Es solo una cuestión de altitud

El agónico empate celeste cosechado ante Bolivia no logró borrar la proverbial discusión sobre si debe o no jugarse en La Paz, pese a que los dirigidos por Tabárez volvieron a demostrar que –tal como en Bogotá– la altura les sienta bien. A continuación un breve análisis de la principal figura de la historia del fútbol del país de Evo. Porque de algo hay que vivir de acá y hasta que en marzo Paraguay y Chile nos dejen afuera.

Los bolivianos revindican su derecho a jugar donde viven, y está muy bien. ¿O acaso no legitimamos a los equipos chicos que pretenden llevar a Nacional y Peñarol a sus incómodos estadios? “La fiesta del barrio” gritan los mismos que ahora se ofenden mientras suben a La Paz, solo porque Lembo se mareó en el 2000 y terminó pateando para su propio arco en un partido ante el Bolívar.

No hace falta ser el Doctor Pan para comprender que los pozos de la cancha de Villa Española pueden llegar a ser mucho más nocivos que los tres mil seiscientos metros de La Paz. Además, me parece entendible y hasta deseable que cada país utilice sus condiciones geográficas en beneficio propio. A nadie se le ocurre dejar de enfrentar a Brasil porque integra a afroamericanos rápidos y habilidosos, de esos que no crecen en ninguna otra parte del mundo. ¿Y el potrero rioplatense? Difícil encontrar un espacio llano en esa acumulación de casas y montañas que bordea al Hernando Siles, por eso es imposible encontrar un futbolista boliviano con carisma, o capaz de tirar un caño, o de esos que le tiran tierrita en los ojos al arquero como el Pepe Sasía.

Ni que hablar con la estatura: sin ser un entendido en la materia, tiendo a pensar que Bolivia tiene tantos problemas a la hora de conseguir hombres que ronden el metro ochenta, como nosotros los tenemos a la hora de conseguir internos que superen los 2 metros para nuestros equipos de básquetbol. Y nunca los vi quejarse al grito de “es inhumano, no se puede jugar con ese Chengue que es enorme, te cabecea todas y encima te pega”. No. Los tipos van, juegan, pierden, y se van silbando, bajitos.

Y como si esto fuera poco, Bolivia no hace más que colaborar con el bien del espectáculo: imagínese cuán aburrido y hasta cruel sería enfrentarlos en el llano y golearlos una y otra vez. La altura nivela y hace que el negocio de las eliminatorias sudamericanas sea un poco más rentable. Y no me vengan con eso de “ventaja antideportiva”, porque esto no es el “Winning Eleven”. Esto –parafraseando al Tolo Gallego – es fulbo. ¿Quién dijo que el fútbol tiene que ser parejo? Sin ir más lejos, el nuestro se ha caracterizado históricamente por ser cualquier cosa menos equitativo, sin que a nadie parezca importarle.

Peñarol juega de local y visitante en su cancha, con arbitrajes generalmente amigables, sensibles a la gran cantidad de público que arrastra el elenco mirasol. Algo similar ocurre con Nacional, con un agravante: si pierde en la cancha, puede que gane en los escritorios de la AUF. No recuerdo haber oído a ningún periodista deportivo, de esos que se rasgan las vestiduras al grito de “no a la altura”, sugerir que enfrentar a los equipos grandes es inhumano.

Afortunadamente, de acá a cuatro años no volveremos a acordarnos de que la altura existe. Hasta el final de las Eliminatorias (donde descuento que deberemos enfrentar a un Honduras, que seguramente nos dejará fuera de Sudáfrica con un gol de Tyson Núñez), estaremos más preocupados por temas tales como nuestras relaciones diplomáticas con el gobierno argentino. No a para terminar con los bloqueos, sino para soñar con un nuevo favor del combinado albiceleste.

(Publicado en Guambia, sábado 18 de octubre.)