Rotativas para todo el mundo

Amigos, amigas:

En el marco de la reestructura de TPLMP, comenzamos a seleccionar nuevos y nuevas columnistas. En la oportunidad, toca turno a la abnegada María Pía, que al parecer pretende tener espacio propio, aunque no estamos seguros de cómo querrá llamarlo.

Como siempre, el pueblo define. Si le gusta y quiere que María Pía tenga columna propia, VOT Poronga. Si está en contra del proyecto, VOT Bueno. Si ni le va ni le viene, VOT Aceptable.

Así nomás.

Con ustedes, la columna de María Pía.

El amigo de mi papá

Siempre llamaron mi atención los hombres mayores que yo. No sé si esto tendrá alguna relación con mi padre pero lo cierto es que no viene al caso. 

Su nombre es Alfredo o Alfred como le dice la idiota de Ana María, su mujer.

Son amigos de mis padres y vienen de vez en cuando a casa. 

Alfredo es alto, de ojos marrones y mirada penetrante, tiene el pelo castaño y unos labios gruesos rodeados de una barba que harían las delicias de cualquier mujer. Aunque debo aclarar que el sólo hecho de tener estos atributos no hacen las delicias per sé, pero lo cierto es que en él sí se aplica esta norma, ya sabrán por qué.

Siempre que venían a casa era amable conmigo y muy respetuoso, lo cual al principio me agradó bastante. Supongo que era una pose pues con el paso del tiempo fue cambiando. Y a mí me gustó ese cambio. De hecho lo estaba deseando desde hacía algún tiempo.

Me gusta esa cosa de timidez que tiene todo comienzo, me da mucha ternura. Las miradas que casi no se tocan, las risas fingidas  ante comentarios y bromas que muchas veces rayan la idiotez.  Supongo que es lo normal que pase cuando las personas se conocen y no quieren quedar mal o como unos boludos. Pero cuando la confianza se establece y los deseos se encienden, al menos la timidez pasa a ser un ser detestable. A veces el deseo puede ser un arma de doble filo y muy peligrosa por cierto.

Todo comenzó una noche mientras vinieron a cenar a casa por motivo de un negocio que concretó junto a mi padre. Vino, como no podría ser de otra manera, en compañía de la idiota de su mujer.

Debo confesar que al principio me caía bien Ana María, hasta que un día me empezó a caer mal. No sé bien por qué aunque creo  que fue por el aumento de mi atracción hacia Alfredo. Cuando algo me atrae no puedo disimularlo y además creo que yo tampoco le caía en gracia a ella, así que no importa llamarla idiota.

Ese día no quise bajar a cenar ya que tenía examen el día después y venía algo atrasada con el estudio. Abajo se escuchaban risotadas y brindis sin parar. “Vamos a brindar por…” fue la frase de la noche. 

No me gusta nada estudiar pero algo tengo que hacer para asegurarme un futuro en ésta vida. Tenía la vista cansada de leer y decidí ir a buscar algo para comer porque mi estómago me lo estaba reclamando. Ahí fue cuando nos cruzamos en el pasillo y nos quedamos mirándonos más de lo debido hasta que él, con aliento alcohólico, rompió el hielo.

–Hola, cómo estás? – Me dijo. Y me saludó con un beso en la mejilla  para a continuación analizar cada parte de mi figura a través de mi pijama.  Por un momento pensé en ponerlo en su lugar dado su poco disimulo, pero algo dentro de mí me lo impidió y me alegro de que haya ocurrido, pues me gustó mucho la sensación de sentirme deseada. Me había ocurrido antes con idiotas de la vida por llamarlos de alguna manera pero con él era diferente y juro que no lo planifiqué. Fue pura coincidencia que nos encontráramos allí.

- Bien y vos? -  Le contesté, mientras por dentro sentía que me quemaba y mi vagina se humedecía de tan solo pensar las cosas que le haría en caso de tener la oportunidad. Para ser sincera nunca pensé que la ocasión se pudiera concretar pero las fantasías nos acompañan durante toda la vida supongo.

- Bien –. Me contestó, mirándome ahora si directamente a los ojos.

- Me alegro -. Le dije al instante que humedecí mis labios con mi lengua. 

 - Estabas durmiendo?- Me preguntó.

- No, estaba estudiando -. Le contesté, a la vez que le comenté que parecía que la estaban pasando bien allá abajo y me acomodé el pelo.

- La verdad que sí. Estamos muy contentos por el negocio. Después de tanto esfuerzo por fin se nos dio -. Me dijo.

- Me alegro mucho por ustedes -. Le contesté sonriendo y le pedí si me dejaba pasar que antes de un bocado tenía que ir al baño. Creo que no les tengo que aclarar que la puerta quedó entreabierta…(Continuará)