Jaqueca, migraña, dolor de cabeza atroz o como se llame, es un lujo que un padre o madre de dos no se puede dar. ¿Cómo hacerle entender a una botija de tres años y otra de seis en qué consiste la fotofobia?
Hace mucho, mucho tiempo, acostarse y apagar todas las luces mientras surtían efecto los analgésicos funcionaba como política de reducción del daño; hoy es una utopía, casi una mala idea.
A riesgo de quedarnos dormidos y no ser capaces de cumplir cabalmente con los deberes inherentes a la patria potestad que las parió, abrazamos la esperanza de acostarnos todos juntos en “la cama grande”, el santo grial de un botija chico.
El resultado no puede ser peor. Rápidamente nos vemos en medio de una aventura en el bosque, donde nosotros vendríamos a ser el oso que duerme en la cueva fabricada con mantas, y debemos soportar los gritos de las aterradas campistas.
Ante las súplicas de “a mamá le duele la cabeza”, demoran 30 segundos en cambiar de juego. Ahora ellas son sirenas atrapadas en el fondo del mar. Y de oso pardo, debemos mutar a monstro marino. “Dale, vamos a jugar a que si lo despiertan, el monstruo se las devora”. No contamos con la fascinación que tienen las sirenas por ser devoradas, todo el tiempo.
Con un ojo abierto y otro cerrado, manoteamos el celular de la mesa de luz y enviamos un S.O.S. al otro corresponsable de la casa. La ayuda viene en camino. Por fin la agonía tiene fecha de vencimiento.
El prospecto del medicamento dice “no manipular maquinaria pesada”, pero no trae instrucciones de crianza bajo sus efectos. Seguro estamos más capacitados en ese momento para manejar un avión que para cuidar de dos demonios rebotando en la cama.
Suena la llave en la puerta. El dolor de cabeza va dando paso a un moretón mental. Con los ojos chinos corremos a dar la bienvenida y balbucear lo ocurrido. “Al menos las bañé y la cena está en el horno”, decimos, como si fuera el jabón Nevex de toda culpa por sentirnos mal.
Sin saber muy bien cómo y cuándo, logramos dormitar un poco, con el ruido del equipo de rescate en acción como telón de fondo.
Qué tiempos aquellos, cuando un dolor de cabeza era la excusa perfecta para estar solos, a oscuras y en silencio sintiendo piedad por nosotros mismos. Me temo que esos días han terminado, estimados padres.
Publicado por Maca en piresmios.blogspot.com
11 comentarios:
y de ponerla? nada?
Es así estimada madre. En mi caso el único momento de privacidad del día es cuando movilizo el intestino.
A mi hasta me golpean la puerta (del baño) cuando movilizo el intestino.
No es vida.
¿Es peor cuando no la podes poner por la presencia de hijos propios o de hijos ajenos?
Antes que nada, bien afanada la nota de mi blog, gracias Reyes por confiar en este proyecto.
Si bien es algo que va mucho en el gusto del consumidor, no todo es "ponerla" en la vida.
El botija graciadió (de lo contrario uno terminaría en cana) no se entera si copulás o no, pero si no hay afecto entre los viejos lo notan al toque.
Ver a sus padres besarse y abrazarse "porque sì", espontáneamente, por más que te digan "qué asco, se besaron en la boca", es un mimo para su autoestima.
El amor es una construcción social y, como tal, se aprende.
Si no te enseñan un modelo de amor o si el que te enseñan es una porquería, tu infancia no será todo lo feliz que pudo haber sido y tu vida adulta va a estar complicada, aunque siempre hay una salida.
Resumiendo...
¡Hay que besarse más! :)
Y cagar mientras están dormidos...
Creo que muchas veces los botijas tienen un radar en el que perciben que la situación es realmente complicada y se comportan (sorpresiva y sospechosamente) en forma bastante civilizada. Me pasó cuando la madre se fue de viaje varios días, por ejemplo.
Exacto. El botija no es boludo.
"El botija no es boludo" es un lindo título para un libro sobre la crianza.
Te la llevo, Facundo. Sobre cómo ellos nos educan a nosotros muchas veces. No es mala idea.
El subtítulo podría ser: Boludo lo hacemos nosotros.
Ja ja ja. Tal cual. Nos conviene más boludo que despabilaú.
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