En las primeras horas del miércoles 27 de mayo la opinión pública oriental se paralizó, las redes sociales estallaron, los programas matutinos de la radio modificaron velozmente sus menús: habían arrestado en Zúrich a ciertos dirigentes de la FIFA acusados de actos de corrupción. Entre ellos aparecía el uruguayo Eugenio Figueredo.
Figueredo por Ombú.
Publicado en Brecha, 29-05-15.
Ya no importó que Cuevas estuviera haciendo historia en Roland Garros, ni la liberación de Campiani, ni los posteos de Gargano en Instagram, ni nada. Sólo se hablaba del “Fifagate”. Nadie se detuvo a pensar siquiera si las acusaciones eran o no ciertas: Eugenio y los demás ya son culpables, así lo ha decidido el pueblo, que hace 30 años que insiste con que la Fifa es corrupta y con que Figueredo es un clásico ejemplo de “dirigente con boliche”, ese que llegado el caso y si la ocasión lo amerita, pero siempre por el bien del fútbol, sería capaz de moverse por la frontera de la prolijidad y la delicadeza.
“Escuchame una cosa, pibe. Te voy a decir una cosa: no te hagás el inteligente conmigo”, le soltó Figueredo hace unos cuantos años al entonces periodista Rafael Villanueva, que había incomodado al entonces presidente de la Auf que se disponía a echar al técnico Juan Ramón Carrasco tras la recordada derrota por 3 a 0 ante Venezuela. No hace falta ser Umberto Eco para decodificar tamaño mensaje. Si le hubiera dicho “No me vas a cagar vos a mí, pendejo, que yo fumo abajo del agua”, el efecto hubiera sido prácticamente el mismo. Es que si por algo se caracterizó Eugenio a lo largo de su dilatadísima trayectoria fue por hallar siempre la forma de caer parado, por cazar todo en el aire, por estar de vuelta cuando los demás recién estábamos pensando en ir. Eugenio sabe.