Si se nubla se complica

Si me preguntaban, respondía Súperman, acaso el Hombre Araña, nunca Batman, porque para gorditos como Adam West sin poderes y con sexualidad puesta en cuestión, ya estaba yo. Secretamente, mi superhéroe favorito era Birdman.

Un tipo sin vida social, con menos noche que la Madre Teresa, sin otra compañía que un pajarraco violeta, encerrado en un volcán extinguido a la espera de las órdenes de un sujeto tuerto, merecía mi más sincera devoción.

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Y no me vengan con que cualquiera lo picaba como un queso. Te quiero ver a vos, Pingüino, que te hacés el guapo con esos paraguas comprados en Gay Mar, recibiendo un rayo solar de esos que Birdman tiraba a mansalva.

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Porque si hay algo que tenía Birdman era eso: evitaba el combate cuerpo a cuerpo. Siempre de lejos y con los rayitos. Rayito con una mano, escudo con la otra, y a cobrar. Nada de ensuciarse las alas o estropearse el comunicador del cuello en luchas estériles.

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Mucho mejor nos iría a todos si Súperman usara su vista láser para cosas realmente útiles (como dejar ciego a Lex Luthor, siguiendo el camino contrario al del Doctor Cesio, viejo amigo), o si Batman saliera a la calle calzado con un buen fierro.

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Por eso, para Birdman, también para Vengador (no así para el tan impresentable como innecesario Birdboy), o para el Trío Galaxia y su enemigo por antonomasia (el linajudo Computrón), salga este genuino reconocimiento.