APÓFISIS CRISTAGALI
Un buen día, el escritor se sentó frente a la hoja, lápiz en mano y quiso escribir un cuento triste. Porque se sentía triste y no podía esconderlo. Quería que cada palabra fuese una puñalada en el corazón del lector, tal vez ese pensamiento era muy pretencioso, pero él era así. Sinceramente: se sentía una mierda.
Sentía que por algo las cosas no le salían como quería, como creía o como esperaba que fueran. Aunque él no hiciera nada malo y siempre tuviera (o creyera tener) la mejor intención en sus actos, todo le salía mal, el mundo no le devolvía nada. Por eso se sentía una mierda, porque suponía que había algo podrido dentro suyo, no podía ser que “haciendo todo bien” como él creía que hacía, la vida no le devolviese una sonrisa. O peor, que la vida le esbozase una sonrisa pero en realidad nunca la concretara, la vida no lo quería (o eso sentía él). Por eso quería escribir un cuento triste.
Pero no podía, estaba tan enfrascado en su miseria, que no se le ocurría nada, miraba la hoja en blanco como esperando que la historia se escribiera ahí, sola. Y era evidente que eso no iba a pasar, porque la magia no existía. De eso sí estaba convencido. No es posible que de la nada se materialice un cuento, una historia que se escriba sola sobre el papel. Miraba la hoja en blanco y le daban ganas de llorar.
Así estuvo por horas, solo. Reflexionando una y otra vez sobre la razón de su desgracia. Y cuando quiso acordar, había escrito esto.
(NOTA: Nuevamente, preimio para el que linkee la foto con el cuento)
2 comentarios:
Arriba, loco... estamos contigo... no será para tanto, después de todo.
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