Espacio de publicidad contratado

-Desde que ahorro en ladrillos, estoy más tiempo jugando con mis hijos...

Más o menos así dice un aviso comercial difundido en radio últimamente. En realidad es una serie -una campaña- donde los tipos que deciden poner sus mangos ociosos en la inversión referida (lo cual, probablemente, sea una buena idea después de todo) comienzan a disfrutar más de la vida, se relacionan mejor con sus seres queridos y, seguramente, huelan mejor en algunos lugares polémicos de sus anatomías. Parece ser que si un día hago un trámite de -digamos- media hora en determinada oficina para colocar algún dinerillo propio y a partir de ese momento, tengo mejores ingresos mensuales (o anuales) voy a ser mejor padre, esposo, funcionario y patriota. ¿Los que no ahorran en ladrillos les pegan a la mujer, trauman a sus hijos y tienen un olor insoportable?.

Prescindiendo de palabras ampulosas, propias de chantas -tan pero tan abundantes en el medio- la publicidad podría decirse que se divide en dos tipos: la que quiere hacerte elegir una marca de las muchas que hay en el mercado y la que quiere hacerte comprar (*) algo que vos no estás interesado/a en comprar. En el primer item entran cosas que todos tenemos que comprar frecuentemente: jabón, bebidas (aunque sea agua), fideos, pilas, etc. En el segundo, obviamente, los que podríamos prescindir pero la publicidad nos quiere convencer que nos va a mejorar la existencia: un plasma, un auto, un whisky escocés (¡qué rico!), un préstamo bancario. Por otro lado, algunos te dan a conocer una marca (por ejemplo, una enciclopedia nueva) y otros, te recuerdan su existencia (hasta en la isla de Lost deben de vender Coca Cola, pero está comprobado (**) que si bajan la inversión en publicidad venden menos, porque son percibidos como en decadencia).

Así como en la ficción aceptamos un montón de convenciones irreales, suspendiendo la verosimilitud -por ejemplo, que en una habitación sin ninguna fuente de iluminación nosotros, los espectadores, podamos ver gracias a unas ilógicas luces azules todo lo que pasa- en publicidad pasa algo parecido pero menos directo. Todos los días consumimos avisos en donde se nos muestra que desde que alguno usa tal desodorante todas las mujeres se le tiran arriba. Esto es tan absurdo e irreal como el silogismo "invierto en ladrillos = soy mejor padre". Nos mienten y no nos escandalizamos. Es más, de vez en cuando, compramos lo que nos sugieren.

Un buen ejemplo es ese tipo de campañas donde Fabián Gianola o "Daddy" Brieva "lavan" una prenda de vestir con el jabón que publicitan quedando inmaculadamente blanca a diferencia del producto de la competencia que les da un tono anaranjado peor que el de Julito Ríos. Todo el mundo sabe -todo, ¿no?- que esos avisos son mentirosos, que las amas de casa son actrices y que la ropa que queda impecable es en realidad ropa sin usar. Sin embargo, confiamos en que el jabón es bueno porque todas las propagandas son "así".

El problema en realidad no es el jabón Ace de Gianola. En todo caso, si es espantoso no lo compramos nunca más y encima, tenemos la posibilidad de pasar de boca en boca nuestra decepción. Existe lo que se llama "publicidad engañosa", que nos promete lo que no nos da -a sabiendas- y que yo sepa en nuestro país, nadie la controla. La foto de la Mini Donuts es más que elocuentes (algunos supermercados en sus promociones aclaran que las fotos son publicitarias y no necesariamente reflejan la verdad); la última foto del juego "Carnival" en España nos muestra un juego para Wii que en el ejemplar de la derecha nos promete una T-shirt gratis pero... que cuesta 10 euros más que el jueguito solo. Otra forma de publicidad engañosa permitida son los avisos donde dicen que tal cosa cuesta 25,99 $, cuando la moneda más chica de circulación legal es... ¡de 1 $!

Un problema social más contundente y menos inmediato pero que escapa un poco -o bastante- a la capacidad de esta columna y de este columnista es la idea de consumismo que está implícito en el mensaje colectivo de toda la publicidad que ingerimos pasivamente nuestra vida entera. "Si no comprás no existís". "Comprá todo lo que te digo y vas a ser feliz". ¿Si no tengo un LCD soy un imbécil?. ¿Si le compro todos los juguetes que publicitan en Cartoon Network voy a ser un mejor padre y el gurí va a salir menos traumado?.

Otra cosa: entiendo que una fiesta puede ser (o no) divertida, una persona puede ser divertida, una película puede ser divertida. ¿Pero cómo miércoles puede ser "divertida" una galletita?.

Así está el mundo, amistá.

(*) Cuando digo "comprar" me refiero a consumir en todas sus formas. Si veo un programa televisivo anunciado en una tanda, estoy "comprando" o "consumiendo" aunque no tenga que pagarle directamente a ningún comerciante.

(**) Algunos estudiosos muy respetables dicen que lo de la recordación de una marca y la relación inversión-venta es una boludez de académicos de cuarta que necesitan justificar su salario.

BONUS TRACK:
Los programas de "videos graciosos" son una constante del humor yanqui (ugghh). Circulan mucho x mail. Este es uno de los más decentes, probablemente por ser protagonizados por los únicos animales domésticos como la gente: los gatos.



TRIVIA:
(Preguntas al dope, probablemente interesantes)

En 1959 el diario colorado conservador "La mañana" era periodísticamente bastante decente, no así en sus últimos patéticos años. En su columna de cine, en aquella época tenía tres críticos -qué tiempos aquellos- dos de los cuales se harían famosos por otras actividades menos de película. Adivinen que trío es el correcto:

-A) Julio María Sanguinetti, Franklin Morales y Yamandú Marichal
-B) Wilson Ferreira, Mario Benedetti y Manuel Martínez Carril
-C) Raúl Sendic, Cesar Di Candia y Hugo Alfaro
-D) Rodolfo Talice, Jorge Da Silveira y Jackie Rodriguez Stratta
-E) Rodney Arismendi, Gastón Boero y el Miope

(Gracias a Macarena por haber posado desinteresadamente para la foto que encabeza esta columna)