento a

intervenir según los temas y sólo los días que me parecieran útiles.

Am I Evil? dijo...

¿Adónde vais, jóvenes, adónde vais, estudiantes que corréis en grupos por las calles,

manifestándoos en nombre de vuestras iras y de vuestros entusiasmos, sintiendo la

necesidad irresistible de lanzar públicamente el grito de vuestras conciencias indignadas?

¿Vais a protestar contra algún abuso del poder, han ofendido vuestro anhelo de verdad

y equidad, ardiente aún en vuestras almas jóvenes, almas que ignoran los arreglos

politicos y las cobardías cotidianas de la vida?

¿Vais a reparar una injusticia social, vais a poner la protesta de vuestra juventud

vibrante en la balanza desigual donde, con tanta falsedad, se pesa el sino de los

afortunados y de los deshe redados de este mundo?

¿Vais, para defender la tolerancia y la independencia de la raza humana, a silbar a algún

sectario de la inteligencia, de estrecha mollera, que ha pretendido conducir vuestras

mentes liberadas hacia el antiguo error proclamando la bancarrota de la ciencia?

¿Vais a gritar, al pie de la ventana de algún personaje esquivo a hipócrita, vuestra fe

inquebrantable en el porvenir, en ese siglo venidero que representáis y que ha de traer la

paz al mundo en nombre de la justicia y del amor?

«¡No, no! ¡Vamos a abuchear a un hombre, a un anciano que, tras una larga vida de

trabajo y de lealtad, imaginó que podía sostener impunemente una causa generosa, que

podia querer que se hiciera la luz y se reparara un error, por el mismo honor de la patria

francesa!»

Am I Evil? dijo...

¡Ah!, cuando yo era joven, vi cómo se estremecía el Barrio Latino con las orgullosas

pasiones de la juventud, el amor a la libertad, el odio a la fuerza brutal que aplasta

cerebros y oprime almas. Lo vi, bajo el Imperio, entregado de lleno a su esforzada labor

de oposición, a veces incluso injusto, pero siempre por un exceso de amor a la libre

emancipación humana. Silbaba a los autores gratos a las Tullerías, se ensañaba con los

profesores cuyas enseñanzas le parecian sospechosas, se alzaba contra cualquiera que se

declarase en favor de las tinieblas y de la tiranía. En él ardia el fuego sagrado de la

hermosa locura de los veinte años, cuando todas las esperanzas son realidades, cuando el

mañana aparece como el triunfo indudable de la Ciudad perfecta.

Am I Evil? dijo...

Y si nos remontáramos más atrás en esta historia de las nobles pasiones que han alzado

a la juventud de las universidades, veríamos a ésta siempre indignada ante la injusticia,

estremecida y sublevada a favor de los humildes, de los abandonados, de los perseguidos,

contra los crueles y los poderosos. Se ha manifestado en favor de los pueblos oprimidos,

ha abrazado la causa de Polonia, de Grecia, se ha erigido en defensora de cuantos sufrían,

de cuantos agonizaban bajo la brutalidad de una masa o de un déspota. Si corría la voz de

que el Barrio Latino estaba en ascuas, no había duda de que detrás ardía una llama de

justicia juvenil, ajena a precauciones, que acometía con entusiasmo obras dictadas por el

corazón. ¡Y qué espontaneidad entonces, qué torrente desbordado corría por las calles!

Ya sé que hoy el pretexto sigue siendo la patria amenazada, Francia entregada al

enemigo vencedor por una pandilla de traidores. Yo sólo le pregunto al país dónde

podremos encontrar la clara intuición de las cosas, la sensación instintiva de lo que es

verdad, de lo que es justo, como no sea en esas almas nuevas, en esos jóvenes que nacen

a la vida pública y a quienes nada debería ofuscar su razón recta y buena. Que los

políticos deteriorados por años de intriga, que los periodistas desequilibrados por todas

las componendas de su oficio puedan aceptar las mentiras más impúdicas, puedan hacer

la vista gorda ante abrumadoras evidencias, es explicable, comprensible. Pero ¿la

juventud? Muy gangrenada ha de estar para que su pureza, su candor natural no se re-
conozca a simple vista en medio de los inaceptables errores y no se enfrente directamente

a lo que es evidente, a lo que está claro, luminoso como la luz del día.

Am I Evil? dijo...

La historia es sencilla. Han condenado a un oficial y a nadie se le ocurre sospechar de

la buena fe de sus jueces. Lo han castigado siguiendo el dictado de sus conciencias,

basándose en pruebas que creyeron veraces. Después, un día, sucede que un hombre, que

varios hombres, tienen dudas y acaban por convencerse de que una de las pruebas, la más

importante, la única al menos en la que se apoyaron públicamente los jueces, ha sido

atribuida erróneamente al condenado, y que no cabe duda de que esa prueba procede de la

mano de otro. Y lo dicen, y ese otro es denunciado por el hermano del preso, cuyo

estricto deber era hacerlo; y así, a la fuerza, empieza un nuevo juicio que, si resultase en

una condena, conllevaría la revision del primer caso. ¿No es todo esto perfectamente

diáfano, justo y razonable? ¿Dónde ven la maquinación, el perverso complot para salvar a

un traidor? Simplemente deseamos, ¿quién lo niega?, que el traidor sea un culpable y no

un inocente que expía el crimen. Ya lo tendréis a vuestro traidor; la cuestión está en que

os den el auténtico.

Am I Evil? dijo...

¿No debería bastar un mínimo de sentido común? ¿A qué móvil obedecerían, así pues,

los hombres que persiguen la revision del caso? Descartad el antisemitismo estúpido,

cuya cruel monomania no ve en eso más que un complot judío, el oro judío, que trata de

sustituir en el calabozo a un judío por un cristiano. No existe base alguna, las

inverosimilitudes y las imposibilidades se derrumban unas tras otras, ni todo el oro del

mundo podría comprar ciertas conciencias. Y hay que llegar a la realidad, que es la

expansion natural, lenta, invencible de todo error judicial. La historia es eso. Un error

judicial es una fuerza que avanza: unos hombres con conciencia se ven sometidos,

asediados, se entregan con creciente obstinación, arriesgan su fortuna y su vida para que

se haga justicia. Y no hay otra explicación posible a lo que hoy está pasando; el resto se

limita a abominables pasiones políticas y religiosas, al torrente desbordado de calumnias

a injurias.

Am I Evil? dijo...

Pero ¿qué excusa tendría la juventud si sus ideas de humanidad y de justicia se hubieran

debilitado por un instante? En la sesión del 4 de diciembre, una Cámara francesa se

cubrió de oprobio al votar una orden del día «que condena a los instigadores de la odiosa

campaña perturbadora de la conciencia pública». Lo digo en voz alta, con vistas al futuro

que, espero, ha de leerme: un votación como ésa es indigna de nuestro generoso país, y

quedará como una mancha imborrable. Los «instigadores» son los hombres con

conciencia y con valentía que, seguros de un error judicial, lo han denunciado para que se

repare, en la convicción patriótica de que una gran nación donde un inocente agoniza

entre torturas sería una nación condenada. La «odiosa campaña» es el grito de la verdad,

el grito de la justicia emitido por esos hombres, es el empeño con que desean que Francia

siga siendo, ante los pueblos que la contemplan, la Francia humana, la Francia que ha

logrado la libertad y que impartirá la justicia. Y, ya lo veis, seguramente la Cámara ha

cometido un crimen, porque ha corrompido incluso a la juventud de nuestras

universidades, y ésta, engañada, extraviada, desbocada por nuestras calles, se manifiesta,

cosa aún nunca vista, en contra de lo más orgulloso, de lo más valiente, de lo más divino

que pueda tener el alma humana.

Am I Evil? dijo...

Después de la sesión del Senado del día 7, la gente habló de hundimiento refiriéndose a

Monsieur Scheurer-Kestner. ¡Oh, sí, qué hundimiento en su corazón, en su alma! Imagino

su angustia, su tormento al ver cómo se desploma a su alrededor cuanto ha amado de

nuestra República, cuanto ha ayudado a conquistar para ella en la gran lucha que ha sido

su vida: la libertad, primero, y después las viriles virtudes de la lealtad, de la franqueza y

del valor cívico.

Es uno de los últimos que quedan de su preclara generación. Bajo el Imperio, supo lo

que era un pueblo sometido a la autoridad de uno solo, y se consumía de fiebre y de

impaciencia, la boca brutalmente amordazada, ante las injusticias. Con el corazón

desgarrado, vio nuestras derrotas, conoció las causas, todas originadas por la ceguera y la

imbecilidad despóticas. Más adelante, fue de los que con mayor inteligencia y ardor

trabajaron para levantar el país de sus escombros, para devolverle su lugar en Europa.

Procede de los tiempos heroicos de nuestra Francia republicana, a imagino que debía de

considerarse autor de una obra buena y sólida: el despotismo expulsado para siempre, la

libertad conquistada, me refiero a esa libertad humana que permite que cada conciencia

ejercite su deber en medio de la tolerancia de las demás opiniones.

¡Sí! Todo pudo conquistarse, pero todo vuelve a estar por los suelos una vez más. En

torno a él, dentro de él, no hay más que ruinas. Haber sucumbido al anhelo de verdad es

un crimen. Haber exigido justicia es un crimen. Re tornó el horrible despotismo, la

mordaza más dura acalla otra vez las bocas. Quien aplasta la conciencia pública no es ya

la bota de un César, sino toda una Cámara que condena a quienes se enardecen por el

deseo de lo justo. ¡Prohibido hablar! Los puños machacan los labios de quienes han de

defender la verdad, se amotina a las masas para que reduzcan al silencio a los aislados.

Nunca se había organizado una opresión tan monstruosa y dirigida contra la libre discu-
sión. Y reina el más vergonzoso terror, los más valientes se vuelven cobardes, nadie se

atreve ya a decir to que piensa por miedo a que le denuncien acusándole de vendido y

traidor. Los escasos periódicos que conservan cierta honestidad se humillan ante sus

lectores, quienes se han vuelto locos con tantos chismes estúpidos. Ningún pueblo, creo

yo, ha pasado por un momento más confuso, más absurdo, más angustioso para su razón

y su dignidad.

Am I Evil? dijo...

Por lo tanto, es cierto, todo el leal y prestigioso pasado de Monsieur Scheurer-Kestner

ha debido de hundirse. Si todavía cree en la bondad y en la equidad de los hombres, es

que posee un sólido optimismo. Lleva tres semanas viendo cómo le arrastran por el fango

porque ha puesto en juego el honor y la alegría de su vejez, porque quiso ser justo. No

existe aflicción más dolorosa para un hombre honrado que sufrir martirio a causa de su

honradez. Es asesinar en ese hombre su fe en el mañana, envenenarle la esperanza; y si

muere dirá: «¡Se acabó, ya no queda nada, todo lo bueno que hice se va conmigo, la

virtud solo es una palabra, el mundo es sólo tinieblas y vacío!».

Y para vilipendiar al patriotismo, se ha elegido a ese hombre que es el último represen-
tante de Alsacia-Lorena en nuestras Asambleas. ¡Un vendido, él, un traidor, un ofensor

del ejército, cuando la simple mención de su nombre debería bastar para tranquilizar las

más sombrias inquietudes! No cabe duda de que cometió la ingenuidad de creer que su

calidad de alsaciano y su fama de ardiente patriota le valdrían como garantía de su buena

fe en sus delicadas funciones de justiciero. Que se ocupase de este caso, ¿no venía a

significar que una pronta conclusion le parecía necesaria para el honor del ejército, para

el honor de la patria? Dejad que el caso siga arrastrándose más semanas, intentad sofocar

la verdad, impedid que se haga justicia y veréis cómo nos habréis convertido en el

hazmerreír de toda Europa, cómo habréis situado a Francia a la cola de las naciones.

¡No, no! ¡Las estúpidas pasiones políticas y religiosas no quieren comprender nada, y la

juventud de nuestras universidades ofrece al mundo el espectáculo de ir a abuchear a

Monsieur Scheurer-Kestner, el traidor, el vendido que insulta el ejército y que

compromete a la patria!

Am I Evil? dijo...

Ya sé que el grupo de jóvenes que se manifiesta no representa a toda la juventud y que

un centenar de alborotadores por la calle causan más ruido que diez mil trabajadores que

se quedan en su casa. Pero cien alborotadores son ya demasiados, y ¡qué desalentador es

el síntoma de que ese movimiento, por reducido que sea, se produzca hoy en el Barrio

Latino!

Antisemitas jóvenes. ¿Existen, pues, esas cosas? ¿Hay cerebros nuevos, almas nuevas

desequilibradas por ese veneno idiota? ¡Qué triste, qué inquietante para el siglo XX que

va a iniciarse! Cien años después de la Declaración de los Derechos del Hombre, cien

años después del acto supremo de tolerancia y emancipación, volvemos a las guerras de

religión, al más odioso y necio de los fantasmas. Eso es comprensible en algunos

hombres que desempeñan su papel, que tienen que mantener una actitud y satisfacer una

ambición voraz. Pero ¡en los jóvenes, en los que nacen y ayudan a que se desarrollen y

expandan todos los derechos y libertades que habíamos soñado ver surgir, fulgurantes, en

el próximo siglo! Eran los trabajadores que esperábamos y, en cambio, se declaran ya

antisemitas, o sea, que comenzarán el siglo exterminando a todos los judíos porque son

ciudadanos de otra raza y de otra fe. ¡Buen principio para la Ciudad de nuestros sueños,

la Ciudad de la igualdad y la fraternidad! Si la juventud llegara de veras a ese extremo,

sería para echarse a llorar, para negar toda esperanza y toda felicidad humanas.

¡Oh juventud, juventud! Te to ruego, piensa en la gran labor que te espera. Eres la

futura obrera, tú pondrás los cimientos de este siglo cercano que, estamos profundamente

convencidos, resolverá los problemas de verdad y de equidad planteados por el siglo que

termina. Nosotros, los viejos, los mayores, te dejamos el formidable cúmulo de nuestras

investigaciones, tal vez muchas contradicciones y oscuridades, pero ciertamente también

te dejamos el esfuerzo más apasionado que nunca siglo alguno haya realizado en pos de

la luz, los más honestos y más sólidos documentos, los fundamentos mismos de este

vasto edificio de la ciencia que tienes que seguir construyendo en pro de tu honor y tu

felicidad. Y sólo te pedimos que seas más generosa aún que nosotros, más abierta de es-
píritu, que nos superes con tu amor a una existencia pacífica, dedicando tu esfuerzo al

trabajo, esa fecundidad de los hombres y de la tierra que por fin sabrá lograr que brote la

desbordante cosecha de alegría bajo el resplandeciente sol. Nosotros te cederemos

fraternalmente el puesto, satisfechos de desaparecer y descansar de nuestra parte de labor

en el sueño gozoso de la muerte, si sabemos que tú continuarás y harás realidad nuestros

sueños.

Am I Evil? dijo...

¡Juventud, juventud! Acuérdate de lo que sufrieron tus padres, y de las batallas terribles

que tuvieron que vencer, para conquistar la libertad de que gozas ahora. Si te sientes

independiente, si puedes ir y venir a voluntad o decir en la prensa lo que piensas, o tener

una opinion y expresarla públicamente, es porque tus padres contribuyeron a ello con su

inteligencia y su sangre. No has nacido bajo la tiranía, ignoras lo que es despertarse cada

mañana con la bota de un amo sobre el pecho, no has combatido para escapar al sable del

dictador, a la ley falaz del mal juez. Agradéceselo a tus padres y no cometas el crimen de

aclamar la mentira, de alinearte junto a la fuerza brutal, junto a la intolerancia de los fa-
náticos y la voracidad de los ambiciosos. La dic tadura ha tocado a su fin.

¡Juventud, juventud! Manténte siempre cerca de la justicia. Si la idea de justicia se

oscureciera en ti, caerías en todos los peligros. No me refiero a la justicia de nuestros

Códigos, que no es sino la garantía de los lazos sociales. Por supuesto, hay que respetarla;

sin embargo, existe una noción más elevada de justicia, la que establece como principio

que todo juicio de los hombres es falible y la que admite la posible inocencia de un

condenado sin por ello insultar a los jueces. ¿No ha ocurrido ahora algo que por fuerza ha

de indignar tu encendida pasión por el Derecho? ¿Quién se alzará para exigir que se haga

justicia sino tú, que no estás mezclada en nuestras luchas de intereses ni de personas, que

no te has aventurado ni comprometido en ninguna situa ción sospechosa, que puedes

hablar en voz alta, con toda honestidad y buena fe?

Am I Evil? dijo...

¡Juventud, juventud! Sé humana, sé gene rosa. Aunque nos equivoquemos, permanece a

nuestro lado cuando decimos que un inocente sufre una pena atroz y que se nos parte de

angustia nuestro corazón sublevado. Basta admitir por un instante el posible error frente a

un castigo tan desmesurado para que se encoja el corazón y broten lágrimas de los ojos.

Cierto, los carceleros son insensibles, pero tú, ¡tú que aún lloras, tú, afectada ante

cualquier miseria, cualquier piedad! ¿Por qué no realizas este sueño caballeresco de

defender su causa y liberar al mártir que en algún lugar sucumbe al odio? ¿Quién sino tú

intentará la sublime aventura, se lanzará a defender una causa peligrosa y soberbia, se en-
frentará a un pueblo en nombre de la justicia ideal? ¿No te avergüenza que sean unos

viejos, unos mayores, los que se apasionen, los que cumplan tu tarea de generosa locura?

«¿Adónde vais, jóvenes, adónde vais, estudiantes que corréis por la calle

manifestándoos, enarbolando en medio de nuestras discordias el valor y la esperanza de

vuestros veinte años?»

«¡Vamos a luchar por la humanidad, la verdad, la justicia!»

Am I Evil? dijo...

Carta a Francia

Las siguientes páginas, publicadas en un folleto, salieron a la venta el 6 de enero de

Este folleto constituía el segundo de la serie, y había planeado que la serie fuera larga.

Esta forma de publicación me satisfacía en grado sumo, pues sólo me comprometía a mí,

permitiéndome una libertad plena y asumiendo yo toda la responsabilidad. Además, ya

no me veía constreñido por las reducidas dimensiones de un artículo de periódico, y eso

me facilitaba la extension. Los acontecimientos no cesaban, yo los esperaba, resuelto a

decirlo todo, a luchar hasta el fin para que reluciera la verdad y se hiciera justicia de

una vez.

Am I Evil? dijo...

En los horribles dias de confusión moral que estamos viviendo, en un momento en que

la conciencia pública parece ofuscarse, a ti, Francia, me dirijo, a la nación, a la patria.

Cada mañana, al leer en los periódicos lo que al parecer piensas de este lamentable caso

Dreyfus, aumenta mi estupor y se solivianta mi espíritu. ¿Cómo? Francia, ¿eres tú la que

has llegado a eso, a convencerte de las mentiras más evidentes, a atacar a gente honrada

al lado de la turba de malhechores, a trastornarte bajo el pretexto idiota de que están

insultando a tu ejército e intrigando para venderte al enemigo, cuando resulta que el

deseo de tus hijos más sabios y más leales es que sigas siendo, a los ojos de la Europa que

nos mira con atención, la nación del honor, la nación de la humanidad, de la verdad y la

justicia?

Es cierto, a eso ha llegado la gran masa, sobre todo la masa de los pequeños y los

humildes, la población de las ciudades, casi todas las provincias y el campo, la mayoría

-digna de consideración- de quienes dan por buena la opinión de los periódicos o de los

vecinos, que carecen de medios para documentarse o reflexionar. ¿Qué ha ocurrido,

pues? ¿Cómo tu pueblo, Francia, ese pueblo de buen corazón y sentido común ha podido

llegar a ese miedo atroz, a esa intolerancia tenebrosa? ¡Le cuentan que un hombre quizás

inocente sufre la peor de las torturas y que hay pruebas materiales y morales de que se

impone la revisión del caso, y tu pueblo se niega violentamente a que se haga la luz, toma

partido por los sectarios y los bandidos, por gente interesada en mantener el cadáver bajo

tierra, ese pueblo que, ayer aún, hubiera vuelto a destruir la Bastilla para liberar a un

preso!

Am I Evil? dijo...

¡Qué angustia y qué tristeza, Francia, hay en el alma de los que te quieren, de los que

desean tu honor y tu grandeza! Con aflicción contemplo esta mar turbia y encrespada de

tu pueblo, me pregunto cuá les son las causas de la tempestad que amenaza con llevarse lo

mejor de tu gloria. La situación reviste una gravedad mortal, veo síntomas que me

inquietan. Pero me atreveré a decirlo todo, pues un solo anhelo tuve en mi vida, la

verdad, y no hago ahora más que continuar mi obra.

¿Te das cuenta de que el peligro radica precisamente en esas obstinadas tinieblas de la

opinión pública? Cien periódicos repiten cada día que la opinión pública no quiere que

Dreyfus sea inocente, que su culpabilidad es necesaria para la salvación de la patria. ¿Y

no sientes hasta qué punto, Francia, serías culpable si las altas esferas permitieran que se

utilizara semejante sofisma para echar tierra sobre la verdad? Serías tú, Francia, quien lo

hubiera permitido, tú quien hubieras exigido el crimen, ¡y qué responsabilidad de cara al

futuro! Por eso, Francia, aquellos hijos que te quieren y te honran solo sienten un ardiente

deber en esta hora tan grave, el de actuar enérgicamente sobre la opinión pública, ilu-
minarla, guiarla, salvarla del error al que le empujan ciegas pasiones. No existe tarea más

útil ni más santa.

Am I Evil? dijo...

¡Ah, sí! Con toda mi fuerza hablaré a los pequeños, a los humildes, a los que se tragan

el veneno y caen en el delirio. Tal es mi único propósito, les gritaré dónde se encuentra

de verdad el alma de la patria, su energía invencible y su triunfo seguro.

Examinemos cómo están las cosas. Se ha dado un nuevo paso, han citado al

comandante Esterhazy para que se presente ante un consejo de guerra. Como dije desde

el primer día, la verdad está en marcha y nada la detendrá. A pesar de tanta mala

voluntad, cada paso hacia la verdad se realizará, matemáticamente, a su hora. La verdad

lleva consigo un poder que vence cualquier obstáculo. Cuando le cierran el paso, cuando

consiguen mantenerla bajo tierra durante más o menos tiempo, se concentra, adquiere tal

violencia explosiva que el día en que estalla, salta todo a la vez. Probad a tapiarla esta vez

con las mismas mentiras durante meses, o a encajonarla, y presenciaréis, como no toméis

precauciones para después, qué estrepitoso desastre.

Pero, a medida que avanza la verdad, se acumulan las mentiras para impedir ese

avance. Nada más significativo. Cuando el general De Pellieux, encargado de la

instrucción previa, entregó su informe, del que se infería la posible culpabilidad del

comandante Esterhazy, la prensa inmunda se inventó que, solo por voluntad del general

De Pellieux, el general Saussier, indeciso y convencido de la inocencia del comandante,

había accedido a pasarlo a jurisdic ción militar por pura cortesía. Hoy ya es el colmo;

cuentan los periódicos que, después de que tres expertos hayan vuelto a reconocer que el

escrito era sin lugar a dudas obra de Dreyfus, el comandante Ravary, en su informe

judicial, había llegado a la necesidad de un no ha lugar; y que, si el comandante

Esterhazy iba a pasar ante un consejo de guerra, era porque éste había presionado otra vez

al general Saussier para que le juzgaran.

Am I Evil? dijo...

¿No es eso cómico y de una perfecta memez? ¿Os imagináis a ese acusado dirigiendo el

caso, dictando sentencias? ¿Os imagináis que, para un hombre declarado inocente

después de dos investigaciones, se haga el gran esfuerzo de reunir a un tribunal, con la

sola intención de representar una farsa decorativa, una especie de apoteosis judicial? Eso,

sencillamente, significa burlarse de la justicia desde el momento en que se afirma que la

absolución es segura, pues la justicia no está hecha para juzgar a inocentes, y lo mínimo

que debe exigirse es que no se redacte el juicio entre bastidores antes del inicio de las

sesiones. Puesto que el comandante Esterhazy ha sido citado ante un consejo de guerra,

esperemos, por nuestro honor nacional, que el consejo sea veraz y no una simple farsa

destinada a distraer a los mirones. Pobre Francia mía, ¿tan tonta te creen, que te cuentan

semejantes embustes?

Am I Evil? dijo...

No obstante, todas las informaciones que publica la prensa inmunda son mentiras y de-
berían ser suficientes para que la gente abriera los ojos. Por mi parte, me niego

rotundamente a creer que los tres expertos no reconocieran, al primer examen, la

semejanza absoluta entre la letra del comandante Esterhazy y la del escrito. Cojamos a

cualquier niño que pase por la calle, digámosle que suba, enseñémosle las dos pruebas y

contestará: «Estas páginas las ha escrito el mismo señor». No hacen falta expertos, cual-
quiera sirve, la similitud de ciertas palabras salta a la vista. Y eso es tan cierto que el

mismo comandante Esterhazy ha reconocido la asombrosa similitud y para explicarla

aduce que alguien ha calcado varias de sus cartas, montando toda una historia complicada

y laboriosa, perfectamente pueril por lo demás, que ha tenido ocupada a la prensa durante

semanas. ¡Y aún vienen a decirnos que han consultado a tres expertos, los cuales afirman

que la carta fue escrita sin duda alguna por Dreyfus! ¡Ah, no! ¡Ya está bien! Tanta

desfachatez es ya torpe, la gente honrada acabará enfadándose, al menos eso espero.

Am I Evil? dijo...

Algunos periódicos llevan las cosas hasta el extremo de decir que se prescindirá del

escrito, que ni se mencionará delante del tribunal. Entonces, ¿qué se mencionará y para

qué se formará el tribunal? El meollo del caso se reduce a eso: si han condenado a

Dreyfus basándose en un documento que otro escribió y que basta para condenar a ese

otro, se impone la revision por una lógica inexorable, pues no puede haber dos culpables

condenados por el mismo crimen. El abogado Demange lo repitió rotundamente, el

escrito fue la única prueba que le comunicaron, a Dreyfus no le condenaron legalmente

más que por el escrito; aun así, admitiendo que, despreciando toda legalidad, existan otras

pruebas consideradas secretas, cosa que personalmente no puedo creer, ¿quién se atre-
vería a rechazar la revisión cuando se demostrase que el escrito, la única prueba conocida

y confirmada, es de la mano y pluma de otro? Ésa es la causa por la que se acumulan

tantas mentiras en torno al escrito, el cual, en realidad, constituye todo el caso.

Am I Evil? dijo...

Por lo tanto, éste es un primer punto que conviene tener en cuenta: la opinión pública se

ha formado en gran parte a partir de esas mentiras, de esas historias extraordinarias y es-
túpidas que propaga la prensa cada mañana. Cuando llegue la hora de buscar

responsabilidades, habrá que ajustar cuentas con esa prensa inmunda que nos deshonra

ante el mundo entero. Algunos periódicos cumplen con su papel de siempre, nunca

dejaron de chapotear en el fango. Pero, entre ellos, ¡qué sorpresa, qué tristeza

encontrarse, por ejemplo, con el Écho de Paris, ese periódico literario tantas veces a la

vanguardia de las ideas y que, en el caso Dreyfus, realiza una labor tan sospechosa! Los

comentarios, de una violencia y partidismo escandalosos, no llevan firma. Parecen

inspirarse en la actitud de los mismos que han cometido la desastrosa torpeza de provocar

la condena de Dreyfus. ¿No se da cuenta Valentin Simond de que cubren de oprobio a su

periódico? Otro periódico cuya actitud debería sublevar la conciencia de toda la gente

honrada es Le Petit Journal. Se comprende que los periódicos prostibularios, con una

tirada de varios miles de ejemplares, vociferen y mientan para aumentar su tiraje, y,

además, apenas hacen daño. Pero que Le Petit Journal, un diario que vende más de un

millón de ejemplares, que va a parar a manos de gente sencilla y llega a todas partes,

siembre el error y extravíe a la opinión pública es muy grave. Cuando uno carga con

tantas almas, cuando se es el pastor de todo un pueblo, hay que poseer una integridad

intelectual escrupulosa, so pena de caer en el crimen cívico.

Am I Evil? dijo...

Así que, ya ves, Francia, lo que primero veo en la demencia que te arrebata: las

mentiras de la prensa, la ración de chismes necios, de bajas injurias, de perversiones

morales que te sirven cada mañana. ¿Cómo vas a querer la verdad y la justicia, si se

trastornan hasta tal punto todos tus valores legendarios, la claridad de tu inteligencia y la

solidez de tu razón?

Pero hay hechos aún más graves, todo un conjunto de síntomas que convierten la crisis

por la que atraviesas, Francia, en una lección aterradora para quienes saben ver y juzgar.

El caso Dreyfus no es más que un deplorable incidente. Lo que asusta reconocer es el

modo en que te comportas. Se tiene buen aspecto y de golpe salen manchitas en la piel: la

muerte está en ti. Todo el veneno politico y social te ha asomado a la cara.

Am I Evil? dijo...

¿Por qué, pues, has permitido que gritaran, has acabado tú misma por gritar, y que

insultaran a tu ejército, cuando, al contrario, unos patriotas fervientes solo querían la

dignidad y el honor de éste? Pero tu ejército, hoy, eres tú por entero; no lo conforman tal

jefe o tal cuerpo de oficiales, o tal jerarquía con galones, son todos tus hijos, dispuestos a

defender el suelo francés. Examina tu conciencia: ¿era realmente tu ejército el que

querías defender cuando nadie lo atacaba? ¿No era más bien al sable al que de pronto

sentiste necesidad de aclamar? Por mi parte, en la estrepitosa ovación a los superiores

supuestamente insultados, distingo un brote, sin duda inconsciente, del boulangisme

latente que todavía te aqueja. En el fondo, aún no tienes sangre republicana, los penachos

que desfilan te hacen palpitar el corazón, no hay rey que venga del que no te enamores.

¿El ejército? ¡Bueno, sí, pero ni te acuerdas! A quien quieres ver en tu cama es al general.

¡Qué lejos queda el caso Dreyfus! Mientras el general Billot se hacía aclamar en la

Cámara, yo vela cómo se dibujaba en la pared la sombra del sable. Francia, si no des-
confias, vas hacia la dictadura.

Am I Evil? dijo...

¿Y sabes también adónde vas, Francia? Vas ha cia la Iglesia, regresas al pasado, a ese

pasado de intolerancia y teocracia tan combatido por tus hijos más ilustres, que creyeron

acabar con él donando a cambio su inteligencia y su sangre. La táctica actual del

antisemitismo es muy simple. En vano el catolicismo procuraba actuar sobre el pueblo,

en vano creaba círculos obreros y multiplicaba las peregrinaciones, y fracasaba en su

intento por conquistarlo, por conducirlo de nuevo al pie del altar. Era algo definitivo, las

iglesias se quedaban vacías, el pueblo había dejado de creer. Y, de súbito, ciertas

circunstancias permitieron que se insuflara en el pueblo la rabia antisemita, y lo

envenenan con ese fana tismo, lo lanzan a la calle al grito de «¡Abajo los judíos! ¡Mueran

los judíos!». ¡Qué triunfo si se pudiera desencadenar una guerra religiosa! Por supuesto,

el pueblo sigue sin creer; pero volver a la intolerancia de la Edad Media, quemar a los

judíos en la plaza pública, ¿no significa ya un atisbo de creencia? Hallaron por fin el

veneno adecuado; y cuando hayan convertido al pueblo de Francia en un fanático y un

verdugo, cuando le hayan extirpado del corazón su generosidad, su amor por los derechos

del hombre, conquistados con tanto esfuerzo, Dios se ocupará de lo demás.

Am I Evil? dijo...

Hay gente que se atreve a negar la reacción clerical. ¡Pero si está en todas partes, si

irrumpe en la política, en las artes, en la prensa, en la calle! Hoy persiguen a los judíos,

mañana les tocará a los protestantes; y así empieza la campaña. Reaccionarios de toda

índole invaden la República, la adoran con un amor violento y terrible, la besan hasta

asfxiarla. Por todas partes se comenta que la idea de libertad está en quiebra. Cuando

surgió el caso Dreyfus, ese odio creciente a la libertad encontró una magníñca

oportunidad, y se inflamaron las pasiones hasta entre gente inconsciente. ¿No veis que, si

arremetieron contra Scheurer-Kestner con tanto furor, es porque pertenece a una

generación que creyó en la libertad, que deseó la libertad? Hoy, unos se encogen de

hombros, otros se burlan: vejestorios, anticuados de buena fe. Su derrota consumaría la

ruina de quienes fundaron la República, de los que murieron, de aquellos a los que han

tratado de arrojar al fango. Ellos acabaron con el sable, abandonaron a la Iglesia y por eso

a ese hombre excelente y honrado que es Monsieur Scheurer-Kestner se le considera hoy

un malhechor. Hay que ahogarlo en la vergüenza para que la misma República quede

mancillada y destruida.

Am I Evil? dijo...

El caso Dreyfus saca además a la luz del día el ambiguo pasteleo del parlamentarismo,

el pasteleo que lo mancha y ha de matarlo. Este caso se da en un mal momento, al final

de una legislatura, cuando ya solo quedan tres o cuatro meses para hacer componendas de

cara a la próxima. El gabinete que detenta hoy el poder pretende, claro está, que se

celebren elecciones, y los diputados pretenden con la misma energía ser reelegidos. Por

lo tanto, antes que soltar las carteras, antes que comprometer las posibilidades de

elección, todos se han decidido por actos extremos. No se agarra con mayor avidez el

náufrago a su tabla de salvación. Y todo se reduce a eso, todo se explica: por una parte, la

actitud del gabinete en el caso Dreyfus, su silencio, sus apuros, la mala acción que

comete al permitir que el país agonice bajo la impostura cuando él mismo tenía a su cargo

sacar a relucir la verdad; por otra parte, el desinterés medroso de los diputados, que

fingen no saber nada, que solo temen comprometer su reelección si se enemistan con el

pueblo, al que creen antisemita. Se dice con frecuencia: «¡Ah, si las elecciones ya se

hubiesen celebrado, verías cómo el Gobierno y el Parlamento hubieran arreglado el caso

Dreyfus en veinticuatro horas!». Eso es lo que el ruin pasteleo del parlamentarismo

consigue de un gran pueblo.

Am I Evil? dijo...

¡Francia, con esto formas a tu opinion pública, con el deseo del sable y de la reacción

clerical que te hace retroceder siglos, con la ambición voraz de quienes te gobiernan, se

nutren de ti y se niegan a dejar de comer!

Am I Evil? dijo...

A ti apelo, Francia. Sigue siendo la gran Francia, vuelve en ti, enderézate.

Dos episodios nefastos son sólo obra del antisemitismo: Panama y el caso Dreyfus. Hay

que recordar de qué manera la prensa inmunda, mediante delaciones, abominables

comadreos, publicación de pruebas falsas o robadas, convirtió a Panama en una úlcera

horrible que royó y debilitó al país durante años. Había enloquecido la opinión pública;

pervertida la nación entera, ebria de veneno, furiosa, exigía cuentas y pedía la ejecución

en masa del Parlamento porque estaba corrompido. ¡Ah, si Arton volviese, si hablase!

Volvió, habló y todas las mentiras de la prensa inmunda se desmoronaron hasta el punto

de que la opinion pública cambió repentinamente, no quiso sospechar de ningún culpable

y exigió la absolución en bloque. Supongo que, en realidad, no todas las conciencias

estarían muy tranquilas, pues había sucedido lo que sucede en todos los Parlamentos del

mundo cuando grandes empresas mueven millones. Pero la opinion pública estaba ya

saturada de actos innobles, demasiada gente había quedado manchada, había recibido

demasiadas denuncias y sentía la imperiosa necesidad de limpiarse con aire puro y creer

en la inocencia de todos.

Am I Evil? dijo...

Pues bien, auguro que sucederá lo mismo con el caso Dreyfus, el segundo crimen social

del antisemitismo. Una vez más, la prensa inmunda satura a la opinion pública con

excesivas mentiras a infamias. Se empeña demasiado en que las personas honradas sean

bribones y que los bribones sean personas honradas. Lanza demasiadas patrañas que ya

no se creen ni los niños. Se ve desmentida con demasiada frecuencia, ofende al sentido

común y la integridad más elemental. Cualquier mañana, tras todo el lodo con que la han

atiborrado, sentirá una repentina aversion y, fatalmente, acabará rebelándose. Y veréis

cómo la prensa, al igual que en el caso de Panama, se volcará por completo en el caso

Dreyfus, pedirá que se acabe la lista de traidores, exigirá la verdad y la justicia en una

explosión de soberana generosidad. De este modo, el antisemitismo sera juzgado y

condenado por sus obras, dos fa tales episodios en los que el país perdió su dignidad y su

salud.

Am I Evil? dijo...

Por eso, Francia, te lo suplico, vuelve en ti, enderézate sin más tardar. No pueden

decirte la verdad, porque ahora se halla en manos de la justicia y ésta parece dispuesta a

establecerla de una vez. Solo los jueces tienen la palabra, y el deber de hablar se impone

sólo en el caso de que no se establezca toda la verdad. Sin embargo, esta verdad, que es

tan simple, que fue primero un error y que después provocó tantos deslices cuando

quisieron ocultarla, ¿no alcanzas a sospecharla? Los hechos hablaron con tanta cla ridad

que cada fase de la investigación resultó una confesión: el comandante Esterhazy fue ro-
deado de protecciones inexplicables, trataron al coronel Picquart como a un culpable y lo

colmaron de insultos, los ministros jugaron con las palabras, los periódicos oficiosos

mintieron con vehemencia, la instrucción del caso se realizó casi a ciegas, con

exasperante lentitud. ¿No te parece que algo huele mal, que algo huele a podrido, y que,

en realidad, si se dejan defender tan abiertamente por toda la chusma de Paris mientras la

gente honesta exige la Verdad a costa de su tranquilidad, es porque tienen demasiadas co-
sas que ocultar?

Am I Evil? dijo...

Despierta, Franc ia, piensa en tu gloria. ¿Cómo es posible que tu burguesía liberal y tu

pueblo emancipado no vean a qué aberración la arrojan en esta crisis? No puedo creer

que sean cómplices, y, si lo son, los están embaucando, pues no se dan cuenta de lo que

se oculta detrás de todo eso: por una parte, la dictadura militar; por otra, la reacción

clerical. ¿Eso quieres, Francia, poner en peligro todo lo que tanto ha costado lograr, la

tolerancia religiosa, la justicia igual para todos, la solidaridad fraternal de todos los

ciudadanos? Basta que existan dudas sobre la culpabilidad de Dreyfus y que le abandones

en su tortura para que tu gloriosa conquista del Derecho y de la libertad se vea

comprometida para siempre. ¡Sí, apenas quedaremos unos cuantos para decir estas cosas,

tus hijos honrados no se alzarán para ponerse a nuestro lado, ni tampoco las mentes

libres, los corazones generosos que fundaron la República y que deberían temblar al verla

en peligro.

Am I Evil? dijo...

A ésos, Francia, apelo. ¡Que se unan, que escriban, que hablen! ¡Que trabajen con

nosotros para iluminar a la opinión pública, a los pequeños y humildes, envenenados y

llevados al delirio! El alma de la patria, su energia, su triunfo se hallan en la equidad y la

generosidad.

Sólo me inquieta la posibilidad de que no se haga la luz por entero ni enseguida. Tras

un sumario secreto, un juicio a puerta cerrada no puede poner el punto final. Al contrario,

daría pie a que comenzara el caso, pues habría que hablar, porque callarse significaría ser

cómplice. ¡Qué locura creer que se puede impedir que se escriba la historia! Esta historia

se escribirá y quien tenga alguna responsabilidad, por leve que sea, deberá pagar.

¡Y así se hará para tu gloria final, Francia, pues en el fondo no tengo miedo; sé que, por

más que atenten contra tu razón y tu salud, tú serás siempre nuestro porvenir y siempre

tendrás despertares triunfales de verdad y de justicia!

Am I Evil? dijo...

Yo acuso

Carta a Monsieur Félix Faure, presidente de la República

Este texto se publicó en L'Aurore el 13 de enero de 1898.

La gente ignora que estas páginas se imprimieron primero como folleto, al igual que

las dos cartas anteriores. Cuando estaba a punto de poner el folleto a la venta, se me

ocurrió que el escrito obtendría mayor resonancia y publicidad si lo publicaba en un

periódico. L'Aurore había tomado ya partido, con una independencia y un valor

admirables, y, naturalmente, me dirigí a él. Desde entonces, ese periódico se convirtió en

mi refugio, en la tribuna de libertad y de verdad desde donde pude decir todo. Siento aún

por su director, Monsieur Ernest Vaughan, un profundo agradecimiento. Después de que

de ese número de L'Aurore se vendieran trescientos mil ejemplares, y tras las diligencias

judiciales que siguieron, el folleto no salió del almacén. Así, al día siguiente del acto que

había decidido y ejecutado, creí oportuno guardar silencio en espera de mi juicio y de

las consecuencias que ya me imaginaba.

Am I Evil? dijo...

Señor presidente,

¿me permitirá usted, en agradecimiento por la benévola acogida que me dispensó un

día, que me preocupe por su merecida gloria y que le diga que su estrella, tan afortunada

hasta ahora, se ve amenazada por la más vergonzosa a imborrable de las manchas?

Ha salido usted indemne de las calumnias más rastreras, ha conquistado los corazones

de la gente. Aparece usted radiante en la apoteosis de esa fiesta patriótica que ha sido

para Francia la alianza rusa, y se dispone a presidir el solemne triunfo de nuestra

Exposición Universal, que coronará nuestro gran siglo de trabajo, de verdad y de libertad.

No obstante, ¡qué mancha de lodo sobre su nombre -iba a decir sobre su reinado- ha

arrojado el abominable caso Dreyfus! Un consejo de guerra acaba de atreverse, por de-
creto, a absolver a un individuo como Esterhazy, supremo insulto a toda verdad, a toda

justicia. Se acabó, Francia ostenta ahora esa mancha en la mejilla y la historia escribirá

que semejante crimen social fue posible bajo su presidencia.

Am I Evil? dijo...

Pero si ellos se atrevieron, yo también me atreveré. Diré la verdad, porque prometí

decirla si no lo hacía plenamente y por entero la justicia. Mi deber es hablar, no quiero

ser cómplice. Mis noches se verían asediadas por el espectro del inocente que,

padeciendo el más horrible suplicio, expira un crimen que no ha cometido.

Y a usted, señor presidente, le gritaré esa verdad, con toda la fuerza que me da mi

rechazo de hombre decente. En su honor, quiero suponer que usted ignora esa verdad. ¿Y

a quién pues, iba yo a denunciar esa pandilla malsana de verdaderos culpables sino a

usted, el primer magistrado del país?

Am I Evil? dijo...

Ante todo, la verdad sobre el proceso y sobre la condena de Dreyfus.

Todo lo ha dirigido, todo lo ha realizado un hombre nefasto, el teniente coronel Du Paty

de Clam, por entonces simple comandante. Él es prácticamente el caso Dreyfus; pero eso

no se sabrá hasta que una investigación leal establezca claramente sus actos y sus

responsabilidades. Posee la mente más turbia, más enrevesada y obsesionada por intrigas

novelescas que conozco, y se vale de recursos de folletín, de papeles robados, cartas

anónimas, citas en lugares desiertos, mujeres que, de noche, entregan pruebas con-
tundentes. Él ideó dictar el escrito a Dreyfus; él propuso examinar a Dreyfus en un cuarto

enteramente revestido de espejos; a él lo describe el comandante Forzinetti penetrando,

provisto de una linterna velada, en la celda donde duerme el acusado para proyectarle

bruscamente sobre la cara un chorro de luz y sorprender el crimen en sus labios con la

emoción del despertar. No tengo por qué contarlo todo; que busquen, ya encontrarán.

Declaro sencillamente que el comandante Du Paty de Clam, encargado de instruir el

sumario del caso Dreyfus en calidad de oficial judicial, es, en lo relativo a fechas y res-
ponsabilidades, el primer culpable del espantoso error judicial que se cometió.

Am I Evil? dijo...

Hacía tiempo que el escrito estaba en manos del coronel Sandherr, director del Bureau

de Renseignements, quien falleció tras padecer una parálisis general. Se producían

«pérdidas», desaparecían papeles y aún hoy siguen desapareciendo; mientras buscaban al

autor del escrito, se fue creando la idea preconcebida de que el autor sólo podía ser un

oñcial del Estado Mayor, y además oficial de artillería: doble y manifiesto error, que

demuestra con qué superficialidad estudiaron el escrito, pues un examen sensato de-
muestra que no podia tratarse más que de un oficial de tropa.

Am I Evil? dijo...

Así pues, empezaron a buscar en casa, a examinar tipos de letra, como si de un asunto

de familia se tratara, con la intención de sorprender a un traidor en las propias oficinas

para expulsarle. Entonces -no pretendo reconstruir ahora una historia en parte conocida-,

desde que la primera sospecha recae sobre Dreyfus, el comandante Du Paty de Clam

entra en escena. A partir de ese momento, él fue quien se inventó a Dreyfus, el caso se

convirtió en su caso, se empeñó en confundir al traidor, en arrancarle una confesión

completa. Por supuesto, están también el ministro de la Guerra, el general Mercier, cuya

inteligencia parece mediocre; el jefe del Estado Mayor, el general De Boisdeffre, que da

la impresión de haber sucumbido a su pasión clerical, y el subjefe de Estado Mayor, el

general Gonse, cuya conciencia se acomodó a muchas cosas. Pero, en realidad, el que

cuenta es el comandante Du Paty de Clam, que los maneja a todos, que los hipnotiza a

todos, pues también siente afición por el espiritismo y las ciencias ocultas y conversa con

los espíritus. Cuesta imaginar a qué experiencias sometió al infeliz Dreyfus, en qué

trampas quiso hacerle caer, qué descabelladas investigaciones, qué monstruosas

imaginaciones; en suma, lo some tió a una tortura demencial.

Am I Evil? dijo...

¡Ah, ese primer caso es como una pesadilla para quien conoce sus verdaderos detalles!

El comandante Du Paty de Clam detiene a Dreyfus, lo incomunica. Corre a ver a

Madame Dreyfus, la aterroriza, le dice que, si habla, su marido está perdido. Entretanto,

el infeliz se mesa los cabellos, clama su inocencia. Y asi se procedió al sumario, como en

una crónica del siglo XV, rodeado de misterio, en medio de la confusión de informes

crueles, y basándose en una única acusación infantil, ese estúpido escrito que no sólo

equivalía a una traición vulgar, sino que, además, era la más impúdica de las estafas, pues

casi todos los célebres secretos que en él se revelaban carecían de valor. Mi insistencia se

debe a que ése es el meollo de la cuestión, de donde saldrá más tarde el verdadero

crimen, la espantosa falta de justicia que aqueja a Francia. Me gustaría dejar bien sentado

de qué modo se llegó al error judicial, cómo nació de las maquinaciones del comandante

Du Paty de Clam, de qué manera el general Mercier y los generales De Boisdeffre y

Gonse pudieron dejar que poco a poco los enredaran y comprometieran sus

responsabilidades en ese error, error que más adelante se sintieron obligados a imponer

como la sacrosanta verdad, que no admite discusión. Asi pues, al principio, no hay más

que incuria y falta de inteligencia por parte de esos hombres. A lo sumo, se les ve ceder a

las pasiones religiosas del ambiente y a los prejuicios del corporativismo. Ellos permitie-
ron que se cometiera el disparate.

Am I Evil? dijo...

Ya tenemos a Dreyfus ante el consejo de guerra. Se exigió que fuera a puerta cerrada.

No se tomarían medidas de silencio y de misterio más rigurosas para un traidor que

hubiese abierto la frontera al enemigo para dejar al emperador alemán el paso libre hasta

Notre Dame. La nación se halla estupefacta, la gente susurra hechos terribles, traiciones

monstruosas, de esas que indignan a la Historia; y, por supuesto, la nación se inclina.

Ningún castigo será lo bastante severo, la nación aplaudirá la degradación pública,

exigirá que el culpable, devorado por los remordimientos, permanezca en su infamante is-
lote. ¿Serán verdad esas cosas inconfesables y peligrosas, capaces de hacer arder a

Europa, que hubo que ocultar cuidadosamente tras ese juicio a puerta cerrada? ¡No!

Detrás no hubo nada salvo la imaginación novelesca y demencial del comandante Du

Paty de Clam. Todo ese enredo no tuvo otro fin que el de ocultar la novela folletinesca

más absurda. Para comprobarlo, basta con estudiar atentamente el acta de acusación,

leída ante el consejo de guerra.

Am I Evil? dijo...

En el acta de acusación no había nada. Que hayan podido condenar a un hombre

basándose en esa acta es un prodigio de iniquidad. Dudo que la gente honrada pueda

leerla sin que su corazón salte de indignación ni proteste a gritos al pensar en aquella

desmesurada expiación, a11á, en la isla del Diablo. Dreyfus sabe varios idiomas, crimen;

no encontraron en su casa ningún documento comprometedor, crimen; visita en ocasiones

su país de origen, crimen; es trabajador, se preocupa por enterarse de todo, crimen; no

pierde la calma, crimen; pierde la calma, crimen. ¡Y esa redacción llena de ingenuidades,

esos vacuos asertos formales! Nos habían hablado de catorce cargos acusatorios: no

encontramos más que uno, el del escrito; nos enteramos incluso de que los expertos no

estaban de acuerdo, de que uno, Monsieur Gobert, fue amonestado de manera terminante

porque no se decidía a sacar conclusiones en el sentido deseado. Se comentaba también

que habían acudido veintitrés oficiales para hundir a Dreyfus con sus testimonios.

Desconocemos los interrogatorios, pero parece seguro que no todos decla raron en contra;

conviene mencionar además que todos pertenecían al Ministerio de la Guerra. Es un

proceso en familia, están como en casa. No hay que olvidarlo: el Estado Mayor quiso el

juicio, juzgó a Dreyfus y acaba de juzgarlo por segunda vez.

Am I Evil? dijo...

Por lo tanto, sólo quedaba el escrito, y los expertos no se pusieron de acuerdo. Cuentan

que, en la sala de deliberación, los jueces, naturalmente, se disponían a absolver. ¡Qué

fácil es comprender ahora la desesperada obstinación con la que hoy, para justificar la

condena, se afirma la existencia de una prueba secreta, abrumadora, una prueba que no se

puede enseñar, que lo legitima todo, ante la que hemos de inclinarnos, Dios invisible a

incognoscible! ¡Niego esa prueba, la niego con todas mis fuerzas! Una prueba ridícula, sí,

tal vez la prueba donde se habla de mujerzuelas y que alude a un tal D. que se ha vuelto

demasiado exigente: sin duda algún marido que opina que no pagan lo suficiente a su

mujer. ¡Pero no una prueba que afecte a la defensa nacional, que no se podría revelar sin

que al día siguiente se declarara la guerra! ¡No y no! ¡Mentira! Y lo más odioso, lo más

cínico, es que mienten impunemente sin que nadie pueda demostrárselo. Alborotan a

Francia, se amparan en la legítima emoción de ésta, acallan las bocas tras turbar los

corazones y pervertir las mentes. No conozco mayor delito cívico.

Am I Evil? dijo...

Éstos son, señor presidente, los hechos que explican cómo pudo cometerse un error

judicial; y las pruebas morales, la situación económica de Dreyfus, la ausencia de

motivos, su continuo grito de inocencia, acaban por mostrárnoslo como una víctima de la

extraordinaria imaginación del comandante Du Paty de Clam, del ambiente clerical que

lo rodeaba, de esa caza a los «cochinos judíos» que deshonra nuestros tiempos.

Am I Evil? dijo...

Llegamos ya al caso Esterhazy. Han trans currido tres años, muchas conciencias siguen

profundamente turbadas, se inquietan, buscan y acaban por convencerse de la inocencia

de Dreyfus.

Am I Evil? dijo...

No voy a narrar la trayectoria de dudas y posterior convicción de Monsieur Scheurer-
Kestner. Sin embargo, mientras él investigaba por su lado, graves hechos ocurrían en el

propio Estado Mayor. Había muerto el coronel Sandherr, y el teniente coronel Picquart le

había sucedido como jefe del Bureau de Renseignements. Un día, hallándose éste en

funciones, cayó en sus manos una carta-telegrama enviada al comandante Esterhazy por

un agente de una potencia extranjera. Su estricto deber era abrir una investigación. Lo

cierto es que nunca obró al margen de la voluntad de sus superiores. Confió, pues, sus

sospechas a éstos, al general Gonse, al general De Boisdeffre y, por fin, al general Billot,

quien había sucedido al general Mercier como ministro de la Guerra. El famoso expe-
diente Picquart, del que tanto se ha hablado, nunca ha sido más que el expediente Billot,

o sea, un expediente realizado por un subordinado para su ministro, expediente que aún

debe de hallarse en el Ministerio de la Guerra. Las pesquisas se prolongaron de mayo a

septiembre de 1896, y lo que hay que afirmar en voz alta es que el general Gonse estaba

convencido de la culpabilidad de Esterhazy y que ni el general De Boisdeffre ni el

general Billot ponían en duda que el escrito fuera de puño y letra de Esterhazy. La

investigación del teniente coronel Picquart había llevado a esa evidente constatación.

Pero se produjo una enorme conmoción, ya que la condena de Esterhazy acarrearía

inevitablemente la revisión del caso Dreyfus; y el Estado Mayor no quería eso a ningún

precio.

Am I Evil? dijo...

Debió de darse entonces un minuto psicológico lleno de angustia. Observe que el

general Billot no estaba en absoluto comprometido, acababa de llegar, podía establecer la

verdad. No se atrevió, sin duda por miedo a la opinión pública y por temor a implicar a

todo el Estado Mayor, al general De Boisdeffre, al general Gonse, sin contar a los

subordinados. Después, no hubo más que un minuto de lucha entre su conciencia y lo que

creyó que era el interés militar. Pasó el minuto y fue ya demasiado tarde. Se había com-
prometido, se había embarcado. Desde entonces su responsabilidad no ha hecho más que

aumentar, cargo con el delito de los demás, se ha vuelto tan culpable como los otros, más

culpable aún, pues fue dueño de hacer justicia y no hizo nada. ¿No lo entiende usted?

¡Hace ya un año que el general Billot, que los generales De Boisdeffre y Gonse saben que

Dreyfus es inocente y han guardado para sí esa cosa atroz! ¡Y esa gente duerme y quiere

a su mujer y a sus hijos!

Am I Evil? dijo...

El teniente coronel Picquart había cumplido con su deber como hombre honrado que

era. Insistió ante sus superiores en nombre de la justicia. Hasta les suplicó, les dijo cuán

poco políticos eran sus aplazamientos, previó la terrible tormenta que se avecinaba y que

estallaría cuando se supiera la verdad. El mismo lenguaje utilizó después Monsieur

Scheurer-Kestner delante del general Billot cuando le exhortó a que, por patriotismo, se

encargara personalmente del caso, a que no lo dejara agravarse hasta el punto de

degenerar en un desastre público. ¡No! El crimen se había cometido, el Estado Mayor no

podía ya confesar su delito. Trasladaron al teniente coronel Picqua rt, fueron alejándolo

cada vez más, hasta Túnez, donde un día incluso quisieron honrar su valentía

encomendándole una misión en el lugar en que halló la muerte el marqués de Mores,

misión que seguramente hubiera acabado con él. ¿Cómo creer que hubiera caído en

desgracia si el general Gonse mantenía con él una correspondencia amistosa? Cierta-
mente, hay secretos que más vale no haber descubierto.

Am I Evil? dijo...

En Paris, la verdad avanzaba, irresistible, y ya sabemos de qué modo estalló la esperada

tormenta. Monsieur Mathieu Dreyfus denunció al comandante Esterhazy, acusándolo de

ser el autor verdadero del escrito, en el momento en que Monsieur Scheurer-Kestner se

disponía a entregar al ministro de justicia una petición de revision del proceso. Entra

entonces en escena el comandante Esterhazy. Algunos testigos lo presentan al principio

trastornado y dispuesto a suicidarse o a huir. Después, súbitamente, se vuelve audaz y

asombra a París por su violenta actitud. Era evidente que le habían llegado apoyos; había

recibido una carta anónima que le advertia de las intrigas de sus enemigos a incluso una

noche una misteriosa dama se molestó en devolverle una prueba, robada al Estado

Mayor, que lograría salvarle. No puedo evitar ver tras todo esto al teniente coronel Du

Paty de Clam, pues conozco las artimañas de su fértil imaginación. Su obra, la

culpabilidad de Dreyfus, se hallaba en peligro y seguramente quiso defenderla. ¿Revisión

del caso? ¡Seria el hundimiento del trágico y extravagante folletin cuyo abominable de-
senlace se desarrolla en la isla del Diablo! ¡Y él no podía consentir eso! A partir de ese

instante tendrá lugar un duelo entre el teniente coronel Picquart y el teniente coronel Du

Paty de Clam, uno a rostro descubierto, el otro enmascarado. Volveremos a

encontrárnoslos poco después ante la justicia civil. En el fondo, el Estado Mayor sigue

defendiéndose, se niega a confesar su delito, cuya abominación crece por momentos.

Am I Evil? dijo...

La gente se preguntaba estupefacta quiénes protegían al comandante Esterhazy. El

primer protector, en la sombra, era el teniente coronel Du Paty de Clam, quien lo

maquinó y lo organizó todo. Su actuación se delata por lo absurdo de sus recursos.

Después está el general De Boisdeffre, el general Gonse y el mismo general Billot, que se

ven obligados a absolver al comandante, ya que no pueden dejar que se reconozca la

inocencia de Dreyfus sin que todo el Ministerio de la Guerra se hunda en el desprecio pú-

blico. Y lo más gordo de esa prodigiosa situa ción es que la única persona honesta en todo

eso, el teniente coronel Picquart, el único que cumplió con su deber, acabará

convirtiéndose en una victima y sobre él caerán la befa y el castigo.

Am I Evil? dijo...

¡Oh, justicia, qué horrible desaliento nos invade el alma! Se atreverán a decir que él es

el falsario, el que ha creado la carta-telegrama para culpar a Esterhazy. Pero ¡santo cielo!

¿Por qué? ¿Con qué objeto? Déme usted un motivo. ¿O es que el teniente coronel

Picquart también está pagado por los judíos? Lo bueno del caso es que precisamente era

antisemita. ¡Sí! Asistimos a un infame espectáculo, hombres cubiertos de deudas y

crímenes que ven proclamada su inocencia mientras se destruye el honor mismo, se des-
truye a un hombre sin mácula. Cuando una sociedad llega a esos extremos, entra en

descomposición.

Am I Evil? dijo...

Éste es, señor presidente, el caso Esterhazy: un culpable que convenía declarar

inocente. Desde hace casi dos meses, podemos seguir hora a hora esa hermosa labor.

Abrevio, porque aquí sólo se trata de resumir la historia cuyas páginas, unas páginas que

queman las manos, se escribirán algún día en toda su extension. Vimos, pues, cómo el

general De Pellieux, y después el comandante Ravary, dirigían una investigación

perversa de la que los sinvergüenzas salían transfigurados, y los honrados, mancillados.

Luego se convocó el consejo de guerra.

Am I Evil? dijo...

¿Quién podía esperar que un consejo de gue rra deshiciera lo que otro consejo de guerra

había hecho?

Ya no me refiero siquiera a la elección de los jueces. La idea superior de disciplina que

llevan en la sangre esos soldados, ¿no basta para invalidar su capacidad de equidad?

Quien dice disciplina dice obediencia. Después de que el ministro de la Guerra, el gran

jefe, estableciera públicamente, entre aclamaciones de los representantes de la nación, la

autoridad de lo ya juzgado, ¿cómo queréis que un consejo de guerra lo desmienta

rotundamente? Desde un punto de vista jerárquico, resulta imposible. El general Billot

sugestionó a los jueces con su declaración, y éstos juzgaron como si tuvieran que tirarse

al fuego, sin razonar. La opinion preconcebida que alegaron desde sus sitiales fue,

evidentemente, la siguiente: «Dreyfus fue condenado por delito de traición por un

consejo de guerra, por lo tanto es culpable; y nosotros, un consejo de guerra, no podemos

declararlo inocente; sabemos, pues, que reconocer la culpabilidad de Esterhazy sería

proclamar la inocencia de Dreyfus». Nadie podía quitarles esa idea de la cabeza.

Am I Evil? dijo...

Pronunciaron una sentencia inicua, que pesará para siempre sobre nuestros consejos de

guerra y que desde ahora volverá sospechosa cualquier decision que se tome. Si el primer

consejo de guerra pudo pecar por falta de inteligencia, el segundo es, por fuerza, criminal.

Su excusa, lo repito, reside en que el jefe supremo había declarado que lo juzgado era

inatacable, sacrosanto y superior a los hombres, de modo que unos subordinados no

pudieran decir lo contrario. Nos hablan del honor del ejército, quieren que lo amemos,

que lo respetemos. ¡Ah, el ejército que se alzaría a la primera amenaza, que defe ndería el

suelo francés, ese ejército es todo el pueblo y por ese ejército, sí, no sentimos más que

afecto y respeto! Pero no es ése el ejército cuya dignidad deseamos en nuestro afán de

justicia. Se trata del sable, el amo que quizá nos den mañana. Y besar con unción la

empuñadura del sable-Dios, ¡eso no!

Am I Evil? dijo...

Por otra parte, lo he demostrado: el caso Dreyfus era el caso de los servicios del

Ministerio de la Guerra; un oficial del Estado Mayor, denunciado por sus compañeros de

Estado Mayor, condenado bajo la presión de los jefes del Estado Mayor. Una vez más, no

pueden decla rarlo inocente sin culpar a todo el Estado Mayor. Por eso, los servicios del

Ministerio, mediante todos los recursos imaginables, campañas de prensa, comunicados,

influencias, apoyaron a Esterhazy para perder por segunda vez a Dreyfus. ¡Qué limpieza

debiera hacer el Gobierno republicano en esa jesuitera, como la llama el mismo general

Billot! ¿Dónde está el gabinete auténticamente fuerte y de prudente patriotismo que se

atreva a refundirlo y a renovarlo todo? ¡Conozco a tanta gente que, ante la posibilidad de

una guerra, tiembla acongojada al saber en qué manos se halla la defensa nacional! ¡Y en

qué nido de ruines intrigas, de comadreos y dilapidaciones se ha convertido ese asilo

sagrado donde se decide la suerte de la patria! ¡Da pánico enfrentarse a la terrible luz que

acaba de provocar el caso Dreyfus, ese sacriñcio humano de un infeliz, de un «cochino

judio»! ¡Ah!, cuánta agitación de necios y dementes, cuántas imaginaciones desbordadas,

prácticas de policía barata, de inquisición y tiranía, el capricho de unos cuantos con

galones que aplastan con sus botas a la nación, haciéndole tragar su grito de verdad y de

justicia bajo el falaz y sacrílego pretexto de la razón de Estado.

Am I Evil? dijo...

También es un crimen haberse apoyado en la prensa inmunda, haberse dejado defender

por toda la chusma de Paris, que triunfa, insolente, al venirse abajo el derecho y la simple

honestidad. Es un crimen haber acusado de perturbar a Francia a quienes la desean

generosa, a la cabeza de las naciones libres y justas, cuando precisamente en su interior

se urde el impúdico complot para imponer el error ante el mundo entero. Es un crimen

desorientar a la opinion pública, utilizar para una campaña mortal a esa opinion pública

que han pervertido hasta lograr que delirara. Es un crimen envenenar a los pequeños y a

los humildes, enardecer las pasiones reaccionarias a intolerantes que se ocultan tras ese

odioso antisemitismo que provocará la muerte de la gran Francia liberal de los derechos

del hombre, si antes no la curan. Es un crimen explotar el patriotismo para fomentar el

odio y, en fin, es un crimen hacer del sable el Dios moderno cuando toda la ciencia

humana trabaja para la obra venidera de verdad y justicia.

Am I Evil? dijo...

Esa verdad, esa justicia que con tanta pasión deseamos, ¡qué desaliento ver cómo las

abofetean hasta desfigurarlas y alienarlas! Sospecho qué desmoronamiento estará

produciéndose en el alma de Monsieur Scheurer-Kestner, y estoy seguro de que acabará

por arrepentirse de no haber adoptado una actitud revolucionaria el día de la interpelación

ante el Senado y de no haber soltado cuanto llevaba dentro para acabar de una vez con

todo. Ha sido un hombre grande y honrado, leal, ha creído que la verdad se bastaba a sí

misma, sobre todo porque le parecía clara como el día. ¿De qué servia trastornarlo todo si

pronto luciría el sol? Ahora sufre el castigo cruel de esa confiada serenidad. Lo mismo

ocurre con el teniente coronel Picquart, quien, movido por un sentimiento de elevada

dignidad, no quiso publicar las cartas del general Gonse. Esos escrúpulos le honran tanto

más cuanto que, mientras él seguía respetando la disciplina, sus superiores le cubrían de

lodo a instruían el proceso personalmente, de la manera más inesperada y más ultrajante.

Dos víctimas, dos seres honestos, dos corazones simples, se encomendaron a Dios

mientras actuaba el diablo. En el caso del teniente coronel Picquart, llegamos a presenciar

además un espectáculo innoble: un tribunal francés, tras dejar que el ponente declarara

públicamente en contra de un testigo y le acusara de todos los cargos posibles, mandó

despejar la sala cuando el testigo fue introducido para que se explicase y se defendiese.

Afirmo que éste es un crimen más y que ese crimen sublevará la conciencia universal.

Decididamente, los tribunales militares poseen una idea muy singular de la justicia.

Am I Evil? dijo...

Ésta es pues la verdad pura y simple, señor presidente. Es espantosa, y quedará siempre

como una mancha de su presidencia. Sospecho que carece usted de poder alguno en este

caso, que es usted esclavo de la Constitución y de aquellos que le rodean. No por eso deja

usted de tener, en tanto que hombre, un deber que no podrá olvidar y que tendrá que

cumplir. Eso no significa que yo, por mi parte, desconfie del triunfo. Lo repito con una

certeza aún más vehemente: la verdad está en marcha y nada la detendrá. El caso no ha

comenzado hasta hoy, pues sólo hoy las posiciones están claras: de un lado, los culpables

que no quieren que se haga la luz; del otro, los justicieros que darán su vida por que se

haga. Lo dije en otro lugar y lo repito aquí: cuando se oculta la verdad bajo tierra, ésta se

concentra, adquiere tal fuerza explosiva que, el día en que estalla, salta todo con ella. Ya

veremos si no acaba de fraguarse más adelante el más estrepitoso desastre.

Am I Evil? dijo...

Pero la carta se alarga, señor presidente, y ya va siendo hora de concluir.

Yo acuso al teniente coronel Du Paty du Clam de haber sido el diabólico artífice del

error judicial, quiero creer que por inconsciencia, y de haber defendido posteriormente su

nefasta obra, a lo largo de tres años, mediante las más descabelladas y delictivas

maquinaciones.

Am I Evil? dijo...

Acuso al general Mercier de haberse he cho cómplice, cuando menos por debilidad de

carácter, de una de las mayores iniquidades del siglo.

Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas evidentes de la

inocencia de Dreyfus y de haber echado tierra sobre el asunto, de ser culpable de ese

delito de lesa humanidad y de lesa justicia con fines politicos y para salvar al Estado

Mayor, que se vela comprometido en el caso.

Am I Evil? dijo...

Acuso al general De Boisdeffre y al general Gonse de ser cómplices del mismo delito,

el uno sin duda por apasionamiento clerical, el otro quizá por ese corporativismo que

convierte al Ministerio de la Guerra en un lugar sacrosanto, inatacable.

Acuso al general De Pellieux y al comandante Ravary de haber realizado una investiga-
ción perversa, esto es, una investigación monstruosamente parcial que nos depara, con el

informe del segundo, un imperecedero monumento de cándida audacia.

Am I Evil? dijo...

Acuso a los tres expertos en escrituras, los caballeros Belhomme, Varinard y Couard,

de haber redactado informes mendaces y fraudulentos, a menos que una revision médica

declare que estos señores padecen una enfermedad de la vista o mental.

Acuso a los servicios del Ministerio de la Guerra de haber promovido en la prensa,

particularmente en L'Éclair y en L'Écho de Paris, una abominable campaña a fin de

desorientar a la opinion pública y encubrir sus propios errores.

Acuso, por ultimo, al primer consejo de gue rra de haber violado el derecho al condenar

a un acusado basándose en una prueba que permane ció secreta, y acuso al segundo

consejo de guerra de haber ocultado esa ilegalidad, por decreto, cometiendo a su vez el

delito jurídico de absolver conscientemente a un culpable.

Am I Evil? dijo...

Al lanzar estas acusaciones, no ignoro que me expongo a que se me apliquen los

artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que castiga los delitos de

difamación. Pero me arriesgo voluntariamente.

En cuanto a las personas a las que acuso, no las conozco, nunca las he visto, no siento

hacia ellas ni rencor ni odio. Para mí sólo son entes, espíritus de perversion social. Y el

acto que ahora ejecuto no es más que un medio revolucionario para acelerar la explosion

de la verdad y de la justicia.

Am I Evil? dijo...

Solo ahnelo una cosa, y es que se haga la luz en nombre de la humanidad que tanto ha

sufrido y que tiene derecho a la felicidad. Mi ardiente protesta no es sino un grito que me

surge del alma. ¡Que se atrevan, pues, a llevarme ante los tribunales y que la

investigación tenga lugar a plena luz del día!

Entretanto, espero.

Acepte, señor presidente, mi más profundo respeto.

Am I Evil? dijo...

Declaración ante el jurado

Fue publicada en L'Aurore el 22 de febrero de 1898. Había leído estas páginas el día

antes, el 21 de febrero, ante el jurado que debía condenarme. El 13 de enero, el mismo

día en que apareció mi Carta al presidente de la República, la Cámara decidió iniciar

diligencias judiciales contra mí por 312 votos contra 122. El 18, el general Billot,

ministro de la Guerra, puso la denuncia en manos del ministro de Justicia. El 20, recibí

la citación, que, de toda mi carta, sólo mencionaba quince líneas. El 7 de febrero se

iniciaron las vistas y ocuparon quince sesiones, hasta el 23, día en que fui condenado a

un año de cárcel y a pagar una multa de tres mil francos. Por su parte, los tres expertos,

los caballeros Belhomme, Varinard y Couard, me denunciaron por difamación.

Am I Evil? dijo...

Señores del jurado,

en la Cámara, en la sesión del 22 de enero, Monsieur Méline, presidente del Consejo de

Ministros, declaró, entre los aplausos frenéticos de una complaciente mayoría, que no

desconfiaba de los doce ciudadanos en cuyas manos ponía la defensa del ejército. A

ustedes se refería, señores. Y del mismo modo que el general Billot dictó desde el estrado

su sentencia al consejo de gue rra encargado de absolver al comandante Esterhazy, dando

a unos subordinados la consigna militar de respetar sin discusión lo ya juzgado, también

Monsieur Méline ha decidido ordenarles que me condenen en nombre del respeto al

ejército, acusándome de haberlo ultrajado. Denuncio, ante la conciencia de la gente

decente, esta presión que los poderes públicos ejercen sobre la justicia del país. Son

abominables costumbres políticas que deshonran a una nación libre.

Am I Evil? dijo...

Ya veremos, señores, si ustedes se disponen a obedecer esa orden. Pero no es cierto que

yo esté aquí, ante ustedes, por voluntad de Monsieur Méline. Éste ha cedido a la

necesidad de perseguirme llevado básicamente por una gran preocupación, el terror a que

se dé un nuevo paso hacia la verdad. Todo el mundo lo sabe. Si estoy ante ustedes es

porque he querido. Yo, y sólo yo, decidí que había que llevar este oscuro y monstruoso

caso ante su jurisdicción, y sólo yo, por iniciativa propia, les elegí a ustedes, la mayor y

más directa emanación de la justicia francesa, para que Francia se entere de todo y se

pronuncie. Mi acto no tiene otro objetivo y mi persona no es nada, la sacrifico, pues me

siento satisfecho de haber puesto en manos de ustedes no solo el honor del ejército, sino

el honor, ahora amenazado, de toda la nación.

Am I Evil? dijo...

Me absolverían, pues, si en sus conciencias se hubiera hecho ya del todo la luz. Si no

hay tal luz, no sería culpa mía. Estaría yo soñando cuando pensé que podría mostrarles

todas las pruebas y les consideré los únicos dignos de ellas, los únicos competentes.

Empezaron por quitarles a ustedes por un lado lo que parecía llegarles por el otro.

Simulaban aceptar su competencia, pero mientras confiaban en ustedes para vengar a los

miembros de un consejo de guerra, otros oficia les permanecían intocables, más allá de

vuestra misma justicia. Entiéndalo quien pueda. Es el absurdo al que lleva la hipocresía, y

de ello se desprende, con toda evidencia, que han tenido miedo de su sentido común, que

no se han atrevido a correr el riesgo de dejarnos a nosotros decirlo todo y dejarles a

ustedes juzgarlo todo. Ellos dicen que quisieron acotar el escándalo; ¿qué piensan ustedes

de ese escándalo, de ese acto mío que consistía en hacerles entrega del caso, en querer

que fuese el pueblo, encarnado en sus personas, quien juzgara? Afirman también que no

podían aceptar una revisión camuflada del caso, y de ese modo no hacen sino confesar

que, en el fondo, lo único que temen es el control soberano que ustedes ejercen. Ustedes

son los máximos representantes de la ley; y esa ley del pueblo elegido fue la que deseé, la

que respeto profundamente como buen ciudadano, y no los sospechosos procedimientos

con los que creían burlarse de ustedes.

Am I Evil? dijo...

Sírvame esto de disculpa, señores, por haberles sacado de sus ocupaciones y no haber

sido capaz de aportarles la luz que me proponía ha cer resplandecer. La luz, toda la luz,

ése fue mi único y apasionado anhelo. Estas sesiones acaban de demostrarlo: hemos

tenido que luchar paso a paso contra un deseo obstinado de ocultación. Ha sido preciso

un combate para arrancar cada retazo de verdad; lo hemos discutido todo, nos lo han

negado todo, han aterrorizado a nuestros testigos con ánimo de impedir que aportaran

pruebas. Y hemos luchado sólo por ustedes, para que ustedes dispusieran por entero de

esa prueba, para poder pronunciarse sin remordimiento alguno, en conciencia. Por lo

tanto, estoy seguro de que ustedes tendrán en cuenta nuestros esfuerzos y de que, además,

se ha conseguido aclarar un poco más este caso. Ya han oído a los testigos, ahora oirán a

mi defensor, que les contará la verdadera historia, esa historia que solivianta a todo el

mundo y que nadie conoce. Me siento tranquilo, la verdad está ahora en ustedes, y

actuará.

Am I Evil? dijo...

Así pues, Monsieur Méline creyó imponerles a ustedes el veredicto al confiarles el

honor del ejército. En nombre de ese mismo honor del ejército apelo yo ahora a la justicia

de este jurado. Desmiento rotundamente lo que dijo Monsieur Méline, nunca ultrajé el

ejército. En cambio, he declarado mi cariño y mi respeto por la nación en armas, por

nuestros queridos soldados de Francia, que se alzarían a la primera amenaza y que

defenderían el suelo francés. Asimismo, es falso que haya atacado a sus superiores, a los

generales que les llevarían a la victoria. ¿Acaso decir que algunos miembros concretos

del Ministerio de la Guerra han comprometido con sus actuaciones al mismo ejército es

insultar el ejército entero? ¿No será más bien digno de un buen ciudadano salvaguardar al

ejército de todo compromiso y lanzar el grito de alarma para que los errores -los únicos

por los que nos vemos enfrentados- no vuelvan a produc irse ni nos lleven a nuevas

derrotas? De todos modos, no voy a defenderme; prefiero que la historia se ocupe de

juzgar mi acto, un acto que era necesario. Sin embargo, afirmo que están deshonrando al

ejército al permitir que la policía proteja al comandante Esterhazy después de las

abominables cartas que ha escrito. Afirmo que a ese valiente ejército lo están insultando

cada día unos ladrones que, so pretexto de defenderlo, lo ensucian con su ruin

complicidad, arrastrando por el barro todo lo bueno y grande que aún posee Francia.

Afirmo que son ellos los que deshonran a ese gran ejército nacional cuando mezclan los

gritos de «¡Viva el ejército!» con los de «¡Mueran los judíos!». Y han gritado también:

«¡Viva Esterhazy!». ¡Por Dios!, el pueblo de san Luis, de Bayard, de Condé y de Hoche,

el pueblo de las grandes guerras de la República y del Imperio, el pueblo que ha

deslumbrado al universo con su fuerza, su gracia y su generosidad, ese pueblo ha gritado:

«¡Viva Esterhazy!». Es un oprobio que sólo puede lavarse con nuestro esfuerzo en pro de

la verdad y la justicia.

Am I Evil? dijo...

Ya conocen la leyenda que se ha creado. Dreyfus fue condenado justa y legalmente por

siete oficiales infalibles, de quienes no podemos dudar sin insultar el ejército entero.

Dreyfus expía su abominable fechoría mediante una vengadora tortura. Y, como es judío,

se creó una cofradía judía, una cofradía internacional de hombres sin patria que disponían

de centenares de millones, con objeto de salvar al traidor aun a costa de las más

impudentes maniobras. A partir de entonces, esa cofradía empezó a acumular crímenes:

compró conciencias, sumió a Francia en una criminal agitación, decidido a venderla al

enemigo, a hundir a Europa en el desastre de una guerra, antes que renunciar a sus

espantosos designios. Sí, muy sencillo, o mejor dicho, muy infantil y necio, como ustedes

pueden ver. No obstante, con ese pan emponzoñado alimenta la prensa desde hace meses

a nuestro pueblo. Y nada tiene de extraño que se produzca una crisis desastrosa, pues

cuando hasta tal punto se siembra estulticia y embuste, forzosamente se cosecha

demencia.

Am I Evil? dijo...

Por supuesto, señores, no quiero insultarles pensando que hasta ahora han dado ustedes

crédito a ese cuento chino. Les conozco, sé quiénes son. Encarnan ustedes el corazón y el

discernimiento de Paris, de mi gran Paris, la ciudad donde nací, a la que amo con infinito

cariño, a la que estudio y canto desde hace casi cuarenta años. Y también sé lo que cruza

en este momento sus mentes; porque, antes de venir a sentarme aquí, como acusado, me

he sentado ahí, en el banco que ustedes ocupan. Representan a la opinión de la mayoría,

aspiran a ser la cordura y la justicia de la masa. Dentro de poco me ha llaré con el

pensamiento entre ustedes, en la sala de deliberaciones, y estoy convencido de que

tratarán de salvaguardar sus intereses como ciudadanos, que son, naturalmente, según

ustedes, los intereses de la nación entera. Podrán equivocarse, pero errarán si piensan

que, al asegurar el bien de ustedes mismos, aseguran el bien de todos.

Am I Evil? dijo...

Puedo verles en su hogar, por la noche, bajo la luz de la lámpara; puedo oír cómo

charlan con sus amigos, les acompaño por sus talleres y por sus tiendas. Todos ustedes

son trabajadores, comerciantes unos, industriales otros, y algunos ejercen profesiones

liberales. A ustedes les inquieta, inquietud muy legítima, el estado deplorable en que se

hallan las finanzas. En todas partes, la crisis actual amenaza con convertirse en un

desastre, disminuyen los ingresos, y las transacciones comerciales se vuelven cada vez

más dificiles. De modo que la preocupación que les trajo aquí y que leo en sus rostros es

la de que están hartos y que hay que acabar de una vez. No están aún entre los muchos

que dicen: «¿Qué nos importa que haya un inocente en la isla del Diablo? Por el interés

de uno solo, ¿valdrá la pena turbar de esa manera a un gran país?». Con todo, piensan

ustedes que nuestra agitación, la de los que tienen sed de verdad y justicia, se está

pagando a un precio demasiado alto si se compara con todo el mal que, según nuestros

acusadores, hacemos. Y si me condenan, señores, no habrá en su veredicto más que el

deseo de calmar a los suyos, la necesidad de que florezcan sus negocios, la creencia de

que, al condenarme, detendrán una campaña reivindicativa perjudicial para los intereses

de Francia.

Am I Evil? dijo...

Pues bien, señores, se equivocarían de todas todas. Háganme el honor de creer que no

estoy aquí para defender mi libertad. Si me condenan, no lograrán más que

engrandecerme. Quien sufre por la verdad y la justicia, pasa a ser augusto y sagrado.

Mírenme, señores, ¿tengo cara de vendido, de embustero y de traidor? ¿Por qué, pues,

actuaría como lo hago? No me mueve la ambición política ni la pasión de un sectario.

Soy un escritor libre que ha dedicado su vida al trabajo, que mañana se reintegrará a su

condición y que proseguirá la tarea interrumpida. ¡Y qué necios son los que me llaman

«el Italiano», a mí, nacido de madre francesa, educado por abuelos de La Beauce,

campesinos de esa recia tierra, a mí, que perdí a mi padre a los siete años, que no fui a

Italia hasta la edad de cincuenta y cuatro años y sólo con objeto de documentarme para

un libro. Ello no impide que me sienta muy orgulloso de que mi padre fuera oriundo de

Venecia, esa resplandeciente ciudad cuya antigua gloria permanece aún en todos los

recuerdos. Y aun así, si no fuera francés, ¿acaso los cuarenta volúmenes en lengua

francesa, de los que corren millones de ejemplares por el mundo entero, no bastan para

hacer de mí un francés, útil a la gloria de Francia?

Am I Evil? dijo...

Por lo tanto, no me defiendo. Pero ¡qué error cometerían si creyeran que, al

condenarme, restablecerían el orden en nuestro infortunado país! ¿No comprenden ahora

que el país muere de la oscuridad en que se empeñan en sumirlo, del equívoco en que

agoniza? Los errores de los gobernantes se amontonan sobre otros errores, las mentiras

traen nuevas mentiras, de modo que el cúmulo llega a ser espantoso. Se ha cometido un

error judicial y desde entonces, para disimularlo, no ha habido más remedio que cometer

cada día un nuevo atentado contra la sensatez y la equidad. La condena de un inocente

conllevó la absolución de un culpable; y hoy les piden que me condenen a mí porque

grité mi angustia al ver que la patria se encaminaba hacia un destino atroz. ¡Pues

condénenme!, pero sera un error más, otro más, un error con cuyo peso cargarán ustedes

en la historia futura. Mi condena, en lugar de traer la paz que desean, que deseamos

todos, no sera más que una nueva semilla de pasión y desorden. El vaso está colme, se lo

aseguro, no hagan que se desborde.

Am I Evil? dijo...

¿Cómo no son ustedes plenamente cons cientes de la terrible crisis por la que atraviesa

el país? Algunos dicen que somos los autores del escándalo, que los amantes de la verdad

y de la justicia son quienes perturban la nación, quienes provocan los alborotos. Decir eso

equivale a burlarse de la gente. ¿Acaso no está informado el general Billot, por no citar a

otros, desde hace ya dieciocho meses? ¿Acaso no le instó el coronel Picquart a que se

ocupara personalmente de la revision si no quería que estallara la tormenta y se

trastornara todo? ¿No le suplicó Monsieur Scheurer-Kestner, con lágrimas en los ojos,

que pensara en Francia, que evitara tamaña catástrofe? ¡No! Nuestro deseo fue dar

facilidades, quitarle hierro al asunto, y, si el país está angustiado, el responsable es el

poder, que, en su afán por ocultar a los culpables y movido por intereses politicos, se

negó a todo creyendo que tendría bastante fuerza para impedir que se hiciera la luz.

Desde aquel día, se ha limitado a maniobrar en la sombra, a favor de las tinieblas, y él,

solo él, es responsable del violento malestar en que se sumen las conciencias.

Am I Evil? dijo...

¡Ah, señores, qué pequeño se nos antoja el caso Dreyfus en estos momentos, qué

perdido y qué lejano con respecto a los aterradores problemas que ha suscitado! Ya no

hay caso Dreyfus, ahora solo se trata de saber si Francia sigue siendo la Francia de los

derechos del hombre, la que dio la libertad al mundo, la que debía darle la justicia.

¿Somos aún el pueblo más noble, más fraternal, más generoso? ¿Conservamos en Europa

nuestro renombre de equidad y humanidad? Además, ¿no son precisamente nuestras

conquistas las que ahora están en tela de juicio? Abran los ojos y comprendan de una vez

que, para que Francia se halle en tal confusion, ha de sentirse sublevada en lo más hondo

de su alma y alarmada a la vista de un temible peligro. Un pueblo no se desquicia de ese

modo sin que su vida moral se vea amenazada. El momento reviste excepcional

gravedad, y está sobre el tapete la salvación del país.

Am I Evil? dijo...

Y cuando hayan entendido esto, señores, comprenderán que solo existe una solución

posible: decir la verdad, impartir justicia. Todo aquello que retrase la llegada de la luz,

todo lo que añada tinieblas a las tinieblas, no hará sino prolongar la crisis. La misión de

los buenos ciudadanos, de los que sienten el imperativo de acabar de una vez, consiste en

exigir la plena luz. Empezamos a ser muchos los que así lo creemos. Los hombres de

letras y de ciencia, los filósofos, se alzan por todas partes en nombre de la inteligencia y

de la razón. Y ya no hablo del extrarjero, del temblor que ha sacudido a toda Europa. Sin

embargo, el extranjero no tiene por qué ser el enemigo. No hablemos de aquellos que

mañana puedan ser nuestros adversarios. Pero Rusia nuestra gran aliada, la pequeña y

generosa Holanda, todos los simpáticos pueblos del Norte esas tierras de lengua francesa,

Suiza y Bélgica ¿por qué tendrán hoy el corazón oprimido, desbordante de fraternal

sufrimiento? ¿Sueñan ustedes con una Francia aislada del mundo? ¿Quieren que, al

cruzar la frontera, ya nadie les sonra ípor su legendaria fama de equidad y humanidad?

Am I Evil? dijo...

¡Qué desgracia, señores! Tal vez ustedes, como tantos otros, estén esperando la chispa

provocadora, la prueba de la inocencia de Dreyfus, que caería del cielo como un trueno.

La verdad no suele revelarse así, exige investigación e inteligencia. Y sabemos muy bien

dónde está la prueba de esa verdad. Pero sólo la recordamos en la intimidad, y nuestra

angustia por la patria nos hace temer que quizás algún día, tras haber comprometido el

honor del ejército con una mentira, recibamos la violenta respuesta a esa prueba.

También quiero declarar abiertamente que, si bien mencionamos anteriormente como

testigos a algunos miembros de las embajadas, nuestra primera y firme intención no fue

la de citarlos para que declararan. Hubo quien se sonrió ante nuestra audacia. Pero no

creo que en el Ministerio de Asuntos Exteriores se hayan sonreido, porque a11í debieron

de entender. Nos hemos limitado a querer decir a los que saben la verdad que nosotros

también la sabemos. Esa verdad corre por las embajadas, y mañana todos la conocerán.

Ahora nos es imposible ir a buscarla donde está, protegida como se halla por

formalidades insuperables. El Gobierno, que nada ignora, el Gobierno que, igual que

nosotros, cree firmemente en la inocencia de Dreyfus, podrá, cuando lo desee y sin

ningún riesgo, requerir a los testigos que por fin aporten la luz.

Am I Evil? dijo...

Dreyfus es inocente, lo juro. Respondo con mi vida, respondo con mi honor. En esta

hora solemne, ante este tribunal que representa a la justicia humana, ante ustedes, señores

del jurado, que son la esencia misma de la nación, ante toda Francia, ante el mundo

entero, juro que Dreyfus es inocente. Por mis cuarenta años de trabajo, por la autoridad

que esa labor pueda haberme dado, juro que Dreyfus es inocente. Y por todo lo que

conquisté, por la fama que me labré, por mis obras, que ayudaron a la difusion de las

letras francesas, juro que Dreyfus es inocente. ¡Que todo se desmorone, que desaparezcan

mis obras, si Dreyfus no es inocente! Dreyfus es inocente.

Am I Evil? dijo...

Todo parece confabularse contra mí: las dos Cámaras, el poder civil, el poder militar,

los periódicos de gran tirada, la opinión pública, a la que han envenenado. Sólo me queda

la idea, un ideal de verdad y de justicia. Y me siento muy tranquilo; venceré.

No quería que mi país siguiera viviendo en la mentira y en la injusticia. Podrán ustedes

condenarme aquí mismo. Algún día, Francia me dará las gracias por haberla ayudado a

salvar su honor.

Am I Evil? dijo...

Carta a Monsieur Brisson, presidente del Consejo de Ministros

Esta carta vio la luz en L'Aurore, el 16 de julio de 1898.

Habían ocurrido muchas cosas que resumiré rápidamente. El 2 de abril, el Tribunal

Supremo, ante quien yo había recurrido, anuló la sentencia declarando que el caso

competía a un consejo de guerra y no al ministro de la Guerra. Ese consejo de guerra,

reunido el día 8, decidió que procedería contra mí y propuso además que se eliminara mi

nombre de las planas de la Legion de Honor. La nueva citación, que se realizó el 11 de

abril, sólo recogía tres líneas de mi «Carta a Monsieur Félix Faure, presidente de la

República». El 23 de mayo, por to tanto, volvió el proceso a la Audiencia de Versalles.

Pero como mi abogado, Labori, recusó la competencia del tribunal y éste se declaró

competente, recurrimos al Supremo, circunstancia que paralizó las sesiones. Por fin, el

16 de junio, al rechazar nuestro recurso el Tribunal Supremo, tuvimos que volver a la

Audiencia de Versalles, el 18 de julio. Por otra parte, el 15 de junio cayó el gabinete

Méline y, el 28, le sucedía el gabinete Brisson.

El 9 de julio, los tres expertos, los caballeros Belhomme, Varinard y Couard,

consiguieron que se me condenara a dos meses de cárcel con sobreseimiento, y a pagar

una multa de dos mil francos y una indemnización de cinco mil francos a cada experto.

Am I Evil? dijo...

Monsieur Brisson,

encarnaba usted la virtud republicana, era el preclaro simbolo de la honestidad civica.

Y, de súbito, tropieza usted en el monstruoso caso. Al instante quedó despojado de su

soberanía moral; ya no es sino un hombre capaz de cometer errores y comprometido. [...]

Le creía más listo, Monsieur Brisson; pensé que comprendería usted, como yo lo com-
prendo, que ningún gabinete podría vivir mientras no se cerrara legalmente el caso

Dreyfus. Hay algo enfermo en Francia, y no volveremos a la vida normal hasta que se

haya curado la enfermedad. Añado que el gabinete que se encargue de la revisión sera el

gran gabinete, el Salvador, el que se impondrá y vivirá.

Am I Evil? dijo...

Por lo tanto, usted se suicidó el primer dia, al creer que podía cimentar sólidamente su

poder y por mucho tiempo. Y lo peor es que dentro de poco, cuando caiga usted, su honor

político se habrá perdido, pues sólo usted me interesa, y no sus subordinados, el ministro

de la Guerra y el ministro de justicia, pues éstos dependen de usted.

¡Lamentable espectáculo, una virtud que se extingue, el fracaso de un hombre en quien

la República había puesto su ilusión, convencida de que éste jamás traicionaría la causa

de la justicia! En cambio, desde que dirije usted la nación, ha dejado que le asesinen a la

justicia ante sus mismas narices. Ha matado usted el ideal. Es un crimen. Y todo se paga;

sera usted castigado.

Am I Evil? dijo...

¡Vamos, Monsieur Brisson! ¡Acaba usted de permitir que se realice una investigación

que no es sino una farsa ridícula! [...]

¡Y ya ve qué míseros resultados! ¿Cómo? ¿No encontró nada más? Si no aporta más

que eso, con las rabiosas ganas que tiene usted de vencernos, significa que, en efecto,

sólo hay eso, que ya no sabe dónde buscar. Pero nosotros conocíamos ya sus tres pruebas;

conocíamos sobre todo la que fue presentada ante el tribunal con tanta vehemencia, y es

un falsiñcación tan impúdica, tan grosera, que sólo puede convencer a unos incautos.

Cuando pienso que acudió un general a leer seriamente esta monumental mistificación

ante un jurado, que un ministro de la Guerra la leyó otra vez ante unos diputados, y que

unos diputados la mandaron publicar en todos los municipios de Francia, me quedo

viendo visiones. Creo que es lo más estúpido que se inscribirá nunca en las páginas de la

Historia. Realmente me pregunto qué estado de aberración mental puede provocar el

apasionamiento en algunas personas, no más estúpidas que otras, para que concedan el

menor crédito a una prueba que tiene todo el aspecto de ser el desafío de un falsario que

pretende burlarse de la gente. [...]

Am I Evil? dijo...

Puedo asegurarle que está dejando en ridículo a nuestro Gobierno. Me han contado que,

el pasado jueves, la tribuna diplomática estaba vacía. No me extraña. Ningún diplomático

hubiera podido reprimir una carcajada durante la lectura de las tres célebres pruebas. Y

no crea que Alemania, nuestra enemiga, es la única que se lo está pasando en grande.

Rusia, nuestra gran aliada, muy al corriente del caso, bien informada y firmemente

convencida de la inocencia de Dreyfus, podría ayudarnos diciéndole qué piensa Europa

de nosotros. Quizás a ella, a la amiga soberana, le haga usted caso. ¡Coméntelo, pues, con

su ministro de Asuntos Exteriores!

Am I Evil? dijo...

[...] ¡Las confesiones de Dreyfus, santo cielo! ¿De modo que ignora usted toda esta

trágica historia? ¿No conoce el relato auténtico de su detención, de su degradación? ¿Y

no ha leído tampoco sus cartas? Son admirables. No conozco páginas más nobles, más

elocuentes. Respiran sublimidad en el dolor, y quedarán para la posteridad como un

monumento imperecedero, cuando nuestras obras, las obras de los escritores, hayan tal

vez caído en el olvido; porque son el sollozo mismo, late en ellas todo el sufrimiento

humano. El hombre que ha escrito esas cartas no puede ser culpable. Léalas, Monsieur

Brisson, léalas una noche con los suyos, junto al hogar. Se le llenarán los ojos de

lágrimas. [...]

Am I Evil? dijo...

Además, se ha aliado usted con la prensa inmunda. Al igual que ella, siguiendo sus

pasos, envenena a la nación con mentiras. Recubre las paredes de las calles de falsedades

y cuentos estúpidos, como si quisiera agravar aún más la desastrosa crisis moral que

atravesamos. ¡Ah, pobre pequeño pueblo de Francia, qué espléndidas cla ses de educación

cívica lo están impartiendo, a ti, que tanta falta te haría hoy, para tu salvación futura, una

buena lección de verdad!

Am I Evil? dijo...

En suma, Monsieur Brisson, ya que estamos aquí, conversando tranquilamente, creo mi

deber advertirle que espero, con viva curiosidad, ver cómo entiende usted la libertad

individual y el respeto a la justicia, el lunes que viene, en el juicio de Versalles. [...]

Am I Evil? dijo...

Allá, es usted dueño y señor, ninguno de sus ministros podrá intervenir, ya que, además

de presidente del Consejo, es usted ministro del Interior, y responde de la tranquilidad de

la calle. Así pues, sabremos en qué condiciones estima que debe acudir un acusado ante

la justicia, y si es admisible que se le insulte y se le amenace, y si tan bárbaro espectáculo

no supone un inmenso deshonor para Francia. Estoy convencido de que mis amigos y yo

no nos hemos visto nunca expuestos a un serio peligro. Pero ¡tanto da! Como es menester

preverlo todo, declaro de antemano, Monsieur Brisson, que si nos asesinan el lunes, sera

usted el asesino.

Am I Evil? dijo...

Para terminar, deje que me asombre otra vez al ver lo mezquinos que son todos ustedes.

Comprendo que no haya entre ustedes nadie orgulloso, apasionado y enamorado de un

ideal, que entregue su fortuna y su vida por el único placer de ser justo y que esté

dispuesto a comprometerse a fin de que reluzca la verdad. Sin embargo, hombres

ambiciosos sí los hay; es más, yo diría que sólo hay hombres ambiciosos. Entonces,

¿cómo es posible que de esta horda no surja al menos un ambicioso inteligente y des-
pierto, audaz y fuerte, uno de esos ambiciosos de grandes miras, con una visión clara de

las cosas, de manos largas, capaz de ver dónde se juega la verdadera partida y de jugarla

valientemente?

Am I Evil? dijo...

Veamos, ¿cuántos entre ustedes ambicionan la presidencia de la República? Todos, ¿no

es así? Se miran de reojo unos a otros, creen superar al vecino en los negocios, unos por

prudencia, otros por popularidad, algunos por austeridad. Me hacen reír, porque ninguno

de ustedes parece sospechar que, dentro de tres años, el político que llegue al Elíseo será

el que haya restaurado en nosotros el culto a la verdad y la justicia, empezando por la

revisión del caso Dreyfus.

Am I Evil? dijo...

Créame, los poetas tienen algo de videntes. Dentro de tres años, Francia ya no sera

Francia; Francia habrá muerto, a no ser que se halle en la presidencia el jefe político, el

ministro justo y sensato que haya pacificado la nación. [...]

Am I Evil? dijo...

El artículo que sigue se publicó en L'Aurore el 5 de junio de 1899.

Diez meses y medio transcurrieron entre éste y el artículo anterior. El 18 de julio de

1898, al fracasar el recurso que Labori, mi abogado, presentó con la intención de

aplazar de nuevo el caso, comparecimos ante la Audiencia de Versalles; el tribunal me

condenó otra vez a un año de cárcel y a una multa de tres mil francos. Esa misma noche

salí para Londres para que no pudieran notificarme la sentencia y ésta no pudiera

Resumiré ahora los hechos más importantes ocurridos durante el largo lapso que

transcurrió entre el precedente y este artículo. El 31 de agosto de 1898, el coronel

Henry, tras haber confesado su falsificación, se suicida en Mont-Valérien. El 26 de

septiembre, se presenta ante el Tribunal Supremo la petición de revision. El 29 de

octubre, el Supremo admite a trámite el recurso y dice que se procederá a una

instrucción suplementaria. El 31, el gabinete Dupuy sustituye al gabinete Brisson. El 16

de febrero de 1899, fallece el presidente Félix Faure y el 18 de febrero le sustituye el

presidente Émile Loubet. Las Cámaras votan la ley de revocación el 1 de marzo. Por fin,

después de que el Tribunal Supremo anulase la sentencia de 1894, volví a Francia, el 5

de junio, la misma mañana en que se publicaba este artículo. Por otra parte, el 10 de

agosto de 1898, el Tribunal Supremo, confirmando la sentencia pronunciada por la

Audiencia, me condenó en rebeldía a un mes de cárcel, a una multa de mil francos y a

pagar diez mil francos por daños y perjuicios a cada experto. A instancias de los

querellantes (los expertos Belhomme, Varinard y Couard), durante mi ausencia, mi casa

fue embargada el 23 y el 29 de septiembre, y la subasta se celebró el 20 de octubre; se

adjudicó una mesa por treinta y dos mil francos, cantidad a la que ascendía la multa

impuesta. El 26 de julio, el comité de la Orden de la Legion de Honor creyó su deber

suspenderme de mi grado de oficial.

Am I Evil? dijo...

Pronto hará once meses que me fui de Francia. Durante once meses, sin interrupción,

me impuse el exilio más absoluto, el retiro más anónimo, el más completo silencio. Me

encontraba como un muerto voluntario que yace en una secreta tumba en espera de que

reluzcan la verdad y la justicia. Y hoy que la verdad ha vencido, que por fin reina la

justicia, renazco, regreso y recupero mi lugar en suelo fiancés. [...]

Am I Evil? dijo...

Sin embargo, lo que hoy no digo, lo que algún día contaré, es el quebranto, la amargura

de aquel sacrificio. La gente olvida que no soy un amante de las polémicas ni un político

que saca provecho de las disputas. Soy un escritor libre que en su vida solo tuvo un afán,

el de la verdad, y que luchó por ella en todos los campos de batalla. Hace ya casi cuarenta

años que sirvo a mi país con la pluma, con todo mi valor, con toda la energía de mi

trabajo y buena fe. Y os aseguro que duele horriblemente irse solo en una noche oscura,

ver cómo a lo lejos se van borrando las luces de Francia cuando se ha luchado por su ho-
nor, por que mantenga su gran labor justiciera entre los pueblos. ¡Yo! ¡Yo, que la he

exaltado en más de cuarenta obras! ¡Yo, que convertí mi vida en un prolongado afán por

llevar su nombre a los cuatro extremos del mundo! ¡Yo, irme asi, huir asi, con aquella

jauría de miserables y de locos pisándome los talones, persiguiéndome con amenazas a

insultos! Son ésas horas atroces que calan en el alma y la vuelven para siempre

invulnerable a las heridas. Después, durante los largos meses de exilio que siguieron,

¿puede alguien imaginarse la tortura de sentirse muerto entre los vivos en la espera

cotidiana del despertar de la justicia, diariamente aplazada? Ni al peor de los criminales

le deseo el sufrimiento que, desde hace once meses, me ha causado la lectura de los co-
municados que llegaban de Francia a aquella tierra extranjera, donde resonaban como un

eco espantoso de locura y desastre. Es menester haber paseado con ese tormento durante

largas horas solitarias, es menester haber vivido de lejos, y siempre solo, la crisis en que

se hundía la patria, para saber qué es el exilio en las trágicas condiciones que acabo de

vivir. Y los que piensan que me fui para huir de la cárcel y para divertirme en el

extranjero, a buen seguro con el oro judío, son unos desgraciados que me inspiran cierto

asco y mucha piedad.

Am I Evil? dijo...

Yo debía regresar en octubre. Habíamos decidido esperar a la reapertura de las

Cámaras, en prevision de algún acontecimiento imprevisto, lo cual era para nosotros, tal

como estaban las cosas, un acontecimiento seguro. Y he aquí que ese imprevisto no

esperó a octubre, sino que estalló a finales de agosto, con la confesión y suicidio del

coronel Henry.

Am I Evil? dijo...

Al día siguiente mismo, quise regresar. En mi opinion, se imponía la revisión del caso,

la inocencia de Dreyfus iba a ser inmediatamente reconocida. Por lo demás, y dado que

siempre me había limitado a pedir la revision, mi papel debía terminar forzosamente no

bien se reuniera el Tribunal Supremo, y estaba dispuesto a eclipsarme. En cuanto a mi

proceso, no era ya a mis ojos sino una pura formalidad, ya que la prueba presentada por

los generales De Pellieux, Gonse y De Boisdeffre, a tenor de la cual me había condenado

el jurado, era un documento falso cuyo autor acababa de refugiarse en la muerte. Así

pues, me disponía a regresar cuando mis amigos de Paris, mis consejeros, todos los que

se habían mantenido en la brecha, me escribieron cartas llenas de inquietud. La situación

seguía siendo grave. Lejos de resolverse, la revision parecía aún incierta. Monsieur

Brisson, el jefe del gabinete, se topaba con obstáculos que resurgían sin cesar; traicionado

por todos, no disponía siquiera de un simple comisario de policía. De tal modo que mi

regreso, en medio de encendidas polémicas, aparecía como un pretexto para nuevas

violencias, un peligro para la causa, un trastorno más para el Ministerio en su ya ardua

labor. Deseoso de no complicar la situación, tuve que inclinarme y consentí en esperar un

poco más.

Am I Evil? dijo...

Cuando se reunió por fin la Sala de lo Criminal, decidí volver. [...] Pero me llegaron

nuevas cartas suplicándome que esperara, que no precipitara las cosas. [...] Y me incline

una vez más; y me quedé a11í, sometido al tormento de mi soledad y de mi silencio.

Cuando la Sala de lo Criminal, admitiendo la petición de revisión, decidió abrir una

amplia investigación, quise regresar. En esa ocasión, lo confieso, me sentía

completamente descorazonado, comprendía que la investigación se prolongaría durante

largos meses, y presentía la angustia continua en que me haría vivir. [...] Todas las

acusaciones que había formulado en mi «Carta al presidente de la República» se veían

confirmadas. Mi misión se había cumplido, no tenía más que regresar a mi puesto. Y

sentí un dolor enorme, una gran indignación, primero, al hallar en mis amigos la misma

resistencia a mi regreso. Seguían en plena batalla, me escribían que yo no podía juzgar la

situación como ellos, que sería un peligroso error pretender que se reiniciara mi proceso

paralelamente a la investigación del tribunal. [...]

Am I Evil? dijo...

Por eso, pasados ya once meses, todavía no he regresado. Manteniéndome al margen,

sólo he actuado, igual que el día en que me embarqué en la lucha, como un soldado de la

verdad y la justicia. Tan sólo he sido un buen ciudadano que lleva su abnegación hasta el

exilio, hasta la total desaparición, que consiente en dejar de existir a fin de lograr la

pacificación del país y de no exacerbar inútilmente las sesiones del monstruoso caso.

Debo confesar asimismo que, ante la certeza de la victoria, reservaba mi proceso como el

recurso supremo, la lamparita sagrada con que se haría de nuevo la luz si las fuerzas

malignas llegaran a apagar el sol.

Am I Evil? dijo...

[...] Con todo, aunque para mí haya concluido esta lucha, aunque de la victoria no me

interese sacar beneficio, cargo político, colocación ni honor alguno, aunque mi única am-
bición es la de proseguir mi lucha en pro de la verdad con la pluma, mientras mi mano

pueda sostenerla, querría hacer constar, antes de lanzarme a otras luchas, la prudencia y

la moderación de que hice gala en la batalla. ¿Quién no recuerda los abominables

clamores con que se acogió mi «Carta al presidente de la República»? Me tacharon de

ofensor del ejército, de vendido, de apátrida. Algunos amigos míos del mundo de las

letras, consternados, aterrados, se apartaban de mí, me abandonaban, horrorizados ante

mi crimen. Se escribieron articulos que atormentaran la conciencia de los que los

firmaron. En suma, jamás un escritor brutal, demente o enfermo de orgullo había dirigido

a un jefe de Estado carta más grosera, mentirosa y criminal. Pero ¡que lean ahora mi

pobre carta! Me avergüenzo un poco, lo confieso, de su discreción, de su oportunismo,

casi diría de su cobardía. Ya que me estoy confesando, no me cuesta reconocer que

suavicé mucho las cosas, que pasé muchas otras por alto, cosas que son hoy ya conocidas

y están demostradas, cosas que me negaba a creer porque se me antojaban monstruosas y

disparatadas. Si, sospechaba ya por entonces del coronel Henry, pero carecía de pruebas,

hasta el punto que juzgué prudente no ponerlo en entredicho. Adivinaba bastantes his-
torias, habían llegado a mis oídos algunas reve laciones tan terribles que, dadas sus

espantosas consecuencias, no me senti autorizado a revelarlas. ¡Y resulta que ya se han

revelado, que se han convertido en la verdad banal al orden del día! Mi pobre «Carta» ha

perdido fuerza; comparada con la soberbia y feroz realidad, parece infantil, una simple

novelita rosa, la obra de un literato timido.

Am I Evil? dijo...

Repito que no siento el deseo ni la necesidad de triunfar. No obstante, he de hacer

constar que los acontecimientos, en la hora actual, han venido a confirmar todas mis

acusaciones. La investigación ha dejado patente la culpabilidad de todas las personas a

las que acusé. Lo que declaré, lo que preví, ahí está, evidente. Lo que más me enorgullece

es que mi carta carecia de violencia; era una carta fruto de la indignación, pero digna de

mí: nadie sera capaz de hallarle un insulto, una palabra de más, solo el altivo dolor de un

ciudadano que pide justicia al jefe del Estado. Tal ha sido el eterno sino de mis obras:

nunca llegué a escribir un libro, una página, sin que me colmaran de mentiras y de

insultos, pese a que, más tarde, se vieran obligados a darme la razón. [...]

Am I Evil? dijo...

El quinto acto

El texto apareció en L'Aurore el 12 de septiembre de 1899.

Yo había impugnado la sentencia de la Audiencia de Versalles y el veredicto del

Tribunal Supremo de Paris, referentes a la denuncia de los expertos, y esperé. La

justicia, por su parte, no tenía prisa, pues deseaba conocer el resultado del nuevo

proceso a Dreyfus celebrado en Rennes. El gabinete Dupuy, que cayó el 12 de junio de

1899, acababa de ser reemplazado por el gabinete Waldeck-Rousseau el 22 de junio. El

1 de julio, una noche tormentosa, Dreyfus desembarcó en Francia; el 8 de agosto se

inició el nuevo juicio y el 9 de septiembre un consejo de guerra condenó a Dreyfus por

segunda vez. Al día siguiente escribí este artículo.

Am I Evil? dijo...

Estoy aterrado. No siento ya rabia, o indignación ávida de venganza, o deseo de

denunciar el crimen, de pedir que castiguen ese crimen en nombre de la verdad y de la

justicia, sino que siento miedo, siento el terror sagrado de quien ve cómo lo imposible se

vuelve posible, cómo retroceden los ríos a sus fuentes y cómo tiembla la tierra bajo el sol.

Mi grito denuncia el desamparo de nuestra generosa y noble Francia, el terror al abismo

hacia donde se desliza.

Am I Evil? dijo...

Como decía en mi «Carta al presidente de la República» después de la escandalosa

absolución de Esterhazy, es imposible que un consejo de guerra deshaga lo que hizo otro

consejo de gue rra. Va contra la disciplina. Y la sentencia del consejo de guerra de

Rennes, con su indecision jesuítica y su falta de valor para decir sí o no, pone de

manifiesto que la justicia militar no puede ser justa porque carece de libertad y porque

niega las evidencias; prefiere condenar de nuevo a un inocente antes que dudar de la pro-
pia infalibilidad. Ya no es un instrumento de ejecución en las manos de los superiores.

Ahora no pasaría de ser una justicia expeditiva propia de tiempos de guerra. En tiempos

de paz, esa clase de justicia debe desaparecer, pues carece de equidad, de simple lógica y

de sentido común. Se ha condenado ella misma. [...]

Am I Evil? dijo...

A Cristo lo condenaron sólo una vez. Pero ¡que se hunda todo, que caiga Francia

víctima de escisiones, que la patria incendiada se derrumbe entre los escombros, que el

mismo ejército pierda su honor, todo antes que confesar que unos compañeros se

equivocaron y que unos superiores pudieron mentir y falsificar! El ideal será crucificado

y el sable seguirá siendo rey. [...]

Am I Evil? dijo...

Voy a hablar de una vez, sin reparos, de mi temor. Siempre fue, como ya di a entender

en varias ocasiones, el temor de que la verdad, la prueba decisiva y contundente, nos

viniera de Alemania. No conviene seguir callando por más tiempo ese peligro mortal.

Irradia demasiada luz y hay que enfrentarse con valor a la posibilidad de que Alemania,

con un golpe fulminante, provoque el quinto acto. [...] Me aterra pensar que Alemania,

que tal vez sea mañana nuestra enemiga, nos abofetee con las pruebas que posee.

Am I Evil? dijo...

Vean ustedes. El consejo de guerra de 1894 condena a Dreyfus, un inocente; el consejo

de guerra de 1898 declara inocente a Esterhazy, un culpable; y nuestro enemigo conserva

las pruebas del doble error de nuestra justicia militar; y Francia se obceca tranquilamente

en este error, acepta el escalofriante peligro que la amenaza. Alemania, dicen, no puede

utilizar documentos procedentes del espionaje. Pero ¿quién sabe? [...]

Am I Evil? dijo...

Carta a la esposa de Alfred Dreyfus

Este artículo se publicó en L'Aurore el 29 de septiembre de 1899.

Lo escribí cuando el presidente Loubet hubo firmado el indulto de Alfred Dreyfus, el 19

de septiembre, y el inocente, por dos veces condenado, fue devuelto a su familia. Yo

estaba decidido a guardar silencio mientras la Audiencia de Versalles no se pronunciase

con respecto a mi caso; sólo allí hubiera hablado. Pero debido a algunas circunstancias,

no pude permanecer callado.

Am I Evil? dijo...

Señora,

[...] Dreyfus puede ya dormir tranquilo y confiado en el dulce hogar que cuida usted

con sus piadosas manos. Cuente con nosotros para la glorificación de su marido.

Nosotros, los poetas, somos los que otorgamos la gloria, y le reservaremos un papel tan

grande que ningún hombre de nuestra época dejará un recuerdo tan conmovedor. [...]

Am I Evil? dijo...

También somos nosotros, señora, los que ponemos en la picota eterna a los culpables.

Las generaciones desprecian y escarnecen a quienes condenamos. Hay nombres

criminales que, cubiertos de infamia por nosotros, pasan a ser por siempre inmundos

desechos. La justicia inmanente se reservó ese instrumento de castigo; encargó a los

poetas que legaran a la execración de los siglos a aquellos cuya maldad social y cuyos

crímenes excesivos escapan a los tribunales ordinarios.

Am I Evil? dijo...

[...] No obstante, hay que olvidar, señora, sobre todo hay que despreciar. Resulta de

gran ayuda, en la vida, mostrar desdén hacia villanías y ultrajes. A mí siempre me fue

muy útil. Hace ya cuarenta años que trabajo, que resisto gracias al desprecio que siento

por las injurias que me han valido cada una de mis obras. Y desde hace dos años, desde

que estamos combatiendo por la verdad y la justicia, la ola innoble ha crecido tanto a

nuestro alrededor que hemos salido blindados para siempre, invulnerables a las heridas.

Por lo que a mí se refiere, borré de mi vida muchas páginas inmundas, a muchos hombres

cubiertos de barro. Ya no existen, ignoro sus nombres cuando caen ante mis ojos, evito

hasta las reseñas que se publican de sus escritos. Por higiene, simplemente. Ignoro si

siguen ahí; mi desprecio les ha expulsado de mi mente en la espera de que vayan a parar a

la cloaca. [...]

Am I Evil? dijo...

Carta al Senado

Esta carta apareció en L'Aurore el 29 de mayo de 1900.

Ocho meses más habían pasado entre éste y el artículo que le precede. La Exposición

Universal había abierto sus puertas el 15 de abril de 1900; nos hallábamos, pues, en

plena tregua. Mi proceso de Versalles se veía aplazado de sesión en sesión. Cada tres

meses me citaban para que no caducara lo prescrito; y, al día siguiente, recibía otro

papel en el que me avisaban de que no hacía falta que me molestase. Igual sucedía con

mi pleito contra los tres expertos, los caballeros Belhomme, Varinard y Couard, retra-
sado de mes en mes, indefinidamente. Fueron precisos quince meses, tras el indulto de

Alfred Dreyfus, para que madurara el monstruo, la ley de amnistía, la ley infame.

Am I Evil? dijo...

Señores senadores,

el día en que, con harto sentimiento, votaron la llamada ley de revocación cometieron

ustedes un primer error. [...]

Hoy, se les pide que cometan un segundo error, el último, el más torpe y peligroso. Ya

no se trata tan sólo de una ley de revocación, sino de una ley de estrangulamiento. [...]

Hace ya más de dos meses, señores senadores, que solicité que su Comisión me

escuchara porque deseaba expresarle mi protesta contra el proyecto de amnistía que nos

amenazaba. Hoy escribo esta carta para reiterar mi protesta aún con mayor energía, en

visperas del día en que van a ser convocados para discutir esa ley de amnistía que, desde

mi punto de vista, es como una negligencia de la justicia y, desde el punto de vista de

nuestro honor nacional, como una mancha imborrable. [...]

Am I Evil? dijo...

Afirmé que la amnistía se hacía contra nosotros, contra los defensores del derecho, para

salvar a los auténticos criminales, cerrándonos la boca con una clemencia hipócrita a

injuriosa, pasando por el mismo rasero a gente honrada y a sinvergüenzas, equívoco

supremo que terminará por pudrir la conciencia nacional. [...]

Am I Evil? dijo...

Los pensamientos cobardes nacen de las mentes más firmes, hay demasiados cadáveres,

se excava un agujero para enterrarlos aprisa crevendo que, como nadie los verá, ya no se

hablará de ello, y a riesgo de que su descomposición atraviese la delgada capa de tierra

que les cubre y no tarde en hacer que reviente de peste el país entero.

Am I Evil? dijo...

Buena idea, ¿no? Todos estamos de acuerdo en que el mal, cuando sube de las ocultas

profundidades del cuerpo social y sale a plena luz del día, es espantoso. Sólo discrepamos

acerca de cómo debe curarse. Ustedes, hombres que llevan el timón, ustedes entierran,

dan la impresión de creer que to que no se ve, ya no existe; en cambio, nosotros, simples

ciudadanos, querríamos limpiar enseguida, quemar los elementos podridos, acabar de una

vez con los fermentos de destrucción para que todo el cuerpo recobre la salud y la fuerza.

Y el mañana dirá quién tenía razón.

Am I Evil? dijo...

La historia es muy sencilla, señores senadores, pero no está de más resumirla aquí.

A1 principio, en el caso Dreyfus, no se dio más que un problema de justicia, el error

judicial que algunos ciudadanos, sin duda de corazón más tierno y más justo que otros,

quisieron reparar. A primera vista, no vi otra cosa. Y a medida que se desarrollaba ese

monstruoso episodio, a medida que aumentaban las responsabilidades, que éstas

alcanzaban a superiores militares, a funcionarios, a hombres del poder, el problema no

tardó en adueñarse de todo el cuerpo politico, transformando la célebre causa en una

terrible crisis general durante la cual parecía que tuviera que decidirse la suerte de la

misma Francia. Así, poco a poco, dos partidos se vieron enfrentados: de un lado, toda la

reacción, todos los adversarios de la República verdadera, la que deberíamos tener, todas

las mentalidades que, quizá sin saberlo, están a favor de la autoridad bajo sus diversas

formas: religiosa, militar, política; del otro, la libre acción hacia el futuro, todos los

cerebros liberados por la ciencia, todos los que buscan la verdad, la justicia, y que creen

en el progreso continuo, cuyas conquistas algún día acabarán por proporcionarnos la

mayor felicidad posible. A partir de ese momento, la lucha fue despiadada.

Am I Evil? dijo...

El caso Dreyfus, que era un asunto judicial, y que siempre debió serlo, se convirtió en

un asunto politico. Ése fue el veneno. Brindó la ocasión de que saltara bruscamente a la

superficie la oscura labor de emponzoñamiento y descomposición a que se entregaban los

adversarios de la República desde hacía treinta años para minar el régimen. Hoy nadie

pone en duda que Francia, la última de las grandes naciones católicas poderosas, fue

elegida por el catolicismo, o mejor dicho, por el papismo, para restaurar el desfalleciente

poder de Roma; de ese modo, se produjo una callada invasión, y los jesuitas, por no

mencionar otros instrumentos religiosos, se apoderaron de la juventud con incomparable

habilidad; tan hábilmente que, una mañana, Francia, la Francia de Voltaire, que a pesar

de todo aún no ha vuelto a los curas, despertó cle rical en manos de una Administración,

de una Magistratura, de un gran ejército que recibe de Roma sus consignas. Cayeron de

golpe las ilusorias apariencias, comprendimos que de República solo teníamos el nombre,

percibimos que estábamos pisando un terreno totalmente minado, y que cien años de

conquistas democráticas iban a desmoronarse.

Am I Evil? dijo...

[...] ¿Cómo procesar al general Mercier, mentiroso y falsario, cuando todos los

generales se solidarizan con él? ¿Cómo denunciar ante los tribunales a los auténticos

culpables cuando se sabe que hay magistrados que los absolverán? ¿Cómo gobernar, en

fin, con honestidad cuando ni un solo funcionario ejecutará honestamente las órdenes? En

tales circunstancias, el poder ne cesitaría un héroe, un gran hombre de Estado resuelto a

salvar a su país, siquiera mediante la acción revolucionaria. [...] El antisemitismo no ha

sido más que la explotación grosera de odios ancestrales, con ánimo de despertar las

pasiones religiosas en un pueblo de no creyentes que no acudían ya a la iglesia. El

nacionalismo no ha sido sino la explotación igualmente grosera del noble amor a la

patria, táctica de abominable política que llevará derecho al país a la guerra civil el día en

que hayan convencido a la mitad de los franceses de que la otra mitad los traiciona y los

vende al extranjero, por el mero hecho de pensar de manera distinta. Así han podido for-
marse ciertas mayorías, que han profesado que lo cierto era lo falso, lo justo lo injusto,

que no han querido atenerse a razones, condenando a un hombre por ser judío,

persiguiendo con gritos de muerte a los supuestos traidores, cuyo único afán era

salvaguardar el honor de Francia en medio del desmoronamiento de la razón na cional.

Am I Evil? dijo...

A partir de ese momento, no bien pudo creerse que el propio país se pasaba a la reac-
ción, en su arrebato de enfermiza locura, se fue al garete la parva bravura de las Cámaras

y del Gobierno. Enfrentarse a las posibles mayorías, ¡valiente idea! El sufragio universal,

que parece tan justo, tan lógico, tiene el horrendo defecto de que todo elegido del pueblo

pasa a ser el candidato del mañana, esclavo del pueblo en su ávido afán de ser reelegido;

de tal suerte que, cuando el pueblo enloquece, en uno de esos ataques que hemos

presenciado, el elegido se halla a merced de ese loco, opina como él, si no es capaz de

pensar y de actuar como un hombre libre. Y ése es el doloroso espectáculo al que asis-
timos desde hace tres años: un Parlamento que no sabe utilizar su mandato por temor a

perderlo, un Gobierno que, tras permitir que Francia caiga en manos de los reaccionarios,

de los envenenadores públicos, teme a cada instante que lo derriben y hace las peores

concesiones a los enemigos del regimen que representa por el mero afán de mandar unos

días más.

Am I Evil? dijo...

[...] Esta ley de amnistía que aprobáis para ellos, para salvar a sus superiores del

presidio, claman que os la arrancamos nosotros. Son ustedes unos traidores, los ministros

son unos traidores, el presidente de la República es un traidor. Y cuando hayan votado

ustedes la ley, habrán actuado como traidores y para salvar a traidores. [...]

Am I Evil? dijo...

Ante tan grave peligro, sólo podia hacerse una cosa, aceptar la lucha contra todas las

fuerzas del pasado coaligadas, rehacer la Administración, rehacer la Magistratura, rehacer

el alto mando, por cuanto todo eso se hallaba inmerso en la podredumbre clerical.

Iluminar al país con actos, decir toda la verdad, impartir toda la justicia. [...]

Am I Evil? dijo...

Una de las cosas que me causan sorpresa, señores senadores, es que se nos acuse de

querer reabrir el caso Dreyfus. No lo entiendo. Hubo un caso Dreyfus, un inocente

torturado por verdugos que no ignoraban su inocencia, y ese caso, gracias a nosotros, ha

concluido, con respecto a la propia víctima, a quien los verdugos se han visto obligados a

devolver a su familia. El mundo entero conoce hoy la verdad, nuestros peores adversarios

no la ignoran, la confiesan a puerta cerrada. Llegado el momento, la rehabilitación sera

una mera fórmula jurídica, y Dreyfus apenas nos necesita, porque está libre y porque

tiene a su alrededor, para ayudarle, a la admirable y valerosa familia que nunca dudó de

su honor ni de su liberación.

Am I Evil? dijo...

¿Por qué, entonces, íbamos a querer reabrir el caso Dreyfus? Amen de que eso no

tendría ningún sentido, tampoco beneficiaría a nadie. Lo que nosotros queremos es que el

caso Dreyfus concluya con el único desenlace que puede devolver la fuerza y la

tranquilidad al país, y éste es que los culpables reciban su castigo, no para alborozarnos

de ello, sino para que el pueblo sepa por fin la verdad y que la justicia traiga la paz, lo

único verdadero y sólido. [...]

Am I Evil? dijo...

Nadie ignora que los numerosos documentos facilitados por Esterhazy al agregado

militar alemán, Schwartzkoppen, están en el Ministerio de la Guerra, en Berlin. [...] Pues

bien, admito que pueda estallar una guerra mañana entre Francia y Alemania, y henos

aquí ante la espantosa amenaza: antes mismo de que se dispare un tiro de fusil, antes de

que se libre una batalla, Alemania publicará en un folleto el expediente Esterhazy; y yo

digo que la batalla estará perdida, que habremos sido derrotados ante el mundo entero sin

haber podido siquiera defendernos. [...]

Am I Evil? dijo...

He contestado al presidente de su Comisión que yo disponía de un nuevo dato, que si

bien no tenía la verdad, sabía perfectamente dónde encontrarla, y que me limitaba a

pedirle al presidente del Consejo que invitara al ministro de Justicia a que aconsejara a su

vez al presidente de la Sala de to Criminal, en Versalles, que no detuviera a la comisión

rogatoria cuando yo le pidiera que mandara interrogar a Monsieur Schwartzkoppen. Así

concluiría el caso Dreyfus y Francia se salvaría de la más terrible de las catástrofes. [...]

Am I Evil? dijo...

No cometeré, señores senadores, ni por un instante, la ingenuidad de creer que esta

carta les impresionará, ya que les considero firmes partidarios de votar la ley de amnistía.

Es fácil prever su voto, porque sera el fruto de su prolongada debilidad a impotencia. Se

imaginan que no pueden obrar de otro modo porque no tienen el valor de obrar de otro

modo.

Am I Evil? dijo...

Escribo esta carta simplemente por el gran honor que supone haberla escrito. Cumplo

con mi deber y dudo de que ustedes cumplan con el suyo. La ley de revocación fue un

crimen jurídico, la ley de amnistía sera una traición cívica, sera abandonar la República

en manos de sus peores enemigos.

Vótenla, no tardarán en recibir su castigo. Con el tiempo, será su vergüenza.

Am I Evil? dijo...

Carta a Monsieur Loubet, presidente de la República

Esta carta apareció en L'Aurore el 22 de diciembre de 1900.

Siete meses más transcurrieron entre éste y el artículo que le precede. La Exposición

Universal cerró sus puertas el 12 de noviembre, y convenía terminar de una vez,

estrangular definitivamente la verdad y la justicia. Y así fue. Ya no se celebraría mi

juicio de Versalles, me privaron de mi derecho absoluto a apelar contra una condena en

rebeldía. Brutalmente, suprimieron la verdad que yo hubiera podido conseguir, la

justicia que les hubiese exigido. Asimismo, aún corren sueltos los tres expertos, los

caballeros Belhomme, Varinard y Couard, con los treinta mil francos en el bolsillo;

habrá que volver a empezar desde el inicio ante la justicia civil. Lo hago constar, eso es

todo, y no me quejo, pues de todos modos mi obra está hecha.

Para refrescar las memorias, quiero añadir que aún hoy, en febrero de 1901, sigo

suspendido de mi grado de oficial de la Orden de la Legion de Honor.

Am I Evil? dijo...

Señor presidente,

[...] si las Cámaras votaron, y con gran pesar, la ley de amnistia, se supone que fue para

asegurar la salvación del país. Después de haberse metido en ese atolladero, su Gobierno

se ha visto obligado a elegir el camino de la defensa republicana, pues ha visto su solidez.

El caso Dreyfus sirvió para demostrar qué peligros amenazaban a la República bajo el

doble complot del clericalismo y del militarismo, que actuaban en nombre de todas las

fuerzas reaccionarias del pasado. Por lo tanto, el plan politico del gabinete es muy

sencillo: deshacerse del caso Dreyfus sofocándolo, dando a entender a la mayoría que, si

no obedece dócilmente, no obtendrá las reformas prometidas. Todo eso estaría muy bien,

si, para salvar a la nación de la ponzoña clerical y militar, no la hubieran arrojado a esa

otra ponzoña del embuste y de la iniquidad en que agoniza desde hace tres años.

Am I Evil? dijo...

[...] Asi pues, ¿acaba la justicia absoluta donde comienza el interés de un partido? ¡Ah,

qué grato es ser un solitario, no pertenecer a ninguna secta, no depender más que de la

propia conciencia, y qué fácil es seguir nuestro propio camino, no amando más que la

verdad, deseándola, aunque tiemble la tierra y haga caer el cielo!

Am I Evil? dijo...

Hay una expresión, señor presidente, que me enoja cada vez que me tropiezo con ella:

ese tópico que consiste en decir que el caso Dreyfus ha hecho mucho daño a Francia. Lo

he encontrado en todas las bocas, bajo todas las plumas, amigos míos acostumbran a

decirlo y quizás hasta yo lo haya dicho. Sin embargo, no conozco expresión más falsa.

[...] El bien inmenso que le ha hecho a Francia el caso Dreyfus, ¿no radica precisamente

en haber sido una cosa pútrida, el grano que brota en la piel y revela la porqueria interna?

No está de más recordar aque lla época en que la gente se encogía de hombros ante el

peligro clerical, cuando se consideraba elegante burlarse de Homais, volteriano ridículo y

trasnochado. Todas las fuerzas reaccionarias habían recorrido el subsuelo de nuestro gran

París minando la República, calculando que se apoderarían de la ciudad y de Francia el

día en que se derrumbaran las actuales instituciones. Y el caso Dreyfus lo desenmascara

todo antes de que se cierre el cerco estrangulador, por fin los republicanos se dan cuenta

de que, como no pongan orden, les van a confiscar la República. Todo el movimiento de

defensa republicana nace de ahí y, si Francia logra salvarse del extenso complot de la

reacción, lo deberá al caso Dreyfus.

Am I Evil? dijo...

Pero hay que concretar un poco, señor presidente. Sólo le escribo para poner punto final

a este caso, y me parece oportuno volver a sacar a colación las acusaciones que presenté

ante Monsieur Félix Faure, para dejar bien sentado, definitivamente, que eran justas,

moderadas, insuficientes incluso, y que la ley promulgada por su Gobierno amnistía en

mi caso a un inocente.

Am I Evil? dijo...

Acusé al teniente coronel Du Paty de Clam de «haber sido el diabólico artifice del error

judicial, quiero creer que por inconsciencia, y de haber defendido posteriormente su

nefasta obra, a lo largo de tres años, mediante las más descabelladas y delictivas

maquinaciones». Discreta y cortés acusación, ¿no es cierto?, para quien ha leido el

terrible informe del capitán Cuignet, quien llegó a acusar a Du Paty de Clam de falsedad.

Acusé al general Mercier de «haberse hecho cómplice, cuando menos por debilidad de

carácter, de una de las mayores iniquidades del siglo». Ahora haré una honorable

rectificación y retiraré lo de la debilidad de carácter. Pero, así como al general Mercier no

se le puede aplicar la disculpa por esa debilidad, es totalmente responsable de los actos

que le imputa el Tribunal Supremo y que el Código califica de criminales.

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