domingo, 8 de febrero de 2015

Cueste lo que cueste



Para quienes ven al fútbol exclusivamente desde los títulos -como si diera lo mismo salir segundo que último- lo de Uruguay en materia de Sudamericanos Sub 20 es la propia decadencia: ganamos 7 de los primeros 10 torneos (llamados simplemente “Juveniles” en aquellos tiempos) y desde aquel lejano 1981 nunca más volvimos a ser campeones. Mas allá de alguna etapa de desorganización, improvisación y de “lo atamo’ con alambre, lo atamo’” que tan poco nos cuesta a los orientales, la cosa no es tan negra, especialmente en estos últimos tiempos tabarezísticos. De esos 15 campeonatos perdidos, jugamos 14 (nos suspendieron en el Mundial de 1993 por alguna protesta un tanto física de más) quedando entre los 4 primeros en 11 de ellos, incluyendo 4 vicecampeonatos.  Mejor que los mayores en las eliminatorias, por ejemplo.


Pero de poco pueden servir los lauros. Tómese, por ejemplo, la ya mítica Selección Sub 20 del Mundial de Malasia 1997 y podrá hacerse una lista bastante larga de jugadores que, hablando en criollo, no llegaron a mucho (Pellegrin, Cartagena, Meloño, Podestá, Manuel Abreu, Callejas, Rivas). En realidad, si tomamos a cualquier selección del país que sea, obtendremos un resultado similar de gente que lejos estuvo de consagrarse como primera figura en el fútbol mundial, por más títulos juveniles que hayan conseguido antes.


Si bien no son chicos elegidos al azar. sino jugadores ya profesionales que se están preparando desde hace años para competir todos los días, a sabiendas que su salario y sus carreras van a depender directamente de los últimos resultados deportivos que consigan, la presión no es menor aunque Tabárez y Coito se han preocupado particularmente de no tirarle a cada plantel juvenil con el peso de las estatuas de Nasazzi, Obdulio y todos los demás.   

Los botijas pasan de ser –casi siempre- desconocidos para casi todos los aficionados a estrellas nacionales y no todos están preparados para saber que un campeonato sudamericano bien jugado y/o un pase a Europa a los 19 años no les asegura ser los nuevos Forlán o Suárez. Por no decir que en realidad, ambos delanteros estrella compatriotas anduvieron más o menos en las juveniles, cuando les tocó.    

¿Cómo puede ser que ese volante de creación que salió campeón mundial sub 20 no termine siendo titular indiscutible en Real Madrid o Juventus, sino que se alegre de arreglar con –sin despreciar- un cuadro hondureño, boliviano o El Tanque Sisley?. La primera explicación es fácil de imaginar, aunque muchos de esos jovenzuelos no la sospechen: aunque seas mejor que Messi, si no entrenás ni te cuidás y a la hora de hacer 10 kms. estás con la resaca de la partuza de anoche, tu nivel futbolístico pronto va a dejar mucho que desear y, cuando te echen de una patada te vas a quedar sin amigos (ni amigas) para tus desprolijidades. Si acaso, conseguirás que un par de periodistas años después escriban tu biografía y hagan buena plata por derechos de autor.

Otra razón para el fracaso frecuente de los consagrados a nivel juvenil es más sutil: un jovencito de 19 años no está totalmente formado ni como futbolista profesional ni tampoco como adulto, por más habilidoso que sea con una pelota en los pies. El mismo argumento –más aún, si cabe- se aplica a esos chiquilines que son los mejores de la 7ª. pero no le ganan a nadie cuando tienen edad de 3ª. Muchos de esas supuestas futuras figuras simplemente han evolucionado antes que los otros de su misma edad y se estancan al llegar al momento de dar el paso decisivo. Otras veces se descansan y creen que ya no tienen nada que aprender por el hecho de alternar en la primera o estar en una sub 17 y ven pronto como los demás les pasan por arriba.

Alguna vez lo dijo en forma explícita el maestro Oscar Washington, aunque un poco de manejo de números con sentido no nos deja mentir: todos los años se presentan  centenares de gurises en los llamados de formativas de determinados clubes (los grandes, Danubio, Defensor) pero sólo llegan tres o cuatro a Primera División por temporada. En los demás cuadros va menos gente y los resultados son peores. Esas madres y esos padres (esas uruguayas y esos uruguayos) que obligan a sus hijos varones a hacer baby fútbol, quieran los infantes o no, y se pelean con jueces, rivales, dirigentes y con el doctor Etchandy, deberían saber que el porcentaje de futbolistas que la amasan toda en Europa no llega al 0,01 de los que van a practicar. Algunos no tuvieron constancia, otros no evolucionaron, algunos fueron sobrevalorados por su ambiciosa familia y otros carecieron de suerte.  

Uno ha escuchado insistentemente que la razón de ser de las selecciones menores es formar futuros jugadores de la celeste mayor -incluso algunos periodistas cuantifican en 2 o 3 integrantes a cosechar en cada proceso- pero a la gran mayoría de los orientales sólo le importa festejar algún campeonato (o vice) y a los dirigentes, colocar a esa materia prima que le puede permitir tapar agujeros en sus deficitarios clubes. Ya nadie reclama porque las juveniles le sacan jugadores para competir en la liga local, sino todo lo contrario. Desde que en el referido campeonato malayo Cerro exigió que el sonriente Mario Regueiro fuera incluido por Victor Pua hasta los tiempos actuales en que muchos seleccionados no llegan a reintegrarse a sus clubes porque son vendidos en medio del torneo, sólo falta que los botijas salgan con el celular de sus contratistas estampado en la camiseta.

La selección de Fabián Coito venía en lo previo con menos “estrellas” que otras anteriores (léase, no tenía delanteros muy llamativos) pero estaba formada por la base de la sub 17 vicecampeona del mundo con el mismo DT. Sin dudas, la columna vertebral son sus dos volantes centrales (Nandez de Peñarol y Arambarri de Defensor Sporting), tan eficaces como temperamentales en la mejor tradición uruguaya, pero que agregan una capacidad de generación de jugadas ofensivas pocas veces vista. En el arco, un particularmente maduro Guruceaga; atrás, Cabaco, Lemos y Cotugno han sido sobrios y expeditivos y adelante han estado las principales dudas del técnico, donde Pereiro de Nacional y Acosta de Fenix (pero ya vendido al Villarreal) han sido los que han rendido mejor.


Un equipo sólido, mucho más disciplinado tácticamente de lo habitual en nuestras formaciones, colectivo y solidario, dirigidos por un entrenador que ha demostrado su especialización en mentalizar adecuadamente a futbolistas aún no terminados de formar. No tenía demasiadas expectativas de la prensa especializada compatriota –lo que no es necesariamente malo- pero ha demostrado ser una selección competitiva y de buen juego.

Entre los rivales está una selección colombiana, que probablemente sea –junto con la nuestra- la de mejor trabajo colectivo pero a la que no acompañaron los resultados, probablemente por no tener un delantero desequilibrante; los argentinos, por el contrario, con Simeone y Angel Correa tienen un ataque envidiable, pero dependen demasiado de la inspiración de ellos. Brasil ha demostrado ser irregular, más preocupado por el juego fuerte de lo habitual (¿herencia de Dunga?) pero sin haber demostrado nada del otro mundo más allá de algún puntero interesante. Argentinos (dirigidos por un Humberto Grondona que no llegó a su cargo por concurso)  y brasileros –eliminados en primera ronda en el Sudamericano pasado- no parecen pasar por el mejor momento en cuanto a formativas.
      
Este Sudamericano en que somos locales clasifica, como corresponde, cuatro plazas para el Mundial correspondiente (en Nueva Zelanda) pero también a los dos primeros para los Juegos Olímpicos del año que viene en Brasil y a los otros cuatro del hexagonal final para los Panamericanos en Toronto. 

Publicado en Brecha el 6/2/15

3 comentarios:

- Itu - dijo...

Más claro, échale agua! Muy bueno Faga!

Mauro M. dijo...

Una pena el final, pero no da para calentarse.

Ojalá estos botijas hagan un buen mundial como la generación anterior.

Bien Fagalde, bien.

Alvaro Fagalde dijo...

Creo que es el maximo defecto de nuestros seleccionados en las ultimas decadas: nos meten un gol y nos enloquecemos y desordenamos mal.