LA HOJA EN BLANCO
Sabido
es que muchos escritores han tenido que enfrentarse, quien más quien menos, a
una hoja en blanco. Pero estoy seguro de que ninguno lo hizo como lo tuve que
hacer yo una vez.
Resulta
que pasaban los días y la inspiración no llegaba, lo había intentado por muchos
medios, algunos naturales y otros no tanto. No hace falta que me detenga a
profundizar en esto, en parte porque me da vergüenza y en parte porque no tengo
el valor para contarlo, que ahora que lo pienso, es exactamente lo mismo.
Así que
una buena noche dije "basta" y, sin idea alguna de por dónde
arrancar, le saqué punta al lápiz tanto como pude, al punto de poder pinchar
cualquier globo sin mucho esfuerzo con el mismo y lo apoyé sobre la hoja. Y ahí
fue que oí una voz, casi como un grito de dolor.
"¡AY!".
Miré a mi alrededor, no había nadie. Repasé en mi memoria los momentos
anteriores para convencerme de que no había consumido ningún tipo de
estupefaciente, me froté los ojos y volví a la carga.
"¡AY!
¡Hijo de puta!", oí y ahí me di cuenta, miré la hoja, la hoja me miró, parecía
que había dibujado dos ojos y una boca sobre ella sin darme cuenta. "¿No
te das cuenta de que me duele? ¡Me estás pinchando, sorete!".
"No
puede ser", pensé para mis adentros, "los objetos no hablan... ¡María
Helena Walsh es mentira!"
"Sí,
así es, te hablo a vos, escritor fracasado", me contestó la hoja que,
aparentemente, aparte de hablar, podía leer la mente.
"Sí,
puedo leer la mente", confirmó el papel viviente. "Parate de
mano", dijo, "nada de armas blancas, dejá el lápiz sobre la mesa y
enfrentame de hombre a hoja", sentenció incorporándose, de modo que quedó
parada apoyada sobre la mesa con su fino borde inferior. "A ver si sos tan
macho", continuó mientras dos tiras de los costados se separaban,
homologando un par de brazos y dos tiras de la parte inferior adquirían la
independencia de dos piernas.
Estaba azorado,
no sabía qué decir, cómo reaccionar, pero una cosa era cierta y es que un
pedazo de papel no me iba a intimidar. De primera le metí un gancho, pero mi
golpe no le afectó, se dobló, se desdobló y volvió a quedar parada, como si no
hubiese pasado, medio de perfil, con su brazo izquierdo flexionado más
adelantado y su brazo izquierdo, también flexionado, pero más contra su blanco
cuerpo. "Tus golpes no me afectan, vas a necesitar más que eso para
vencerme" dijo y, acto seguido, me golpeó dos veces en la cara. Pero no me
dolió, obviamente, a pesar de tener habilidades pugilísticas no dejaba de
tratarse de papel. Entonces intenté agarrarla con mis manos, pero se escapó,
voló unos metros desde escritorio y fue a pararse sobre la cima de la
biblioteca. Yo me paré, me le arrimé y le increpé. "Te voy a agarrar y te
voy a hacer pedazos, como hoja de papel que sos". Eso pareció provocarla,
sus ojos de lápiz oscuro brillaron, agarró un libro y me lo tiró por la cabeza.
Por suerte pude esquivarlo. Luego me tiró otro, que también esquivé y otro, y
otro. Hasta que finalmente me atinó con un diccionario enciclopédico, vi todo
negro y caí, noqueado, al piso.
Cuando
recobré la conciencia estaba tirado en el piso, ya estaba amaneciendo, no había
rastro de la hoja. Me senté en el escritorio, agarré una lapicera bic, de esas
con la punta redondita y bien suavecita, que te hace masajes si te la pasás por
la mano, tomé otra hoja y narré lo acontecido. Después de todo tienen razón, no
hay bien que por mal no venga.
FIN
6 comentarios:
mucho mejor que un alcuri.
Muy bien Jofito!
Me gustó cualquier cantidá
Le hubieras tirado con una Molotov, flojito.
Gjoffe: Muy bien loco. El cuento me hizo acordar mucho a los cuentos de Felisberto.
Dicho sea de paso, es Felisberto nuestro mejor cuentista? Un dia tuve un almuerzo de laburo con un historiador mexicano muy groso. En el medio de la charla me pregunto: "quien es el mejor cuentista uruguayo? Hay solamente una respuesta" Dije Felisberto, y me dijo, "esa es la respuesta, sin duda".
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