Pese a que muchos guardan silencio, lenta pero inexorablemente el básquetbol uruguayo se apresta a abandonar el sitial de deporte masivo que algunos quisieron adjudicarle en los últimos años. A continuación, un somero análisis que busca demostrar por qué el naranja nunca podrá ser nuestro deporte más popular.
De un buen tiempo a esta parte nadie habla del “boom del basketball”, invitándome a pensar que tal como ocurrió con videoclubs, canchas de padel, y cibercafés, comenzó a mermar el interés general por disfrutar del habitual despliegue energético (mucho más que neuronal) de nuestro baloncesto.
Un somero análisis de las imágenes del programa 6.25 (se lo recomiendo) servirá para concluir que las canchas de básquetbol llenas son cada vez más difíciles de encontrar, casi tanto como la hundida de un jugador nacional o un partido ganado por Sayago.
Es que tal como ocurre con el fútbol, el público fiel, ése que banca a su equipo en las buenas o en las malas, en la punta o en mitad de tabla, ese hincha que llega a hipotecar necesidades personales secundarias para poder alentar a su equipo, pertenecerá siempre a la clase media, o media baja, o baja, puntualmente. Nunca será el público que llena los shoppings, ni el de la música electrónica, ni el que cambia de celular cada tres meses.
Los gustos de las personas acomodadas de nuestro bendito país no son confiables, y nuestra selección de fútbol lo demuestra. No hace falta ser Rafael Bayce para concluir que el público que solía acudir a insultar a Recoba, no es el mismo que madruga para ver un Bella Vista – Cerro Largo mañanero. Ver a la selección estuvo de moda, sobre todo durante las eliminatorias previas al 2002, donde de la mano del auge de la música tropical las tribunas se plagaban de adolescentes (de esos que hoy serían floggers) dispuestos y dispuestas a sacudirse al son del Kimba Pintos.
Pero el auge por la selección pasó, casi tan rápido como el de la música tropical. ¿Y quiénes quedaron? El habitué del Tropicolonia, o el veterano que se comió la eliminación del 58.
Con el básquetbol está pasando exactamente lo mismo. Los cazadores de modas han partido con nuevos horizontes, dejando los remozados gimnasios en manos de los hinchas de siempre. ¿Pero por qué históricamente –y más allá de lo que nos han querido vender algunos periodistas deportivos y culturales que parecen alcanzar el orgasmo con las penurias de nuestro balompié– el fútbol ha sido más rentable que el básquetbol, aún dentro de su proverbial inviabilidad?
La explicación es sencilla, y parte de la diagramación urbanística de nuestra ciudad. La mayoría de las canchas de nuestro básquetbol se encuentra en las zonas costeras del este de Montevideo. Biguá, Trouville, Malvín y Defensor Sporting son solo algunos de los equipos afincados a metros de la rambla, siendo casualmente los únicos capitalinos que han ganado la Liga Uruguaya. Solo así se explica que estas instituciones se hayan coronado ante miles de parciales y que semana a semana solo arrimen un par centenas de espectadores (en el mejor de los casos): sus hinchas tienen muchas cosas en la cabeza, y el básquetbol no es precisamente de las más importantes. En el mejor de los casos van al Cilindro cuando juega Larrañaga, aunque no precisamente al básquetbol.
No es casualidad que los equipos más populares de nuestro básquetbol (Aguada y Goes) estén lo suficientemente alejados de las playas montevideanas (y de la actual Liga Uruguaya) como para echar por tierra nuestra teoría. Como tampoco lo es que Peñarol haya tenido su estadio en pleno Pocitos, y que haya optado por abandonarlo.
De un buen tiempo a esta parte nadie habla del “boom del basketball”, invitándome a pensar que tal como ocurrió con videoclubs, canchas de padel, y cibercafés, comenzó a mermar el interés general por disfrutar del habitual despliegue energético (mucho más que neuronal) de nuestro baloncesto.
Un somero análisis de las imágenes del programa 6.25 (se lo recomiendo) servirá para concluir que las canchas de básquetbol llenas son cada vez más difíciles de encontrar, casi tanto como la hundida de un jugador nacional o un partido ganado por Sayago.
Es que tal como ocurre con el fútbol, el público fiel, ése que banca a su equipo en las buenas o en las malas, en la punta o en mitad de tabla, ese hincha que llega a hipotecar necesidades personales secundarias para poder alentar a su equipo, pertenecerá siempre a la clase media, o media baja, o baja, puntualmente. Nunca será el público que llena los shoppings, ni el de la música electrónica, ni el que cambia de celular cada tres meses.
Los gustos de las personas acomodadas de nuestro bendito país no son confiables, y nuestra selección de fútbol lo demuestra. No hace falta ser Rafael Bayce para concluir que el público que solía acudir a insultar a Recoba, no es el mismo que madruga para ver un Bella Vista – Cerro Largo mañanero. Ver a la selección estuvo de moda, sobre todo durante las eliminatorias previas al 2002, donde de la mano del auge de la música tropical las tribunas se plagaban de adolescentes (de esos que hoy serían floggers) dispuestos y dispuestas a sacudirse al son del Kimba Pintos.
Pero el auge por la selección pasó, casi tan rápido como el de la música tropical. ¿Y quiénes quedaron? El habitué del Tropicolonia, o el veterano que se comió la eliminación del 58.
Con el básquetbol está pasando exactamente lo mismo. Los cazadores de modas han partido con nuevos horizontes, dejando los remozados gimnasios en manos de los hinchas de siempre. ¿Pero por qué históricamente –y más allá de lo que nos han querido vender algunos periodistas deportivos y culturales que parecen alcanzar el orgasmo con las penurias de nuestro balompié– el fútbol ha sido más rentable que el básquetbol, aún dentro de su proverbial inviabilidad?
La explicación es sencilla, y parte de la diagramación urbanística de nuestra ciudad. La mayoría de las canchas de nuestro básquetbol se encuentra en las zonas costeras del este de Montevideo. Biguá, Trouville, Malvín y Defensor Sporting son solo algunos de los equipos afincados a metros de la rambla, siendo casualmente los únicos capitalinos que han ganado la Liga Uruguaya. Solo así se explica que estas instituciones se hayan coronado ante miles de parciales y que semana a semana solo arrimen un par centenas de espectadores (en el mejor de los casos): sus hinchas tienen muchas cosas en la cabeza, y el básquetbol no es precisamente de las más importantes. En el mejor de los casos van al Cilindro cuando juega Larrañaga, aunque no precisamente al básquetbol.
No es casualidad que los equipos más populares de nuestro básquetbol (Aguada y Goes) estén lo suficientemente alejados de las playas montevideanas (y de la actual Liga Uruguaya) como para echar por tierra nuestra teoría. Como tampoco lo es que Peñarol haya tenido su estadio en pleno Pocitos, y que haya optado por abandonarlo.
De otra forma, ya no podría ufanarse de ser el cuadro del pueblo.
(Publicado en Guambia, sábado 22/11/08.)
2 comentarios:
Aguada está mucho mas allá de su cercanía a la liga. Es Gigante por lo que despierta en los otros, les importe o no el básquetol. Por otro lado es verdad, gracias al básquetbol y los clubes costeros creo más que nunca en la lucha de clases
Arriba, Johon. Todo el poder a los pivots.
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