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domingo, 30 de junio de 2013

Hay rutinas que no matan


Aquella mañana desperté y vi que me estaba mirando.
El brillo de sus ojos me decía algo.
No sabía bien qué, pero supuse algo bueno.
Y antes de que pudiera decirle “buen día” me dijo:
- Gracias, te amo. Después de tanto tiempo me di cuenta,
por qué es que cada mañana tenés las marcas de la almohada
 del mismo lado de la cara -.
- Me pescaste! - le contesté. Y nos echamos a reír.
Todas las noches desde que dormimos juntos,
fingí que leía un libro hasta que se quedaba dormida.
Cerraba el libro, me acomodaba silencioso para no despertarla
y me quedaba mirándola hasta que el amor me sumergía
en el sueño más placentero que un hombre puede tener.
Esto que les cuento pasó hace ya muchos años.
Tantos como los cabellos que he perdido.
Por estos tiempos, ya no necesito del otrora libro cómplice.
Por desgracia u obra de la biología, ella ya casi no ve.
Pero cada mañana al despertarse, acaricia el mismo lado
de mi cara tocando las marcas de la almohada.
Y sabe, sabe que estuve ahí.

6 comentarios:

Comente lo que quiera, para límites está la vida.