Más de una vez me cuestioné las motivaciones que llevan a un ser humano medianamente racional a hacerse hincha de un cuadro chico. Ya no de Defensor, Danubio, Wanderers, Cerro, Rampla y todos aquellos equipos que logran reunir o bien mil hinchas, o bien algún trofeo oficial. Más bien me refiero a todas aquellas instituciones que por h o por b nacen con la aspiración de desaparecer lo más tarde posible. Y a aquellos hinchas activos y militantes, de los que van a la cancha.
Personalmente, ya bastante tengo con ser uruguayo como para pensar en hipotecar mis esperanzas deportivas al influjo de coloridas camisetas como las de Huracán Buceo, Cerrito, o Rentistas. Instituciones todas ellas muy pintorescas, que seguramente realizan una labor invalorable a nivel social, pero que tienen tantas aspiraciones de trascender como yo de convertirme en Ministro de Ganadería de Taiwán. Estoy lo suficientemente al día con la cuota del club de perdedores por el mero hecho de haber nacido durante los años 70 al oriente del río bloqueado. Lo menos que pude permitirme es simpatizar con un equipo grande.
Breve digresión: a casi todos nos gusta ganar, aunque sea de vez en cuando. Y no es cierto que a Nacional lo hizo grande su gente. No. Nacional ganó dos o tres campeonatos al hilo, se hizo grande, y recién ahí apareció la gente, que con similar devoción hubiera abrazado la causa del Lito si a éste le hubiera dado por salir campeón (sépalo, señor).
Pero volviendo al punto: contemplo con incredulidad a esas familias enteras que se movilizan semanalmente al influjo de las penurias de una camiseta de marca nacional y un destino marcado por el infortunio. Descarté el masoquismo o el desconocimiento, pues los hinchas de cuadro chico suelen saber mucho más de fútbol que cualquier otro mortal. Y ni que hablar las mujeres, acostumbradas poner en duda la masculinidad del juez de línea tras un offside dudoso, casi sin posibilidad de dejarse guiar por el grito de las masas, generalmente inexistentes.
¿Qué los alienta a concurrir a una cancha fría, incómoda, sin vendedores de pop ni baños limpios, para padecer partidos mal jugados en búsqueda de esquivos puntos que rara vez servirán para escapar a la segunda placa de la tabla de posiciones de Pasión?
La respuesta más sensata que encontré fue la siguiente: lo hacen simplemente para asegurarse de estar al tanto de lo que sucede con el club del que fatalmente (debido al azar, al barrio de origen, o a un tío insistente) son hinchas. Quisieran verlo por televisión, o aún escucharlo por radio, pero les es imposible, salvo cuando les toca en suerte el mañanero dominical (no en vano el promedio de entradas vendidas de tales encuentros no supera las 47). Tampoco se resignan a quedar con el corazón en la garganta toda vez que el cronista grita “gol en el Nasazzi”, dejando el destino atado al corolario de una “o” alargada que anuncia goles muchas veces inexistentes.
Porque blanqueémoslo de una buena vez: la inmensa mayoría de las transmisiones radiales de fútbol no tiene corresponsales en las canchas chicas, sino que escuchan a los colegas que sí los tienen. Tan es así que más de una vez la radio A escuchó a la radio B, que escuchó a la radio C, que a su vez escuchó a la radio A, derivando en aburridos 0 a 0 periodísticos que muchas veces escondían apasionantes 4 a 3 reales.
Salga entonces desde aquí ese justo reconocimiento para estos desinteresados cronistas de cancha chica, que al igual que muchos de sus colegas radiales, pagan para cumplir con su digna labor.
Personalmente, ya bastante tengo con ser uruguayo como para pensar en hipotecar mis esperanzas deportivas al influjo de coloridas camisetas como las de Huracán Buceo, Cerrito, o Rentistas. Instituciones todas ellas muy pintorescas, que seguramente realizan una labor invalorable a nivel social, pero que tienen tantas aspiraciones de trascender como yo de convertirme en Ministro de Ganadería de Taiwán. Estoy lo suficientemente al día con la cuota del club de perdedores por el mero hecho de haber nacido durante los años 70 al oriente del río bloqueado. Lo menos que pude permitirme es simpatizar con un equipo grande.
Breve digresión: a casi todos nos gusta ganar, aunque sea de vez en cuando. Y no es cierto que a Nacional lo hizo grande su gente. No. Nacional ganó dos o tres campeonatos al hilo, se hizo grande, y recién ahí apareció la gente, que con similar devoción hubiera abrazado la causa del Lito si a éste le hubiera dado por salir campeón (sépalo, señor).
Pero volviendo al punto: contemplo con incredulidad a esas familias enteras que se movilizan semanalmente al influjo de las penurias de una camiseta de marca nacional y un destino marcado por el infortunio. Descarté el masoquismo o el desconocimiento, pues los hinchas de cuadro chico suelen saber mucho más de fútbol que cualquier otro mortal. Y ni que hablar las mujeres, acostumbradas poner en duda la masculinidad del juez de línea tras un offside dudoso, casi sin posibilidad de dejarse guiar por el grito de las masas, generalmente inexistentes.
¿Qué los alienta a concurrir a una cancha fría, incómoda, sin vendedores de pop ni baños limpios, para padecer partidos mal jugados en búsqueda de esquivos puntos que rara vez servirán para escapar a la segunda placa de la tabla de posiciones de Pasión?
La respuesta más sensata que encontré fue la siguiente: lo hacen simplemente para asegurarse de estar al tanto de lo que sucede con el club del que fatalmente (debido al azar, al barrio de origen, o a un tío insistente) son hinchas. Quisieran verlo por televisión, o aún escucharlo por radio, pero les es imposible, salvo cuando les toca en suerte el mañanero dominical (no en vano el promedio de entradas vendidas de tales encuentros no supera las 47). Tampoco se resignan a quedar con el corazón en la garganta toda vez que el cronista grita “gol en el Nasazzi”, dejando el destino atado al corolario de una “o” alargada que anuncia goles muchas veces inexistentes.
Porque blanqueémoslo de una buena vez: la inmensa mayoría de las transmisiones radiales de fútbol no tiene corresponsales en las canchas chicas, sino que escuchan a los colegas que sí los tienen. Tan es así que más de una vez la radio A escuchó a la radio B, que escuchó a la radio C, que a su vez escuchó a la radio A, derivando en aburridos 0 a 0 periodísticos que muchas veces escondían apasionantes 4 a 3 reales.
Salga entonces desde aquí ese justo reconocimiento para estos desinteresados cronistas de cancha chica, que al igual que muchos de sus colegas radiales, pagan para cumplir con su digna labor.
(Publicado en Guambia)
2 comentarios:
Para empezar,creo que esta buenisimo ser uruguayo, mas alla de que yo no lo soy por nacimiento, pero si en el corazon. Ademas estoy haciendo todo lo posible por serlo legalmente, en serio!!
Porque no ser hincha de un cuadro chico? Lamentablemente no lo soy, y una vez que ya tenes uno, cambiar no es posible, creo. Igual es muy raro esto de ser hincha, si dejas que los sentimientos del momento te lleven. Yo soy del River de enfrente, desde muy chico, y me parece que se me va a hacer muy dificil no hinchar por Defensor ahora en la copa, veremos.
Volviendo a lo del cuadro chico, me encantaria ser hincha de uno, es casi como una familia, mas intimo, por ahi sufrimiento, pero mas intimo. Ademas tenes esperanzas de que pase algo buenisimo casi todos los fines de semana, ganar es una fiesta!!
por supuesto me sumo al reconocimiento para los cronistas de cancha chica.
Gracias por los conceptos vertidos.
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