Acicateado por el crucial choque entre Argentina y Uruguay por Eliminatorias, el popular Bachiller Patricio Mehma nos deja su particular punto de vista sobre nuestros hermanos argentinos, sobre cuya hombría de bien se permite dudar. Un material ideal para consultar en el entretiempo del partido, o antes del duelo de Patinando por un Sueño.
Es hartamente probable que cuando usted lea estas líneas, lo haga ya sabiendo que Uruguay cayó goleado ante el combinado albiceleste, o que nos colgamos de travesaño y sacamos un empate, o que Eguren subió en un córner y al verle esa pinta de modelo escandinavo nadie lo marcó, y la pelota le rebotó en su refinado cráneo para terminar ganando angustiosamente, desatando la algarabía de los compatriotas presentes en el estadio riverplatense, incluyendo a Sergio Gorzy. Lo cierto es que aún ante una hipotética victoria (que será aún más hipotética en tanto el Señor Tabárez siga insistiendo con el pechofrío de Luisito Suárez en ofensiva) la alegría no será completa, pura y exclusivamente porque al hincha argentino poco le importará caer ante Uruguay, al que –mal que nos pese– sigue viendo como el hermano bobón al que no está de más darle una alegría de vez en cuando.
Por más que Pablo Cavallero pretenda embaucarnos diciendo que para el futbolista argentino existen apenas tres clásicos (contra Brasil, Uruguay, e Inglaterra), bastan 5 minutos de exposición a la televisión de aquel país (o a la nuestra, lo mismo da) para comprender que el arquero mirasol intenta embaucarnos nuevamente, tal como cuando convenció a la dirigencia de que era un futbolista en actividad, o de que era capaz de tirarse y no simplemente dejarse caer.
Digámoslo de una vez: a estos argentinos de hoy les da lo mismo jugar contra Uruguay, que contra Chile, Colombia o Perú. Peor aún: a Chile les tienen cierto odio que nosotros no podemos siquiera soñar con generarles. ¿Será porque Eunice les cae mejor que Kenita Larraín? Es muy probable. Lo de Colombia es mucho más entendible: todavía les duele el 0-5 con Sergio Goycochea comiéndose todos los amagues, mientras que nosotros apenas si les ganamos con un gol de chiripa de Alzamendi en el Monumental, donde por aquellos años era tan querido como lo es hoy el Matute Morales en el Parque Central.
Porque ahora también nos tenemos que bancar eso: cualquier argentinito llega a nuestro fútbol, tira bien un outball o un pase de 3 metros, y enseguida se transforma en el nuevo émulo de Atilio, Martino, Sanfilippo o el propio Henry Homman. Y enseguida el “Ar-gen-ti-no, “Ar-gen-ti-no”… ¿Dónde se vio algo semejante? Recordemos los paquetes que nos han endosado en los últimos años (Capria, Delorte, Pacha Cardozo, Islas, Petraccaro, los Garavano, Valenti, el propio De la Cruz) para volver a edificar aquel odio bien entendido que a los futboleros de ley a los que les canta Nasser supimos albergar desde que conocimos la historia de nuestro balompié.
Basta de argentinos en nuestro fútbol, caramba. ¿No ven que así van a lograr que nosotros también los veamos con cariño? No, señoras y señores, no. Sería la muerte del fútbol uruguayo. ¿Qué sería de Peñarol sin la posibilidad de ganar y gozar a Nacional? En el último lustro, nada. ¿Qué sería de Nacional sin la posibilidad de disfrutar del infortunio de su clásico rival? Menos todavía. Pues no pretendan que con el envío de gorditos con cara de He-Man como el zaguero Walter García, terminemos perdiendo la máxima alegría que el fútbol y la vida han decidido depararnos: disfrutar de la desgracia argentina a través de nuestros televisores, y si es en la pantalla de Fox, mejor.
Pero ojo, hablamos de lo estrictamente futbolístico. Porque si va por la calle y se cruza con uno, lo invito a abrazarlo al grito de “un amigo, un hermano” tal como nos sugiere el gobierno del Señor Vázquez. Cuya madre, presumo, era bien uruguaya.
Es hartamente probable que cuando usted lea estas líneas, lo haga ya sabiendo que Uruguay cayó goleado ante el combinado albiceleste, o que nos colgamos de travesaño y sacamos un empate, o que Eguren subió en un córner y al verle esa pinta de modelo escandinavo nadie lo marcó, y la pelota le rebotó en su refinado cráneo para terminar ganando angustiosamente, desatando la algarabía de los compatriotas presentes en el estadio riverplatense, incluyendo a Sergio Gorzy. Lo cierto es que aún ante una hipotética victoria (que será aún más hipotética en tanto el Señor Tabárez siga insistiendo con el pechofrío de Luisito Suárez en ofensiva) la alegría no será completa, pura y exclusivamente porque al hincha argentino poco le importará caer ante Uruguay, al que –mal que nos pese– sigue viendo como el hermano bobón al que no está de más darle una alegría de vez en cuando.
Por más que Pablo Cavallero pretenda embaucarnos diciendo que para el futbolista argentino existen apenas tres clásicos (contra Brasil, Uruguay, e Inglaterra), bastan 5 minutos de exposición a la televisión de aquel país (o a la nuestra, lo mismo da) para comprender que el arquero mirasol intenta embaucarnos nuevamente, tal como cuando convenció a la dirigencia de que era un futbolista en actividad, o de que era capaz de tirarse y no simplemente dejarse caer.
Digámoslo de una vez: a estos argentinos de hoy les da lo mismo jugar contra Uruguay, que contra Chile, Colombia o Perú. Peor aún: a Chile les tienen cierto odio que nosotros no podemos siquiera soñar con generarles. ¿Será porque Eunice les cae mejor que Kenita Larraín? Es muy probable. Lo de Colombia es mucho más entendible: todavía les duele el 0-5 con Sergio Goycochea comiéndose todos los amagues, mientras que nosotros apenas si les ganamos con un gol de chiripa de Alzamendi en el Monumental, donde por aquellos años era tan querido como lo es hoy el Matute Morales en el Parque Central.
Porque ahora también nos tenemos que bancar eso: cualquier argentinito llega a nuestro fútbol, tira bien un outball o un pase de 3 metros, y enseguida se transforma en el nuevo émulo de Atilio, Martino, Sanfilippo o el propio Henry Homman. Y enseguida el “Ar-gen-ti-no, “Ar-gen-ti-no”… ¿Dónde se vio algo semejante? Recordemos los paquetes que nos han endosado en los últimos años (Capria, Delorte, Pacha Cardozo, Islas, Petraccaro, los Garavano, Valenti, el propio De la Cruz) para volver a edificar aquel odio bien entendido que a los futboleros de ley a los que les canta Nasser supimos albergar desde que conocimos la historia de nuestro balompié.
Basta de argentinos en nuestro fútbol, caramba. ¿No ven que así van a lograr que nosotros también los veamos con cariño? No, señoras y señores, no. Sería la muerte del fútbol uruguayo. ¿Qué sería de Peñarol sin la posibilidad de ganar y gozar a Nacional? En el último lustro, nada. ¿Qué sería de Nacional sin la posibilidad de disfrutar del infortunio de su clásico rival? Menos todavía. Pues no pretendan que con el envío de gorditos con cara de He-Man como el zaguero Walter García, terminemos perdiendo la máxima alegría que el fútbol y la vida han decidido depararnos: disfrutar de la desgracia argentina a través de nuestros televisores, y si es en la pantalla de Fox, mejor.
Pero ojo, hablamos de lo estrictamente futbolístico. Porque si va por la calle y se cruza con uno, lo invito a abrazarlo al grito de “un amigo, un hermano” tal como nos sugiere el gobierno del Señor Vázquez. Cuya madre, presumo, era bien uruguaya.
Bachiller Patricio Mehma
(Publicado en Guambia, 11/10/08)
2 comentarios:
Uruguay nomá!
Al fin se vio un partido de fúlbo, canejo! Pierna fuerte, gesto reacio, discusiones incesantes con el árbitro. Lo que le faltó, y eso es un porotito en contra al desarrollo del partido fue alguna fractura expuesta. Mal ahí!
En fin, y para finalizar este comentario, nada mejor que una frase digna de este partido:
GRACIAS PACO!
Internauta: tus palabras son como un bálsamo de sensatez (y sentimiento) para mis oídos.
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