La incomprensible performance del Peñarol de Aguirre –líder en solitario del Campeonato Uruguayo con puntaje perfecto, como no sucedía desde la época de Ondino Viera– nos invita a iniciar un rápido repaso por las últimas consagraciones del club de las once estrellas, en un sano intento por desasnar a las nuevas generaciones que aún no comprenden qué hacen los carboneros tan arriba en la tabla. He aquí la primera entrega.
Libertadores 82: parece ser que Nacional ganó todo entre 1980 y principios de 1981, por lo que los presididos por Cataldi montaron una campaña publicitaria destinada a juntar fondos para repatriar a Fernando Morena. Con una canción cuya letra –nos atrevemos a arriesgar– fue compuesta en no más de siete minutos y una economía que aún vivía engañada por la recordada tablita miliquera, se llegó al monto necesario para traer al legendario Potrillo. Los resultados llegaron en 1982, cuando los dirigidos por Hugo Bagnulo consiguieron el título superando en la final al Cobreloa chileno en Santiago, con un gol agónico de Morena que hasta ese momento –dicen los que vieron el partido– había jugado como el culo, puntualmente. En la final intercontinental se produjo la hecatombe que terminaría con el exitoso proceso: el brasileño Jair se ganó el Toyota por haber anotado el primer gol del partido ante el mediocre Aston Villa (gol que salió gritando Morena, para ver si engañaba a los japoneses que mucho de fútbol no entienden), y no lo quiso compartir con el resto del plantel, que al parecer estaba juntando dinero para ayudar a la madre de Walkir Silva, a la postre, autor del segundo tanto. “Eu também tenho mãe” dijo el norteño mientras prendía el señalero.
Uruguayo 86: promediando la segunda rueda, Nacional le había sacado 7 puntos de ventaja a Peñarol, en tiempos de 2 por partido ganado. Pero el árbitro Martínez Bazán (gran persona) echó a Juan Ramón Carrasco en pleno clásico, Jotaerre lo puteó, y le dieron como 7 fechas de suspensión. Entonces Nacional empezó a perder todos los partidos y Peñarol a ganarlos, culminando el campeonato con los tricolores con un punto por encima de los carboneros en la tabla de posiciones. Usted me dirá: ¡Nacional nomá! Pero no: la magia directriz de los directivos albos de la época, le permitió a Peñarol disputar una final con Nacional debido a que en la primera fecha de aquel torneo, y por motivos económicos, ambos grandes no pudieron presentarse, perdiendo los puntos en juego. Pero como a Nacional le correspondió fecha libre, se llegó al singular acuerdo. La final se jugó y terminó 0 a 0. Ahora sí: ¡Nacional campeón! No, no… alargue. No se anotó gol alguno, pese a que el ya habilitado Carrasco quedó solo ante Pereira. Y ya lo está adivinando: hubo definición por penales, que ganó Peñarol.
Libertadores 87: tras una exigente primera fase (donde debió enfrentar a rivales de fuste, como Progreso o el San Agustín de Perú), llegó a las semifinales ante los argentinos River e Independiente, campeones de América en 1986 y 1984 respectivamente. Dirigido por Oscar Washington Tabárez (que por aquellos años hasta se permitía sonreír en las fotos), un puñado de veinteañeros secundado por los experientes púgiles Eduardo Pereira y Obdulio Trasante, consiguió triunfos históricos que merecieron la tapa del Gráfico (no la de la “edición Uruguay”, sino la de verdura), y que lo depositaron en la final ante el poderoso América de Cali, que venía de perder dos finales consecutivas. Los colombianos ganaron 2 a 0 con baile en el partido de ida, y en el de vuelta –disputado en el Centenario– pasaron a ganar, pero en el segundo tiempo y faltando poco, con goles de Diego Aguirre y el “Bomba” Villar, Peñarol terminó ganando 2 a 1. Usted me dirá: “¡campeón el América por diferencia de goles! Pero no, en aquellos años había tercer partido, pero si terminaba empatado, ahí sí, primaba el saldo. Parece ser que Aguirre y Villar no se llevaban bien, por lo que en la última jugada del partido, mientras los hinchas colombianos contaban los segundos que quedaban (y quedaban como 3), Aguirre le robó la pelota al pobre Bomba, y sacó un zurdazo cruzado y violento que se le metió al odiable arquero arquero Falcioni. Ahí se produjo la hecatombe: Aguirre salió a gritar el gol como enardecido, Goncalves no sé qué decía respecto a que los uruguayos somos grandes, los demás hacían cola para babosear a Falcioni, Tabárez casi se alegra, y Peñarol alcanzaba la última de sus cinco Libertadores que le permitirían ser campeón del siglo, aún dando 13 años de changüí.
Quinquenio 1993-1997. Para muchos, la panacea. Para otros, el principio del fin. Lo cierto es que al comenzar ese lustro, el presidente recientemente re electo (el mítico Contador Damiani) armó un equipo de temer, buscando cortar el más largo período de sequía copera en el medio local (Peñarol no salía campeón desde la ya comentada gesta de 1986). Llegaron Bengoechea, Marujo Otero, Darío Silva (entero), el Tano Gutiérrez, entre otros. Por su parte, Nacional vendió a Dely y trajo al Pollo Madrid, en tanto Defensor puso todas sus energías en la contratación de Javier Vicente Wanchope. Ergo: el campeonato se ganó solo.
Libertadores 82: parece ser que Nacional ganó todo entre 1980 y principios de 1981, por lo que los presididos por Cataldi montaron una campaña publicitaria destinada a juntar fondos para repatriar a Fernando Morena. Con una canción cuya letra –nos atrevemos a arriesgar– fue compuesta en no más de siete minutos y una economía que aún vivía engañada por la recordada tablita miliquera, se llegó al monto necesario para traer al legendario Potrillo. Los resultados llegaron en 1982, cuando los dirigidos por Hugo Bagnulo consiguieron el título superando en la final al Cobreloa chileno en Santiago, con un gol agónico de Morena que hasta ese momento –dicen los que vieron el partido– había jugado como el culo, puntualmente. En la final intercontinental se produjo la hecatombe que terminaría con el exitoso proceso: el brasileño Jair se ganó el Toyota por haber anotado el primer gol del partido ante el mediocre Aston Villa (gol que salió gritando Morena, para ver si engañaba a los japoneses que mucho de fútbol no entienden), y no lo quiso compartir con el resto del plantel, que al parecer estaba juntando dinero para ayudar a la madre de Walkir Silva, a la postre, autor del segundo tanto. “Eu também tenho mãe” dijo el norteño mientras prendía el señalero.
Uruguayo 86: promediando la segunda rueda, Nacional le había sacado 7 puntos de ventaja a Peñarol, en tiempos de 2 por partido ganado. Pero el árbitro Martínez Bazán (gran persona) echó a Juan Ramón Carrasco en pleno clásico, Jotaerre lo puteó, y le dieron como 7 fechas de suspensión. Entonces Nacional empezó a perder todos los partidos y Peñarol a ganarlos, culminando el campeonato con los tricolores con un punto por encima de los carboneros en la tabla de posiciones. Usted me dirá: ¡Nacional nomá! Pero no: la magia directriz de los directivos albos de la época, le permitió a Peñarol disputar una final con Nacional debido a que en la primera fecha de aquel torneo, y por motivos económicos, ambos grandes no pudieron presentarse, perdiendo los puntos en juego. Pero como a Nacional le correspondió fecha libre, se llegó al singular acuerdo. La final se jugó y terminó 0 a 0. Ahora sí: ¡Nacional campeón! No, no… alargue. No se anotó gol alguno, pese a que el ya habilitado Carrasco quedó solo ante Pereira. Y ya lo está adivinando: hubo definición por penales, que ganó Peñarol.
Libertadores 87: tras una exigente primera fase (donde debió enfrentar a rivales de fuste, como Progreso o el San Agustín de Perú), llegó a las semifinales ante los argentinos River e Independiente, campeones de América en 1986 y 1984 respectivamente. Dirigido por Oscar Washington Tabárez (que por aquellos años hasta se permitía sonreír en las fotos), un puñado de veinteañeros secundado por los experientes púgiles Eduardo Pereira y Obdulio Trasante, consiguió triunfos históricos que merecieron la tapa del Gráfico (no la de la “edición Uruguay”, sino la de verdura), y que lo depositaron en la final ante el poderoso América de Cali, que venía de perder dos finales consecutivas. Los colombianos ganaron 2 a 0 con baile en el partido de ida, y en el de vuelta –disputado en el Centenario– pasaron a ganar, pero en el segundo tiempo y faltando poco, con goles de Diego Aguirre y el “Bomba” Villar, Peñarol terminó ganando 2 a 1. Usted me dirá: “¡campeón el América por diferencia de goles! Pero no, en aquellos años había tercer partido, pero si terminaba empatado, ahí sí, primaba el saldo. Parece ser que Aguirre y Villar no se llevaban bien, por lo que en la última jugada del partido, mientras los hinchas colombianos contaban los segundos que quedaban (y quedaban como 3), Aguirre le robó la pelota al pobre Bomba, y sacó un zurdazo cruzado y violento que se le metió al odiable arquero arquero Falcioni. Ahí se produjo la hecatombe: Aguirre salió a gritar el gol como enardecido, Goncalves no sé qué decía respecto a que los uruguayos somos grandes, los demás hacían cola para babosear a Falcioni, Tabárez casi se alegra, y Peñarol alcanzaba la última de sus cinco Libertadores que le permitirían ser campeón del siglo, aún dando 13 años de changüí.
Quinquenio 1993-1997. Para muchos, la panacea. Para otros, el principio del fin. Lo cierto es que al comenzar ese lustro, el presidente recientemente re electo (el mítico Contador Damiani) armó un equipo de temer, buscando cortar el más largo período de sequía copera en el medio local (Peñarol no salía campeón desde la ya comentada gesta de 1986). Llegaron Bengoechea, Marujo Otero, Darío Silva (entero), el Tano Gutiérrez, entre otros. Por su parte, Nacional vendió a Dely y trajo al Pollo Madrid, en tanto Defensor puso todas sus energías en la contratación de Javier Vicente Wanchope. Ergo: el campeonato se ganó solo.
En 1994 llegó el Pato Aguilera (que era unos quinientos gramos más flaco que ahora, pero cuya nariz era diferente), y se ascendió a varios juveniles (Pacheco, el propio Magallanes) que contribuyeron a ganar el torneo tras serie final ante Defensor Sporting, cuya máxima figura era Gabriel Álvez (que era unos 60 quilos más flaco que ahora). Tal como había ocurrido el año anterior, Peñarol ganó los dos clásicos del año ante un rival que apostó fuerte con la llegada de Claudio Morena y Mario Gastán.
Un año después, Nacional mejoró, ganó el Clausura y llegó a la final ante Peñarol. Pero el elenco mirasol tenía a Luis Romero, un hombre célebre por convertir los goles más feos e inesperados del fútbol mundial. Por ende, y pese a que la estrella tricolor Fernando Kanapkis levantaba los brazos festejando sus quites (tal como hoy Diego Alonso festeja los penales convertidos sin arquero, o el olimpista Newsome festeja que el americano de Unión le hizo fau de ataque), Peñarol se anotó su tercer título consecutivo en la tercera final, resbalada del rubio zaguero Canals mediante (confirmando que el pelo rubio y el fútbol no pueden ir de la mano).
En 1996 Gregorio Pérez se fue a Independiente (donde fracasó velozmente), y llegó Jorge Fossati. Al parecer, y pese a que la mayoría del plantel encabezada por el ahora capitán Pablo Bengoechea no lo quería, los poderes de la virgencita fueron suficientes para obtener el tetracampeonato, nuevamente en finales ante el rival de todas las horas (cuya figura máxima era Silvio Fernández).
Por último, llegó 1997. ¿Qué decir que no se haya dicho ya sobre el gol de Carrasco a Defensor Sporting que –en última instancia– le permitió a Peñarol jugar las finales y obtener el segundo quinquenio de su historia? Lo cierto es que los nuevamente dirigidos por Gregorio dieron vuelta dos clásicos que perdían por dos goles, antes de vapulear a Defensor (cuya máxima estrella era el Tano Gutiérrez, que le arrancó dos piezas dentarias de un certero codazo a Zalayeta, culpa que recién pudo sacarse al contratar a Claudio Rojo para Rumbo a la Cancha) en la final.
Uruguayo 99. Tras un año de descanso, Peñarol –ya dirigido por Julio Ribas– retomó la senda del triunfo, superando nuevamente a Nacional en las finales, ayudado por el retorno al arco albo de Carlitos Nicola, un gran arquero y mejor persona tocado por la varita mágica (por la del Mago Gasán).
Uruguayo 03. Luego de una primera mitad de año penosa, llegó José Luis Félix (el) “Llegué a la Casa Blanca” Chilavert, y Peñarol dio vuelta la historia ganando gracias a un gol clásico de Bizera, y gracias a que ningún jugador uruguayo se atrevió a patearle una sola pelota al obeso cuidapalos guaraní.
No entraron por cuestiones de espacio: doble subcampeonato de la Copa Conmebol 93 – 94, Liguilla 04, y bicampeonato de la Copa Gardel 08 – 09.
(Publicado en Guambia, 20/02/10 y 27/02/10.)
11 comentarios:
Buenísimo! Quizás valga la aclaración que hizo por aquel momento un italiano de apellido Gutiérrez: "no le bajé 2 dientes; eran jackets".
todo bien con tu columna reyes,pero que no exista un párrafo para el gran harry, que salió a cortar un centro a avda italia y luego se escondiera tras la barrera darsenera me parece una injusticia...porque de última de eso también se trata el fútbol(frase hecha si las hay).
Mal yo, Rafa. Por suerte Adusto ayer recordó el hecho, diciendo que confundió la línea demarcatoria del área con una serpentina.
A propósito: los Jacquets quedaron afuera de la Liguilla.
Más que afuera de la liguilla, los jackets quedaron afuera de la línea de cal. Una demostración más de la recriminación asia (MEC) algunos elementosss de nuestra sociedad. [una profesora del Maroñas Hípica rioplatense dijo: ¡Zalayeta, deje de jugar a la pelotita en clase! Todo el día dele que dele con la pelotita de papel! ¡A ver cuando mierda agarra los libros!]
Actualmente, la buena mujer hace fila en el SMU. Del elemento ya sabemos: hasta tacos tace...
"hace"
Si, "hace", pero antes: "hacia"
Digamos: "El continente asiático no se mancha"
Digamos : "El continente asiático no se mancha"
ESPECTACULAR!!!!!!!!!!!
Brillante Reyes, hilarante como pocas.
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