Las nefastas confusiones
Por no decir que Alfonso era un pelotudo vamos a decir que era un nabo, así suena más lindo y parece apto a todas las edades. El nabo este tenía por mascota una tortuga, que por más nabo que fuese no le puso Manuelita sino Ortiga (porque carecía tanto de movimiento que parecía un vegetal).
El animalito un día desapareció y el muy nabo fue a buscarla a Tristán Narvaja, talvez pensando que el tipo que se la había vendido tendría un rastreador de tortugas. El nabito sabía que no se la habían robado porque esa bestiola valía menos que el segundo disco de Monterrojo que salía con La República y, a parte, la había dejado al lado del plasma de su cuarto (el de 32 pulgadas porque el de 40 estaba en el cuarto de sus padres y el de 62 en el living) así que no había prácticamente chance de hurto, pensándolo mejor era imposible, considerando que los tres guardias de seguridad lo habrían evitado.
Y fue así que buscando y buscando un día encontró el caparazón vacío, entre la ropa limpia del quinto ropero de su cuarto. Dentro tenía una nota que decía (con letra de tortuga, claro): “Me voy a un lugar mejor, donde no me confundan con un zapato All Star camuflado”
Las nefastas canas de Domínguez
En un esfuerzo por recordar viejas aventuras, El Viejo Domínguez perdió la vida. Y así fue que pasó.
Se levantó una mañana con las ya correspondientes ganas de ir al baño, uno sabe que al levantarse es lo primero que se debe hacer. Y, cuando se miró al espejo y notó que su último pelo oscuro había dado paso a una cana plateada, se dijo a sí mismo que ese día volvería a ser joven.
Y así marchó lo más pancho El Viejo a buscar la fuente de la juventud. Primero fue a la plaza e inclinándose en la fuente para ver que era ese extraño objeto marrón que acababa de expeler un canino, tropezó y cayó de boca en la misma y de cabeza en el sorete.
Después fue al hospital, donde intentaron sacarle el agua de los pulmones y luego bañarlo, para sacarle el regalito que muy bonito se había instalado en su blanca cabellera.
Y fue ahí, en el baño, donde El Viejo perdió la vida. Al salir de la ducha tropezó con el sócalo de la mampara y, al dar su ahora limpia cabeza contra el borde de la pileta, murió desangrado.
Su lápida hoy en día reza: “Murió por un pelo”.
4 comentarios:
muy bueno Gjoffe,petacular la odisea del canoso (sería Paco Fernandez?)
Paaa... Me gustó más el de la tortuga Ortiguita.
Bien Gjoffe, Sos el Esopo de este blog.
Bien ahi!
Si veo una tortuga en bolas ya sé de a quién cobrarle rescate.
Mucha mierda para El Viejo, esté donde este.
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