jueves, 13 de octubre de 2011

Italia, Sur de


Lo que tiene que ver con el Coliseo romano

El jueves 6 de octubre nos tomamos el ferry desde Croacia hasta Bari, para meter unos once días en el país de la bota. Y ya el comienzo fue complicado: una congregación religiosa había también abordado la embarcación, dispuestos a compartir efusivamente su alegría y amor hacia Dios con toda la tripulación.

Cantos en coro, bailes, palmas, carcajadas, hacían las delicias del centenar de italianos e italianas que volvían a su país de origen tras alguna jornada de integración del otro lado del Adriático. Difícil dormir en el pasillo como planeábamos.

En fin, luego de la odisea llegamos a Italia y picamos para Sorrento, con la inocente esperanza de alargar un poco aquello de "los últimos días de playa hasta enero". En el camino, entramos en San Giorgio, un pueblo fantasma para comer algo parecido a una pizza. Los empleados no salían de su asombro ante la presencia de turistas, y no tuvieron mejor idea que practicar sus insultos en español como gracia, empezando por el popular "puto". Un par de horas más tarde, ya comidos, nos retiramos, recibimos unas bufandas de regalo de nuestros nuevos amigos, nos puteamos mutuamente y continuamos viaje.

¿A la playa? Ni cerca. Llegamos de madrugada, dormimos en el patio trasero de algún supermercado, con perros y camiones estacionados, y el viernes amaneció nublado, lo que nos depositó directamente en Pompeya.

Para el que no conoce la historia, Pompeya es un cuadro de fútbol de Tarariras, localidad en la cual se popularizó el grito de "¡vamo arriba Pompeya!" para hacer mención a cada vez que un recio zaguero, de cualquier equipo, pincha una nube de un puntazo. Eso, y una ciudad cubierta por la lava de un volcán, que exterminó a sus 2.000 habitantes.

Y de ahí, costa amalfitana mediante, para Roma, la ciudad más interesante del viaje hasta ahora. Pero como todos sabemos, en este blog se castiga el saber, así que hablemos de lo que importa: los chinos.

Uno cuando ve una bandada de chinos sacando fotos a todo lo que camina, no hace más que pensar peyorativamente en lo poco que disfrutan esos seres el objeto fotografiado fuera del visor. Y quizás es cierto, pero lo que nos importa a nosotros es que generación tras generación han ido perfeccionado su técnica, por lo que, si alguna vez quiere que un turista ocasional le saque una foto a usted solo, o con sus amigos, deje pasar dos o tres, y cuando lo vea, pare a un chino y pídale a él. Nosotros lo hicimos, y fue un éxito.

Es que todas las nacionalidades algo de bueno tienen. Los italianos por ejemplo, no sabemos bien aún en que se especializan, pero en el tema mapas dejan mucho que desear.

Sin mapa o con él, nunca, pero nunca, nunca jamás, haga el intento de preguntarle a un tano cómo llegar adonde desea. Es que no sólo los mapas están mal hechos, sino que además nadie conoce los nombres de las calles, y para colmo, todos presumen saber, lo que conlleva que toda indicación conduzca al fracaso seguro.

Florencia, Pisa y Venecia (esta última poniendo en riesgo el título de la columna) fueron los últimso destinos hasta hoy. A resaltar simplemente que en la Galería de la Academia no permiten a la prensa ingresar gratuitamente, pero sí salir. Ergo: ingresamos por la puerta de salida. Ni el propio Michelangelo (el artista, no la tortuga) habría imaginado artilugio tal.

Hasta el jueves que viene.

3 comentarios:

alf dijo...

En hora y todo.

German Schnyder dijo...

Excelente, aunque los de mi edad decíamos "Pompeya nomá !"

Maxi dijo...

que grandes estas columnas. Siempre buenas para cortar una clase...