sábado, 8 de diciembre de 2012

Armame este

De chico no había nada que me hiciera más feliz que armar el arbolito. Dirá usted: "ah, pero qué pasmao", y tendrá razón. Supongo que lo que me ponía contento no era tanto el ejercicio de armar una y mil veces el mismo mamotreto de aspecto japonés, que no era otra cosa que un palo en el que uno clavaba unos alambres recubiertos de unos flecos símil guirnaldas de color plateado, muy populares en los años 80. Creo que lo que me entusiasmaba era lo que el árbol significaba: se terminaba la escuela, se venían las fiestas, los cohetes, los regalos, y la tan lejana sensación de no tener nada, pero absolutamente nada para hacer. Además, seguro era viernes: por alguna extraña razón, el árbol en mi casa paterna se armaba siempre un viernes de noche, supongo que porque mi madre y mi hermana (mi padre nunca se prendía de esas tradiciones pedorras) eran más proclives a ceder a mis pedidos un viernes que un martes, por citar un ejemplo.

En mi vida tuve apenas cuatro árboles. Calculo que habré tenido 130 pares de championes, 250 de medias, 400 remeras. Pero árboles, solo cuatro. El primero era chiquito y apenas si lo recuerdo por algunas fotos. Era de unos que se encontraban en TATA o en el Paso Molino, con unas ramitas que terminaban en un piripicho rojo, vaya a saber uno por qué. Luego llegó el que anteriormente mencionado. Diría que entre 1981 y 1984 todos los árboles eran así: con el aspecto de cualquier cosa, menos de un árbol.

Vea de lo que hablo, querubín. Igual le garanto que el mío era más feo porque tenía los flecos más largos:


Los adornos eran variopintos, y estaban guardados en unas cajas que estaban etiquetadas por el abuelo que no llegué a conocer, lo que dotaba a la escena de un alto contenido emocional. Era como tener a mi abuelo Serafín presente, ya que el hombre (al que dicen que me parecía bastante, pues era serio y comunista) tuvo la precaución de poner la palabra "Frágil" en esas diminutas cajas de cartón sin marca.

Los chirimbolos que habían adornado el árbol de mi madre convivían con otros más modernos. Sepaló, señor, señora: en el pasado había chirimbolos con las formas más exóticas y menos relacionadas con el nacimiento de Jesús. Por ejemplo, teniamos un chirimbolo de un semáforo. ¿Qué demonios tiene que ver un semáforo con la Navidad? Nunca lo sabré. Había otro de un Indio. Otro de un hongo (ni que fuera el árbol de Papá Pitufo). Otro de una lámpara de color verde. Mucho tardaron en aparecer los "globos" redondos y sin gracia del posmodernismo. Arriba tenía la clásica estrella de Belén, que parecía estar hecha a mano. Con el tiempo fue reemplazada por un puntero pedorro de color gris.

El árbol se acompañaba con un juego de veinte luces cuya caja tenía al propio Papa Noel en la tapa. Eran veinte míseras luces para un árbol feo aunque de tamaño respetable. Nunca nadie se quejó o dijo "che, le faltan luces a este muñeco". Más adelante, ponele que en 1990, me compré un nuevo juego de luces en el Disco de Soca. Con ellas viví mis primeros choques eléctricos, ya que en determinados lugares de su anatomía tenía el cable pelado.

Lo que nunca se me dio fue el tema del pesebre: llegué a tener uno, que guardaba celosamente en la caja de mi Commodore 64. Pero de un año a otro era triste advertir que José era manco, que una oveja había sido sacrificada, o que Melchor había muerto. Una vez intentamos colocarle un pequeño laguito con arena, pero como en mi casa de la infancia siempre fuimos de desarmarte el árbol a mediados de febrero, el agua estancada combinada con la arena putrefacta y las altas temperaturas del living, generaban ecosistemas de lo más olorosos.

Ya de grande, a mediados de los noventa (gracias al Cuqui, claro), se adquirió un nuevo árbol, ya de aspecto "moderno" (es decir, símil árbol de verdad). Los chirimbolos siguieron siendo los mismos, y año tras año fue aumentando la cantidad de luces. Rara vez seguían funcionando de un año a otro, contrastando con aquellas 20 luces originales que prestaron servicio durante al menos 10 años.

En 2002, y ya afincado en Sayago, y en plena crisis, me la jugué con un nuevo árbol al que decidí tapizar con chirimbolos rojos. Árbol verde, chirimbolos rojos, no podía fallar la combinación. Un par de juegos de luces comprados en la calle, y dale que es tarde. El árbol que todos los años amenazamos con cambiar sigue ahí, tan campante, y hoy amenaza con ser armado de nuevo.

Ya no hay que clavarle los ramas como al ochentoso: basta con desplegarlas (hay que apretarlo un poco para que entre en la caja que lo protege en algo de la humedad) y unir sus dos partes, antes de colocarlo en la no muy práctica base. Luego, lo primero que ha de hacerse es probar las luces (creamé, nunca andan todas las que andaban hasta el año anterior), luego desenredarlas, y por último colocarlas, teniendo la precaución de que los enchufes queden más o menos para el mismo lado. Luego sí, los chirimbolos, calculando cuál será la parte de adelante del árbol para poner ahí los más lindos, y dejar atrás a los veteranos de mil navidades.

Tras la colocación de las cintas símil guirnaldas (que comienza siendo muy metódica y termina en un lanzar las cintas "a lo que salga"), se cumple con el ceremonial de pedirle al niño pequeño que coloque el puntero.

Para ese entonces, generalmente el más grande se fue a la computadora, mi mujer se enojó conmigo por mi complejo rigor estético, el del medio rompió dos chirimbolos, y el chico intentó tirar el árbol de un pelotazo.

Pero que nunca falte.

16 comentarios:

Sil.. dijo...

volvio el zorrooooooo, esta en casa !!!!!!iupiiiiiii
feliz

Sinca Bellos dijo...

Uruguay noma!!! Comenta algo pedazo de un trolo

Andrés Reyes dijo...

Bien, Zorro, bien.

La pregunta es: ¿volvió enterito?

Sinca Bellos dijo...

Dijo enterito?

Internauta Rebelde dijo...

Nunca lo tuvo sano.


















Ah, ¿no estaban hablando de su ano? Ta, mala mía.

Diego Floyd dijo...

Bien Reyes Bien!!

Me estoy viendo a mi y a mis hermanos en tán sentido relato. Parece ser la historia "tipo" de los que tuvimos infancia en los 70-80.

Lo que no me puedo olvidar es del carnicero de la esquina que armaba un pesebre gigante -no por el tamaño de sus piezas sino por la cantidad que usaba y extendía todo en el piso o arriba de una mesa de caballetes de 2 x 1 mt-.

Me acuerdo que hacía hasta un laguito con un espejo, pasto, arbolitos, un par de ranchitos, montañas, hasta algodón como nieve -Belén en diciembre dicen que hace un frio de cagarse- y llenaba de patos, ovejas, caballos, camellos vacas, gallinas, chanchos, monos, jirafas, leones -creo que se le colaba hasta algún comando de la segunda guerra de aquellos verdecitos- y creo también haber visto alguna vez un par de Marías, 3 o 4 Joseses y una decena de reyes magos -aquello era grande y concurrido- fruto sin dudas de las roturas y renovaciones a través de los años.

Pero puedo estar siendo cruel con el voluntarioso comerciante porque viste cómo es la memoria de ladina?

Gracias Reyesito por tan lindo recuerdo que desde ya hago mío también.


PD: GRANDE ZORRETTEEEEEE ponete un grillo de guirnalda loquito lindo!!

Andrés Reyes dijo...

Qué gran historia, Floyd. El chirimbolo no se mancha.

Anónimo dijo...

El zorro y 10 maaaaaaaá!!!!

Diego Floyd dijo...

Reyes te dije que sos un crás ?
http://www.youtube.com/watch?v=_0_Sa-cw_Aw

Minuto 2:30 desopilante

Unknown dijo...

Bean es un crá.

Unknown dijo...

Que asco ponerse viejo. Antes hasta había "olor" a navidad. Supongo que asociaba los jazmines (que no sabia que jedían como lo hacen) con la navidad.

Alvaro Fagalde dijo...

El nuestro tenia terribles bolas -no como un servidor- y un puntero que ni el Chengue.

Nunca le di mucha pelota y, al crecer, menos. Me puse totalmente ateo y anarco.

Mi familia adoptó mi postura no-arbol ni fiestas, despues que mi viejo murio un 29 de diciembre y mucha gente fue puteando al velorio porque le complicaba las fiestas.

Andrés Reyes dijo...

Kurco, a mí me pasaba de chico lo de olor a navidad. Llegué a la conclusión que era una mezcla del olor del mantel, combinado con la pólvora de las bombas brasileras y el lechón.

Vesubio dijo...

en mi casa había un pesebre muy viejo. los macacos eran de yeso. habían personajes complementarios para armar bien la escena, como una señora con un jarro y un pastor cruzando un puente. estaba todo hecho crema, y un año a mi se me dio por restaurarlo, le raspé los colores que le quedaban y los pinté de nuevo con témpera. incluso a una que le faltaba un brazo se lo hice de nuevo con yeso. y yo ahí tendría entre 10 y 13 años, no me acuerdo.

Diego Floyd dijo...

Lo de los olores de diciembre no es menor. En el patio de mi escuela había -creo que sigue estando- tremendo jacarandá de flores amarillas y el perfume dulzón era inconfundible del fin de cursos.

Algo parecido pero al vesre era el olor a fogata de hojas caídas en otoño. El tal bajón...

El Nacho dijo...

El jacaranda tiene flores celestes.
Si tiene flores amarillas debe ser un ibirapita (arbol de Artigas)

Que dicho sea de paso hay uno en cada escuela publica, al igual que un ceibo.

Es como que digas, mi tia que tiene pito... en ese caso seria tu tio.