Guapos eran los de antes

Ser hincha de Nacional en el siglo XXI es bien sencillo. Es cuestión de ponerse la camiseta, aguantarse algún clásico perdido, y poca cosa más. Sabés que tarde o temprano alguna alegría vas a tener. Pero aunque a los niños de hoy les cueste creerlo, no siempre fue así.

A mí me tocó ser de Nacional en los años 80, y no fue nada fácil. En la escuela, la proporción de niños era –en el mejor de los casos– de 3 a 1 a favor de Peñarol, proporción que solía verse reflejada en la cancha en interminables tardes con goles de Morena y salidas en falso del arquero de turno. Por ende, ante cada una de las repetidas humillaciones clásicas (la Copa de Oro de los Grandes, la final del 86, el 8 contra 11, etc.) y de las otras (quedar fuera de la Libertadores, perder campeonatos a manos de Defensor y Bella Vista, etc.) había que ser bien guapo para ir a la escuela y bancarse las gastadas, sabiendo que la inferioridad numérica nos llevaría a una nueva frustración en caso de apelar al golpe de puño o de aventar un borrador.

Esa es la mejor definición: había que ser bien guapo para ser de Nacional en aquellos años, en los que sabías que un córner en contra era medio gol, en los que nuestros arqueros desarrollaban inverosímiles rachas negativas ante el tradicional rival, en los que se cambiaba 3 veces de técnico por temporada, en los que los cracks llegados del extranjero o comprados a equipos chicos en onerosas sumas fracasaban con franciscana asiduidad.

Sin embargo, y acaso por esa genuina condición de grande venido a menos (a mucho menos), los escasos triunfos de la época eran vividos como verdaderas hazañas dignas del recuerdo, algo que el acostumbramiento al éxito le niega radicalmente a los hinchas actuales. ¿Sabés cuánto hubiera dado yo por ganar una Liguilla allá por el 86? Muchísimo. Incluso hubiera dado bastante por ganar algún clásico de atrás, o al menos por no experimentar esa sensación de que aún ganando y jugando mejor, Peñarol nos podría arruinar la jornada en cualquier momento.

Hoy todo eso se ha revertido. Los paquetes foráneos (Arnulfo, Leonardo Fabio, el propio Adao) recalan en Peñarol. Los arqueros flojos de manos (Salgueiro, Obelar, Elduayen, Biglianti, Tian Pereira, Reyes, Cavallero) también. Son ellos los que cambian de técnico en momentos poco propicios, los que no clasifican a la Copa desde que los derechos los tenía PSN, los que pierden clásicos increíbles, los que pierden finales ante Danubio y Defensor, los que concentran en W.Lounge, los que le deben a Cerrito.

Por eso, salga desde aquí el sincero homenaje para los niños hinchas de Peñarol. Porque son los hinchas de Nacional de hace 25 años. Los que son minoría en la escuela, los que tienen que aguantar mil y una gastadas, los herederos de un pasado glorioso que no se corresponde con lo que les ha tocado vivir, los que muchas veces se han preguntado si ser de Peñarol, algún día, tendrá sentido.

Sepan, botijas, que tarde o temprano la historia volverá a torcerse. Y el elenco mirasol retomará los senderos de gloria, y renacerá su paternidad clásica, y alineará a un arquero con manos, y todo lo que al día de hoy parece una quimera.

Solo espero que para ese entonces, el fútbol les siga importando tanto como ahora.

(Publicado en Guambia, 21/02/09.)