Los championes de los pibes

Que el fútbol uruguayo ha perdido prestigio (aún más) tras los acontecimientos que sucedieron a la suspensión de Prudente, no debería a sorprender a nadie. Sin embargo, y como casi siempre, lo peor está por venir. Lo que sigue pretende ser un llamado de atención para las autoridades de nuestro balompié, en tiempos en los que el nivel de alcoholemia de los hinchas parece importar más que la ausencia de punteros con desborde.

Recientemente, y gracias al popular Facebook, me he cruzado con algunas fotos de mi época escolar. No tardé mucho en comprobar que recuerdo el nombre de la mayoría de esos individuos que hace más de veinte años que no veo, y con los que no llegué a intercambiar más de dos palabras (relacionadas con la merienda o la tabla del 7). Tardé menos en darme cuenta de que soy incapaz de recordar el nombre de compañeros de trabajo a los que dejé de frecuentar hace poco más de veinte minutos.

De modo análogo, me es mucho más sencillo evocar la alineación del Nacional del 88, o el del 92, o los resultados cosechados por el Peñarol del 87, o los de la Copa de Oro de los Grandes, que los de la temporada 2005. O incluso, que los de la actual. ¿Cómo salió Nacional ante Racing en este Torneo Apertura? No lo recuerdo… creo que ganó, pero no sé ni cuánto, ni con goles de quién. Sin embargo, recuerdo perfectamente cómo derrotó 1 a 0 a Liverpool con agónico gol de Ostolaza, a pase del Chango Pintos Saldanha, por la primera rueda del Uruguayo del 88. Recuerdo mi festejo alocado en plena Tribuna Ámsterdam, velozmente auto-reprimido al constatar la cara de pocos amigos del hombre alto con gorro negriazul.

No hace falta ser Lacan para arriesgar que uno recuerda más los primeros compañeros de clase, las primeras novias, los primeros juguetes, la primera mascota, la primera maestra, que las del pasado cercano. De chico, uno asiste a la cancha con la ilusión de que alguna vez todas esas corridas, esos cánticos de la hinchada, esos pesos gastados en una entrada de acceso a una tribuna infame, valdrán la pena. Análogamente, asume que esa niña rubia a la que acaba de prestarle semicírculo, será la madre de sus hijos. Claro que ya habrá tiempo para el desengaño, ni bien la chica rubia pase al liceo y comience a salir con el adscripto, y ni bien el equipo de nuestros amores se convierta también en el de nuestras desdichas.

¿Qué será de esos niños y esas niñas cuyos primeros recuerdos futbolísticos estén vinculados a un campeonato suspendido, a las salidas del Cachorro Burián, a los centros pasados de Filgueira, o a la postergada renuncia de José Carlos? O estarán lo suficientemente bien económicamente como para solventar un terapeuta conductual que los ayude a superar el trauma, o dedicarán su tiempo libre a actividades alejadas del más popular de los deportes.

¿De qué otra forma se explique que los adolescentes de hoy se hayan volcado a actividades alienantes tales como el Winning Eleven, Patinando por un Sueño o Telechat? Lo hacen para evadir sus primeras remembranzas futboleras, vinculadas a la Copa América del 91 con Peter Méndez y Willy Gutiérrez en ofensiva, o a la Eliminatoria del 93 con Adrián Paz y Peletti.

Si el fútbol hoy está perdido, en 20 años lo estará mucho más. Disfrutémoslo.

Publicado en Guambia, 06/12/08.